Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
Está más o menos claro qué define que una persona sea considerada en la pobreza. Se trata de la carencia de ingresos suficientes para comprar una determinada cantidad de productos incluidos en lo que se llama la Canasta Básica Total. ¿Pero está claro por qué una persona o una comunidad, como es nuestro caso, carece de los ingresos para no ser considerada pobre? Existe la tentación rápida de relacionar los ingresos con el trabajo y el trabajo con el empleo. Nuestra comunidad claramente adolece de falta de fuentes de empleo ¿pero qué pasa con el trabajo? ¿Quién es el responsable de generar trabajo? ¿Está solamente en los gobiernos o en el Estado la responsabilidad de generar trabajo? ¿Qué parte les compete a los ciudadanos?

Por Guillermo Pérez

El martes decía el presidente del Consejo de la Producción de Concordia, Marcos Follonier, que debido a las políticas nacionales, en Concordia hay gente que teniendo trabajo está aún debajo de la línea de la pobreza. El establecimiento de una línea de pobreza en función de los ingresos debería servir a los efectos estadísticos, esos que en otras épocas fueron tan vapuleados. Pero a los efectos del análisis de la realidad, hace falta ampliar la mirada más allá de la estadística.

Concordia es desde hace mucho tiempo una ciudad pobre y tal vez en eso sea el fiel reflejo de buena parte de la Argentina. Después de haber sido la “capital económica de la Mesopotamia”, como nos gusta llamarnos, Concordia ha sido pobre en ideas para reinventarse, ha sido pobre en dirigencia política para proponer algo diferente que un Estado salvador y a la vez inmovilizador y especialmente ha sido pobre en ciudadanos que se decidan a tomar en sus manos su propio destino, en lugar de estar esperando que alguien les dé algo para sobrevivir mientras se le echa la culpa a alguien más.

Concordia es hace mucho tiempo una comunidad pobre en imaginación, pobre en recursos creativos para reinventarse, para inventar alternativas, para no depender del empleo, para no depender del Estado.

Y aunque el intendente se enoje porque critique a su comunidad (que también es la mía), es una crítica que le excede, a su tiempo y a su rango, más allá de las responsabilidades que le quepan.

Concordia es desde hace mucho tiempo una ciudad pobre, que todavía no se cansa de repetir que sus pobres son en realidad los que vinieron de otro lado a trabajar en la represa de Salto Grande y que ante la falta de oportunidades en otro lado se quedaron y dotaron a la ciudad de pobres.

O que ahora son los cosecheros que vienen de otros lados y se quedan acá, en una ciudad pujante, que ante el exceso de gente ve colapsada su oferta de trabajo y se llena de pobres.

Tal vez sea bastante más sencillo: Concordia es pobre porque su gente no trabaja. No importa que no tenga empleo. Y acá nos vamos a pelear de nuevo con el intendente porque él se enoja cuando digo que hay gente que no quiere trabajar y asegura que no existe la gente que no quiere trabajar. ¿Y la culpa de que la gente no trabaja es del gobierno? ¿Es el presidente o el intendente el responsable de crear trabajo?

Achacamos al gobierno la responsabilidad de generar trabajo ¿no seremos cada uno de nosotros los responsables de generar trabajo, independientemente del empleo? Parecemos una sociedad que va permanentemente tras la quimera del empleo y buscando el empleo desdeñamos el trabajo.

Según la estadística, menos del 40% de los habitantes de Concordia forman parte de la Población Económicamente Activa, esa que estando en edad laboral tiene o busca trabajo. Ese nivel es de los más bajos del país y es un dato estadístico incontrastable. Esto no necesariamente quiere decir que Concordia es pobre porque quiere, pero deja dudas de qué es lo que hace para revertir su condición.
Senderos que se bifurcan
En algunos aspectos Concordia ha sido un remedo de la situación nacional y en otros se ha diferenciado. Si bien no hay información estadística del comportamiento laboral de la ciudad después de mediados del siglo pasado, sí hay relatos de que la única desocupación era la denominada friccional, esa que se considera cuando un trabajador deja un empleo para buscar otro mejor.

En 1970 Concordia no tenía Parque Industrial pero evidentemente no lo necesitaba. Tenía frigorífico, empaques de fruta, barracas, puerto y ferrocarril que absorbían toda la oferta laboral.

Pero mientras en la Argentina se discutía si a Perón “le daban los huevos” para volver al país, el mundo se reacomodaba a su nueva fisonomía financiera después del “default” de Estados Unidos por el reclamo del presidente francés de que le devuelva el oro que debía tener atesorado como garantía de los dólares en poder del Banco Central de Francia y con los nuevos estándares de liquidez que siguieron a las crisis del petróleo y de deuda de los países emergentes. Así el mundo se despedía del reinado industrial para dar lugar a la supremacía financiera sin que nada de esto fuera tomado en serio en la Argentina, salvo por los aluviones de productos importados y el cierre de establecimientos industriales concebidos bajo el viejo paradigma, con estructuras laborales y sindicales que de ningún modo pasaban por el nuevo tamiz.

Concordia a esta etapa la vivió en primera fila cuando este nuevo escenario se llevó puesto al frigorífico CAP Yuquerí y advirtió que tenía cada vez menos margen de maniobra para absorber el remanente de oferta de mano de obra que fue dejando la finalización de la represa de Salto Grande y no había creado nada nuevo.

De la década del 70 sí hay registros de la situación laboral de Concordia y aunque pudieran diferir algunos parámetros, ninguna de las mediciones superaba el 2%. En 1980 la desocupación en Concordia era del 1,2% y recién tras el cierre definitivo de CAP en 1982, el índice superó el 4%, rompiendo lo que podría considerarse pleno empleo. Con el regreso de la Democracia el Indec dejó de relevar a Concordia en la Encuesta Permanente de Hogares y retomó esa medición recién en 1996.

Cuando en los noventa Concordia se convencía que con la Democracia no se curaba, comía, ni educaba y que los nuevos tiempos le habían dejado el Frigorífico cerrado, le habían arrebatado la administración central del Ferrocarril Urquiza y Pindapoy cerraba, ante los cerca de 10 mil nuevos desocupados con una desocupación del 20,6% al tope de la tabla nacional, tomó el camino de los paliativos y como en cualquier jardín de senderos que se bifurcan, la historia tomó la forma de la senda elegida.

El gobierno municipal de entonces se quejó de que las políticas nacionales afectaban la economía local y reclamó compensaciones, que llegaron bajo la forma de “planes de empleo” a la manera de compresas para bajar la fiebre.

Y aunque se acusaba a aquella gestión nacional de actuar bajo el decálogo liberal denominado consenso de Washington, estuvo ausente el debate acerca de la eficacia de las prestaciones por desempleo y su permanencia en el tiempo, pese a que “no hay dudas de que el seguro por desempleo aumenta la tasa natural de desempleo”, según los economistas liberales Fischer y Dornbusch.

Con los paliativos como única salida, desaparecido el empleo fue desapareciendo el trabajo y el Estado protector se fue convirtiendo en inmovilizador, con la pretensión de resolver a unos la supuesta falta de oportunidades y trabajo mientras obligaba a otros a sostener un peso estatal cada vez mayor. Otra vez como remedo de la Argentina, el sendero elegido alejó a la economía local de toda dinámica hacia una vía casi muerta donde sólo poco más de un tercio de la población es la que procura el sustento.
Fuente: Redes de Noticias

Enviá tu comentario