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Celebrar la trivialidad demuestra cuán poco enfocados estamos en conseguir éxitos duraderos.

Argentina superó con suficiencia lo que se había convertido en un súper-martes. El vencimiento de 650 mil millones de pesos en Letras del Banco Central (“LEBAC”) era percibido como una prueba de fuego para la administración, y había jugado un rol relevante en el nerviosismo financiero de los días previos.

La prueba se superó con un condimento inesperado: la colocación, el mismo día que se renovaban las LEBAC, de dos Bonos del Tesoro en pesos (“BOTE”) a 5 y 8 años de plazo, con tasas de interés de 20% en promedio (la mitad de la tasa de las LEBAC), por el equivalente a 3 mil millones de dólares.

¿Cómo fue que, cuando todo parecía oscuro, surgió un Robin Hood dispuesto a vender dólares para comprar bonos argentinos en pesos? Hay tres respuestas posibles para esta pregunta. La primera es que más allá de la histeria local y del complicado contexto global, la cosa no estaba tanto peor que dos semanas atrás, y estos inversores supieron separar la espuma de la sustancia y aprovechar las buenas condiciones de entrada.

La segunda es que estas buenas condiciones tuvieron su condimento: el tipo de cambio cerca de casi $25 por dólar y una tasa interna de retorno de 20,5% para el título a 5 años, mayor a la tasa de mercado de ese día (18,3%).

Por último, el costo para los fondos compradores, medido en términos de riesgo fiduciario, era bajo: las emisiones integrarían el índice por el cual guían sus inversiones. Es decir, compraron un título que de no haber comprado los hubiera puesto en una posición más riesgosa respecto de su mandato.

El mérito del equipo de Finanzas estuvo en detectar esta necesidad, en ofrecer condiciones de entrada atractivas y en lograr una inyección de confianza de 3 mil millones de dólares en el momento en que parecía que nadie que no fuera el BCRA vendería dólares de manera voluntaria. El anuncio, sin dudas, calmó las aguas.

Pero, a la vez, la conferencia de prensa del martes por la tarde dio tanta trascendencia a las LEBAC y los BOTE que hizo manifiesta la fragilidad macroeconómica del país y la falta de un plan estructural para corregirla. Así como el anuncio de Dujovne y Caputo tranquilizó al mercado financiero, era difícil no estremecerse ante un mensaje cuyo trasfondo transpiraba la sensación de que estuvimos a un tris de ir a la banquina.

Pareció que nuestra suerte como país dependió de dos eventos (las LEBAC y los BOTE, nombre que en este contexto remite irremediablemente al Arca de Noé) que en cualquier país normal saldrían publicados en una página interior de la sección financiera de un matutino de circulación nacional.

Que acá haya requerido una conferencia de prensa de dos ministros es indicio de una fragilidad que el Gobierno percibe más que la gente. Esta percepción quizás provenga del espíritu de operador (trader) de quienes componen el equipo económico. Para un trader, el corto plazo es el horizonte; en el largo plazo estamos todos muertos, decía Keynes. Una visión así, cortoplacista, no permite construir una nación seria; apenas si alcanza para vivir apagando incendios.

Con cierta temeridad, la entrevista al ministro Dujovne publicada el viernes en el diario La Nación pone este cortoplacismo en blanco sobre negro. El gradualismo es hijo de algo superior, que es el pragmatismo, espetó el ministro.

¿Cómo aspirar a ser un país normal, como dice el Presidente, si nos limitamos a responder con practicidad a lo que el día a día nos pide? La frase célebre de Dujovne da sustento a las dudas de MSCI por devolvernos al grupo de países emergentes, o del FMI para prestarnos en otras condiciones que no sean las de un stand-by: somos impredecibles, incorregibles y no podemos asegurar que los muy importantes cambios de los últimos dos años sean irreversibles.

En los países que nos rodean, los shocks globales afectan la coyuntura pero no se llevan los cimientos, construidos durante décadas con esfuerzo, consensos y paciencia. En Argentina, 200 años no han alcanzado siquiera para consensuar cuáles deberían ser esos cimientos.

Para peor, la coyuntura nos sugiere que la empresa es ardua, y que entre un Gobierno pragmático y una oposición cuyo pragmatismo consiste en desear que el Gobierno fracase (como si eso no implicara el fracaso de todos nosotros), el cambio cultural que tantas veces pregona el Presidente acaba siendo apenas otro eslogan proselitista.
Fuente: El Entre Ríos

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