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“Si tu única herramienta es un martillo, tiendes a tratar cada problema como si fuera un clavo” (Abraham Maslow)

Está claro que el Gobierno nunca ha considerado que el déficit fiscal esté en la raíz de los problemas que enfrenta Argentina. Quizás no lo entienda por intereses políticos. Quizás porque no vea que el financiamiento monetario del déficit genera inflación. O quizás por la mera envidia de la capacidad que tienen otros países, incluyendo a varios que se nos parecen, de incurrir en déficit fiscal sin provocar los desequilibrios en las variables macroeconómicas que se generan acá.

El motivo es uno solo: hay agentes económicos dispuestos a financiar el déficit fiscal en esos otros países, cuyo crédito soberano es considerado un buen crédito. Los déficits, por lo tanto, no redundan en aumentos de la cantidad de dinero emitida por el banco central para financiar al Tesoro. No generan inflación, y si llegaran a subir un poco (¡un poco!) los precios, el banco central subiría la tasa de interés y distraería recursos desde el consumo hacia el ahorro para corregir los desvíos temporales que se hubieran producido. Como los problemas reciben respuestas convencionales, todo es bastante predecible. La predictibilidad genera confianza.

En Argentina, este mecanismo está roto antes de ponerse en movimiento. Altos funcionarios del Gobierno consideran eso de generar confianza poco más que un cuento de hadas. Con tal punto de partida, es natural que se hagan las cosas de modo predecible. Lo único predecible es que habrá sorpresas.

Para seguir, la política sólo parece conocer una forma de gobernar: gastar, con independencia de los recursos con que se cuente. A juzgar por los comentarios del presidente de Toyota Argentina respecto de la imposibilidad de contratar personal “que sepa leer un diario”, cabría suponer que, en realidad, ni siquiera se gasta bien: sólo se sabe de malgastar.

Por esto, en Argentina no hay un mercado que confíe en el crédito soberano y lo financie. No hay crédito en dólares, y se empieza a secar el crédito en pesos, que ya sólo está disponible en títulos ajustados por inflación o por la evolución del tipo de cambio. No es suficiente para calmar la voracidad gastadora del estado.

Queda, entonces, el recurso de aumentar los impuestos, al que el Gobierno no le escatima, y en el que emplea mucho de su creatividad. Ya prometen sus candidatos a diputados que irán por más, en nombre de sostener “el gasto social”. Educación, salud y seguridad, otra vez, no son prioridad. Claro que ni siquiera la catarata de impuestos nacionales, provinciales y municipales es suficiente. Se recurre entonces al último impuesto disponible: la financiación monetaria del déficit, el impuesto inflacionario.

Incapaz de ver en el gasto público la raíz del estancamiento, el Gobierno sube los impuestos y emite moneda sin respaldo. Incapaz de ver en el gasto público la raíz de la inflación, impone artificios como los congelamientos de tarifas, los subsidios, los precios máximos y las tasas de interés negativas. Como siempre, cada agujero que se tapa con un parche explota por otro lado. En estos días fue el dólar lo que se escapó; las medidas para corregirlo van en el sentido opuesto a la razón y explotarán por donde quizás hoy todavía no podemos ver. ¿Los depósitos en dólares resistirán las nuevas restricciones?

Claro que la catarata de impuestos, emisión espuria de moneda, subsidios, controles y restricciones sólo suman al espanto del capital y son incapaces para sacar al PBI de su estancamiento secular, o a los pobres de la pobreza en que esos mismos impuestos, subsidios, controles, restricciones y mal empleo de los recursos públicos los han metido.

La ironía de la cuestión es que, de repente, el Fondo Monetario Internacional se presenta como nuestra única tabla de esperanza para pasar a algo más normal. En el primer trimestre de 2022 no habrá escapatoria: o llegamos a un acuerdo, que tendrá condiciones, o iremos al default, que tendrá consecuencias impredecibles.

El Gobierno parece incapaz de ver que el déficit fiscal, el gasto público mal aplicado y el acaparamiento de recursos en el estado están en la raíz de los desequilibrios macroeconómicos. Estancamiento, inflación, falta de ahorro interno y de inversión productiva, brecha cambiaria por las nubes: todo tiene ese origen común.

Por el contrario, el Gobierno no lo ve así. Parecería creer que todos los problemas derivan de la confabulación de las viles fuerzas del mercado (ese que ya no existe, pero que sigue siendo usando como chivo expiatorio). El gobierno sólo sabe gastar, crear impuestos, emitir moneda e imponer restricciones para poder seguir gastando. Si sólo conoce la herramienta de gastar, todo lo adapta a ella, aunque al hacerlo siga rompiendo lo poco que queda en pie.
Fuente: El Entre Ríos

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