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En diciembre, el Índice de Precios al Consumidor (IPC) aumentó 25,5%. En enero trepó 20,6% y luego, en febrero, 13,2%. Todo indica que el número de marzo marcará otra caída en la inflación mensual. Números todavía muy altos, pero que generan la expectativa de que el sendero de la inflación marcha de acuerdo con el plan. ¿Es así?

Sí y no, podría contestarse. Sí, porque los indicadores que más guían las expectativas marchan sobre ruedas: bonos y acciones argentinos suben como si no hubiera un mañana, el dólar paralelo parece estabilizado en el área de los $1.000, el sector público lleva dos meses sin déficit y el Banco Central sin emitir dinero para financiarlo, mientras no para de sumar dólares a las reservas.

Pero, a la vez, la respuesta podría ser que no todo marcha tan de acuerdo con el plan. Así como la suba furiosa de bonos y acciones no deja dudas, y refleja el creciente interés de muchos inversores del exterior por los activos argentinos, los restantes indicadores se ven bien gracias a dosis no menores de manipulación por parte del Ministerio de Economía y el Banco Central.

La manipulación podría suponerse vinculada a la adopción que estos dos organismos han hecho del IPC como un fetiche. ¿En qué consiste este fetiche? En que la inflación de un mes debe ser inferior a la del mes anterior para sostener la popularidad del Presidente (¿pensará lo mismo el Presidente?). Con ese norte en mente, se toman decisiones que, por graduales, dan a entender que parte del coraje discursivo se traslada a los hechos de manera timorata.

Fuimos avisados del costo en términos de inflación y actividad que supondría corregir precios relativos muy desarbitrados, y fuimos advertidos acerca de que dicha corrección sería hecha de golpe. Cuando, a cinco días de asumir Javier Milei, el peso se devaluó 55%, no nos debíamos sorprender. Sin embargo, a partir de entonces todo se volvió más lento, más gradual: los aumentos de tarifas, la salida del cepo cambiario, la apertura de las importaciones. Dejaron de coincidir la virulencia verbal y el gradualismo de los hechos: ¿será por el fetiche del IPC?

Donde más curiosas se han vuelto las cosas es en el mercado del dólar. El oficial, tras aquel salto inicial, ha pasado a un sendero de devaluación administrada de 2% mensual, que rápidamente está llevando el tipo de cambio real de regreso a su punto inicial, con lo que el costo social de la fortísima devaluación inicial está siendo dilapidado. Cuesta no pensar que el 2% no esté siendo usado como ancla inflacionaria, que no responda al fetichismo con el IPC.

En el mercado paralelo, las restricciones de acceso que existían cuando Sergio Massa estaba al frente de Economía se mantienen, y a ellas se sumó un nuevo impuesto a la importación. A los exportadores se les permite vender dólar paralelo, pero a los importadores se les impide comprarlo, bajo pena de quedar excluidos del mercado oficial. En este mercado no hay gradualismo, sino directamente inacción: en el Banco Central parecería temer que, si lo libera, el dólar paralelo se disparará. Tal vez no crea en su propia receta.

Si juzgáramos en función de cómo se está comportando el mercado financiero, el temor parece infundado, excesivamente enfocado en la demanda de dólares y nada en la oferta potencial. El temor tiene dos costos muy evidentes. Por un lado, obliga al gobierno a sostener impuestos muy distorsivos, como las retenciones y el impuesto PAIS. Por el otro, impide descubrir cuál es el valor de equilibrio para el dólar libre, un precio esencial para que la economía funcione con normalidad. ¿Será realmente tanto mayor al valor actual?

Si las cifras mensuales del IPC son un fetiche, y el mercado cambiario refleja el miedo a desatar un nudo, la consecuencia del gradualismo y la inacción podría ser prolongar más de lo necesario la recesión, y volver a acumular desequilibrios que, tarde o temprano, se canalizarán a través de la brecha cambiaria. No estamos jugándonos el corto plazo en una mesa de dinero: las ganancias de hoy acumulan pérdidas futuras. A tres meses de asumir, ni Milei, ni el Ministerio de Economía, ni el Banco Central, pueden suponer que ese futuro le pertenecerá a otro, como lo pudo hacer Massa. No actuar, por fetichismo o por temor, no parece una manera de construir un futuro mejor.
Fuente: El Entre Ríos

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