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Hay una medida del desarrollo que supera a cualquier estadística: los temas que preocupan a la gente

Las estadísticas del ente regulador de la navegación aérea (ORSNA) y de la dependencia del Ministerio de Transporte a cargo de ella (ANAC) dan cuenta cabal de que viajar en avión no es un lujo de pocos, sino una actividad de lo más extendida. En 2018, casi 35 millones de pasajeros se subieron a un avión. De ellos, casi 14 millones lo viajaron al exterior; casi tres veces la cantidad que viajó fuera del país hace 20 años.

Es cierto que entre estos viajeros hay quienes viajan por trabajo y quienes lo hacen más de una vez. Como también es cierto que en un gran número de ocasiones, quienes viajan lo hacen con una agenda apretada. Reuniones, conferencias, lugares a los que uno siente que no puede dejar de ir o, simplemente, compras que no se pueden dejar de hacer. Todo lo cual deja poco tiempo para sentarse a entender cómo es la vida de quienes habitan esos países a los cuales se viaja.

Es probable que esas maneras ampulosas, esa ansiedad tan argentina (¿o será que es la argentinidad la que nos hace vivir ansiosos?), esa avidez por hacer y tener todo de manera instantánea, acaben por impedir que logremos entender la esencia de esos otros países que visitamos. O, quizás, esa barrera sea una manera inconsciente de evitar caer en algunas comparaciones que nos podrían resultar odiosas.

Quien tenga un pariente o algún amigo viviendo en el exterior no podrá dejar de notar que sus preocupaciones han cambiado de manera radical

En los países desarrollados, las personas no tienen la ansiedad que tenemos los argentinos. Quien tenga un pariente o algún amigo viviendo en el exterior no podrá dejar de notar que sus preocupaciones han cambiado de manera radical.

Hay muchas estadísticas utilizadas para estimar el nivel de desarrollo de una sociedad. Pero hay una característica que, aunque las estadísticas no la miden, es de gran utilidad para entender en qué anda un país: los temas de conversación, las preocupaciones cotidianas de los habitantes.

El clima, la elección de una escuela para los hijos, el retraso de un tren, la madurez de los tomates: esos son los grandes problemas a los cuales un habitante de Nueva York, París, Londres o Madrid se enfrenta a diario. No son tema de conversación los precios de tal o cual cosa, pues hace 10 años que vale lo mismo. Ni el trabajo, pues el mundo desarrollado, pese a los avances de la tecnología, vive un auge del empleo sin precedentes. Ni las tarifas, ni la corrupción, ni los jueces. Incluso los turistas dejan caer la valla de la precaución contra la inseguridad ni bien ponen pie en otro país. Ni es un tema de conversación una alianza política o una candidatura. Eso queda para los medios especializados, para lo que acá llamamos el círculo rojo. Porque para los demás, gane quien gane será poco lo que cambie.

En Argentina, los precios, las tarifas, la inseguridad, las trapisondas de los jueces, son temas del habla cotidiana. Inundan diarios, radios, televisión y redes sociales. Pero también se siente en la piel la ansiedad que generan la inflación, el desempleo y la inseguridad.

Parecería haber algo innato en la personalidad argentina que nos impide preferir la normalidad

Y, para colmo, están la política y las elecciones. Un juego de pocos preocupados mucho más por sí mismos que por la sociedad. Esta semana lanzó su candidatura Cristina Fernández, con la curiosidad de que lo hizo como vicepresidente de Alberto Fernández. Un jaque al que respondieron los otros dirigentes peronistas y que desató un revuelo en la coalición Cambiemos y una usina de especulaciones y rumores en la prensa. Al parecer, cada día nos estamos jugando un asunto de vida o muerte. Es que probablemente sea así.

Parecería haber algo innato en la personalidad argentina que nos impide preferir la normalidad. Quizás seamos tan cómodos como para que la mediocridad conocida nos baste, y para que consideremos a la histeria y a la ansiedad como combustibles. O, quizás, no estemos dispuestos a sufrir lo necesario para traspasar el umbral del desarrollo. El que, además de las estadísticas, cabe medir por los temas que ocupan el día a día de la gente.

Hace muchos años, cuando viajar no era algo tan usual, un ingenioso observador sugería que en Ezeiza existía una “máquina de los sueños”, que nos hacía creer que existían esos otros lugares mejores y que los podíamos visitar, aunque en realidad eran una utopía. Es probable que esa máquina todavía exista. Si no existiera, sería inentendible que insistamos en alejarnos cada vez más de ellos, aunque cada vez viajamos y los conocemos más.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa