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Viva la Revolución Bolivariana (?). La crónica dirá que el domingo se celebraron nuevas elecciones parlamentarias en Venezuela. Nicolás Maduro y sus secuaces, unidos bajo la coalición denominada como Gran Polo Patriótico, obtuvieron aproximadamente el 70% de los votos. El dato peculiar es que se presentó a los comicios menos de 30% del electorado. Opositores, neutrales y hasta algunos grupos chavistas decidieron no ser partícipes de esta farsa.

¿Cómo comprender los pasos y la estrategia del desgastado presidente Maduro? ¿Qué se puede decir de la oposición o de los venezolanos en general? ¿Y la comunidad internacional? ¿Cuál es la última enseñanza que nos queda a los argentinos?

Desde hacía algunos días que los principales líderes de la oposición -Leopoldo López, Juan Guaidó, Henrique Capriles, Henry Ramos Allup, Jesús Torrealba o Corina Machado, entre otros-, venían anunciando un posible fraude y alentando a boicotear los comicios. A su manera, esta oposición descoordinada y con más dudas que certezas, con más fracasos que éxitos, logró su cometido. Centros de votación desolados, más filas para cargar combustible que para elegir a los nuevos representantes de la Asamblea Nacional y una comunidad internacional que no cedió contra el montaje preparado por el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), el Gran Polo Patriótico en general y el Consejo Nacional Electoral.

Por su parte, Maduro y la nomenklatura chavista celebraron una nueva victoria en medio de una elección donde participó menos gente que en la anterior ocasión (las elecciones presidenciales de 2018), cuando fue a votar solo 48,5% de los habilitados para hacerlo. El sucesor de Chávez había declarado que si perdía en esta contienda, daría un paso al costado.

Para su alegría, una más luego de la auspiciosa creación de la súper molécula que elimina el coronavirus (avalada por cero miembros de la comunidad científica), la alianza que lo respalda obtuvo una abrumadora mayoría de los votos de ese puñado de personas que participó. Esto le permitiría recuperar la mayoría en el Poder Legislativo, que estaba en manos de la oposición desde 2015. Más increíble aún: la elección fue avalada por veedores de más que dudosa imparcialidad, como los expresidentes José Luis Rodríguez Zapatero (España), Evo Morales (Bolivia) y Rafael Correa (Ecuador) y enviados del ayatola iraní o el dictador de Corea del Norte. Una nueva victoria en la democracia bolivariana, ¿no?

No es la primera vez que la oposición decide no participar en las elecciones. Ya lo había hecho en 2018, como mencionamos anteriormente, y en algunas oportunidades cuando Hugo Rafael Chávez Frías era el presidente de Venezuela. ¿Déjà vu? No parece. Son situaciones incomparables: Chávez era un líder realmente popular, que comandaba un país que disfrutaba del alza de los precios del petróleo y creía en la revolución, en la nueva izquierda y en las políticas públicas irresponsables. Además, la abstención no era significativa. Nada es igual desde que él murió. Venezuela está sumergida en una crisis sin precedentes producto de una sumatoria de irresponsabilidades, Maduro es un líder que carece de suficiente legitimidad desde las fraudulentas elecciones de 2013, la abstención electoral es llamativa y muchos actores de peso, como la Unión Europea, la Organización de Estados Americanos (OEA) o Estados Unidos se empecinaron con deslegitimar los comicios.

Esto no le impediría al polémico Presidente y al chavismo recuperar el control en una institución importante como la Asamblea Nacional, y avanzar con su agenda sin algunas trabas que se le presentaron en estos últimos años y sin presidentes encargados, como lo fue Guaidó. Eso sí, habrá que observar cómo sigue trabajando la oposición. El problema allí es que, a diferencia de lo ocurría en 2015, ya no se muestra unida a la hora de encontrar posibles candidatos o posibles soluciones.

El entusiasmo surgido a partir del momento en el que Juan Guaidó fuera anunciado como Presidente encargado de Venezuela, luego de un cabildo abierto llevado a cabo en enero de 2019, se esfumó en poco menos de dos años. Las divisiones se tornaron más notorias, con críticas hacia el flamante presidente por parte de figuras como Capriles o Corina Machado, que en un principio no toleraban que hubiese un nuevo boicot electoral, ya que esa estrategia no había sido exitosa en tiempos anteriores.

Lo importante aquí, más allá de este proceso electoral poco relevante, pues estamos hablando de una dictadura, es que la oposición venezolana nunca estuvo a la altura de las circunstancias. Por incompetencia o por conveniencia. Jugaron a destiempo en diferentes elecciones, convocaron marchas multitudinarias pero no supieron canalizar políticamente lo expresado por la gente, estuvieron divididos mucho tiempo, optaron por negociar o dialogar con la dictadura chavista en vez de enfrentarla a destajo y nunca proveyeron soluciones reales para salir del caos. Los resultados, a la vista: Maduro sigue al mando en el Palacio de Miraflores a pesar de todo, parece algo más firme que en tiempos anteriores a la presidencia alternativa de Guaidó y no tiene enfrente un enemigo digno y dispuesto.

No hay espacio para negociar o lograr una salida pacífica de la narcodictadura. Guaidó, Capriles y todos los demás han sido funcionales al chavismo, no han sido oposición real y estuvieron más preocupados por el apoyo diplomático de cartón que por vencer a Diosdado Cabello, Nicolás Maduro y demás. Por ahora pueden mostrar algún destello de capital político gracias a que la gente parece harta del calvario que vive Venezuela desde hace 20 años.

Los venezolanos fueron los que decidieron no votar, no ser parte del fraude. Lo lograron. Lograron también sobrevivir durante estos años, en medio de una hiperinflación imparable (contrarrestada con una dolarización tácita), una emigración masiva (al menos 4 millones de venezolanos abandonaron su país), con escasez de recursos, con una crisis sanitaria y con falta de esperanzas para despegar desde las penumbras. Las protestas de años anteriores, que ocupaban autopistas enteras, poco sirvieron más que para evidenciar el deseo de represión de parte del gobierno. Ni el pueblo ni la política opositora veían con buenos ojos una intervención externa, y optaron por presionar diplomática o discursivamente. Maduro nunca cedió, por lo que la única herramienta que le queda a este pueblo golpeado es no acceder a montajes electorales como el del domingo pasado y no permitir que se legitime a Maduro.

Por último, se puede decir que los otros que se adelantaron a la hora de deslegitimar las elecciones parlamentarias del día domingo fueron los miembros de la comunidad internacional. Es casi una obligación de rutina a la hora de combatir a la revolución bolivariana del siglo XXI. Salvo excepciones, como los líderes de la nueva izquierda hispanoamericana o los que profesan ideologías distópicas alrededor del mundo, se reconoce a nivel internacional que Venezuela es víctima de una sucesión de desastres y que es necesario criticar a los principales responsables. Una y otra vez.

En cuanto a una posible intervención extranjera, se ha dicho que hubo un intento similar al de la Bahía de los Cochinos en Cuba, pero poco se sabe de ello. De todas formas, casi toda Venezuela (desde opositores hasta oficialistas) y muchos dirigentes políticos consideran que es exagerado pensar en esa posibilidad. Confían, aún en los albores de 2021, que una salida pacífica es posible. El fracaso es cada vez más rotundo.

Es evidente entonces que el discurso de la Venezuela antiimperialista de Chávez y Maduro endulzó los oídos de muchos, a pesar de que el país quedó en manos de China, Rusia e Irán. El rechazo a ser una colonia es selectivo y solo tiene que ver con Estados Unidos, ya que los países previamente mencionados respaldan a la dictadura en diferentes sentidos. Son estos países también, en conjunto con otros dirigentes políticos de dudosa reputación moral y algunos productores de petróleo que sacan ventaja con la decadencia venezolana, los que hacen de veedores y avalan un fraude como el que se preparó para el día domingo.

Este repaso sobre los intereses, actores y decisiones que giran en torno a lo ocurrido este domingo 6 de diciembre muestran, una vez más, que Venezuela aún está lejos de ser un mejor país. Su economía, precaria, sufrió el revés del coronavirus como pocas, y tardará en mostrar indicadores auspiciosos. La democracia, luego de la pseudo-victoria chavista, y teniendo en cuenta la pasividad que reina a la hora de luchar seriamente por ella, no volverá en el corto plazo (ojalá me equivoque).

La enseñanza última es que todo puede empeorar, aunque no parezca. A medida que uno se adentra en el fondo del pozo, la recuperación es mucho más lenta y los sacrificios necesarios son cada vez mayores. Venezuela es prueba de ello y debemos tenerlo presente aquí, en Argentina, donde venimos caminando por la cuerda floja desde hace ya muchos años.
Fuente: El Entre Ríos

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