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Comenzamos por recordar la situación vivida en Concordia un pasado fin de semana en el que hubo dos muertos en episodios de violencia, uno en un accidente de tránsito y tres heridos de armas blancas y de fuego, además de cuatro suicidios. En lo que es una clara señal de una comunidad en un alto grado de desintegración, no solo social sino con evidentes implicancias en las personalidades individuales.

No se trata de cargar la romana con lo que acontece en esa ciudad, situación que en diversa medida, aunque el de Concordia es un caso icónico, se ve repetida en otras localidades de nuestra provincia, entre las que cabe mencionar a Paraná y Concepción del Uruguay a modo de ejemplo.

No nos referimos a la situación que se vive en localidades del Departamento Colón, comenzando por la cabecera, no solo por el hecho de que es más fácil atender a la paja en el ojo ajeno que a la viga en el propio, sino porque además estimamos que las situaciones no son, en el caso de los núcleos urbanos de la comarca, comparables con los que muestran las ciudades con mayor población en nuestra provincia, atento al mayor grado de complejidad de los problemas que allí deben enfrentarse.

Y es precisamente esa diferencia la que debería impedir no solo el contagio con lo que en aquellas ciudades ocurre sino dar un paso más adelante, logrando en nuestros pueblos una integración más plena. Indudablemente, al no tratarse de iguales situaciones en todas ellas, no es posible plantear ni aplicar la misma metodología para alcanzar las mismas metas.

A ese respecto cabría señalar, haciendo abstracción de nuestra falta de conocimientos en ciencias sociales que, al menos a ojo de buen cubero, es Villa Elisa la localidad de la comarca que parece como las más integrada -más allá de todas las inquinas y recelos propios de “un infernillo grande”- y El Brillante una suerte de “localidad satélite de San José”, ya que si por una parte tiene con ella un vínculo simbiótico es a la vez algo diferente, lo que habría que colocar en el otro extremo.

Un lugar aparte ocupa Pueblo Liebig, que de ser una “proto ciudad factoría”, está a la búsqueda de una meta que le permita salir de la peligrosa situación que hoy enfrenta, la que en gran parte oscila entre ser un núcleo urbano “dormitorio” y el hogar de trabajadores jubilados de la fábrica que allí funcionaba y todavía viven allí.

Y ¿qué es lo que queremos decir con eso de convertirnos en una “comunidad integrada”? Que en todos los casos lo somos a medias, y aún menos, porque cuesta serlo si no lo es del todo.

En primer lugar recuperar, y en su caso adquirir, el sentido de pertenencia, que es propio de toda persona que debe considerase tal, en cuanto lo primero para volverse “ciudadano”, en el sentido no político del término, es echar raíces en lo que debiera representar su lugar en el mundo, ya por nacimiento, o por afincamiento.

Y ello significa empezar por concebir a nuestras ciudades como una única sociedad que sigue viva a través de sucesivas generaciones y hasta con pretensiones de una imposible inmortalidad, y no como lo que representan poblaciones que, con cada vez mayor solución de continuidad, aparecen y son similares a estratos geológicos, que apenas si se confunden con la capa sobre la que se asientan, y las que los terminarán por cubrir.

Lo que es lo mismo que decir ciudades que no solo tienen historia, sino que cuidan la manera de preservarla y mantenerla viva.

Se hace también indispensable asegurar la pervivencia de las sociedades intermedias que en ellas existen, a la vez que fomentar la formación de otros núcleos con afinidades comunes, de manera que el simple amuchamiento se convierta en una “sociabilidad” abierta.

Y por sobre todo hay que acudir en búsqueda de aquellos que se “sienten aparte”, y que así se conciben porque lo están, en diversos grados y formas haciendo propios los que en apariencia eran solo sus problemas, y buscar para ellos soluciones en las que se entremezclen las acciones individuales y colectivas.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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