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Las coordenadas indican que esto es una iglesia, que acá atrás está el salón donde dictan clases de catequesis y allá adelante el lugar donde se dicen misas, pero ahora mismo en todo este sitio hace un calor del infierno: son las cinco de la tarde de un martes de marzo y en este cuadrilátero rodeado de paredes de ladrillo, puertas de chapa y nada de ventilación, el sol hace estragos.

En un salón casi en penumbras cuatro mujeres hornean milanesas con todas las estufas encendidas, la vianda para doscientas bocas, y, al lado, dos aulas asoman detrás de unas ventanas cubiertas con rejas: es la Escuela “Pablo Tarso”, una iniciativa que empezó en 2014 con 14 alumnos, y muchas expectativas, pero que ahora tiene 43 estudiantes y la sensación de que se constituirá en un refugio educativo para chicos que, de otro modo, no tienen demasiado que esperar de la vida.

“La escuela se fue gestando en 2013, cuando yo no estaba acá, sino que estaba en San José Obrero”, dice el cura Germán Pablo Brusa, vicario de la Parroquia “Cristo Peregrino”, responsable del proyecto de la Escuela “Pablo Tarso” y de la capilla “San Martín de Porres”, en el barrio “Anacleto Medina”.

La escuela funciona en un salón de la capilla, adoptó el ideario de las escuelas sociales de los curas villeros de Buenos Aires pero surgió sobre la base de las necesidades locales: después del cierre del secundario de la Escuela Privada “San Antonio María Gianelli”.

Parece que es toda idea tuya la escuela… “Era preocupación. Cuando vine acá por primera vez, en 2011, me entero del cierre de la Escuela Gianelli, que para mí fue un error. A mí me impactó mucho ese cierre: era una contradicción muy fuerte cerrar una escuela católica. No solamente por lo humano, lo que significa cerrar una escuela, sino en lo pastoral, era un modo de llegar a los jóvenes”.

“Empecé una búsqueda, charlé mucho con amigos. Así empezó el trabajo de armar el proyecto, y la fundación que sostiene el proyecto. Lo mío fue la preocupación y transmitirla a amigos que tenían la misma preocupación. Así se fue gestando. Y cuando esto tomó cuerpo, el año pasado, ahí es donde el obispo me manda acá”, recordó.

Se recibió un día equivocado

Pero antes de todo eso, ser trasladado desde San José Obrero a Cristo Peregrino, antes de que tuviera la idea de armar una escuela social en un barrio pobre, antes de vestir hábito de sacerdote, Germán Pablo Brusa estaba en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER). Estudiaba para bioingeniero: fue bioingeniero.

En la facultad, militó en el centro de estudiantes, integró La Nueva Corriente, fue consejero estudiantil, ayudante de cátedra. Se recibió un día equivocado: el 20 de diciembre de 2001.

Me recibí en pleno estado de sitio. Una hora después de que presenté el proyecto final, (el expresidente Fernando) De la Rúa salía en helicóptero de la Casa Rosada.

¿Ejerciste como bioingeniero? “No, porque en marzo de 2002 entré al Seminario. La decisión estaba tomada hacía rato. Trabajé si como docente mientras estudiaba, como ayudante y como jefe de trabajos prácticos. Esa fue la experiencia laboral que tuve desde la bioingeniería”.

¿Cómo se dio la vocación sacerdotal? “Dos años antes de terminar la carrera, empezó una pregunta hacia donde me enfocaba. Yo ya estaba en el tema de iglesia, porque participaba mucho de la vida de parroquia, en la Acción Católica. Ahí empiezo a profundizar esa búsqueda. Pensé, al principio, que podría ser sólo una tentación, y me resistí un poco”.

“Me lo dijo un cura: un muchacho que siempre está en grupos de parroquia, que se le ocurra ser cura puede ser tentación. Entonces, decidí alejarme de la vida de parroquia, dejé de participar, dejé todo. Me aboqué más a la facultad, estuve en el centro de estudiantes, como consejero estudiantil”, mencionó y admitió: “pero pasaba que los vagos tenían un problema, y venían a hablar conmigo. No podía escaparme”.

Admitió, entonces, que “eso fue lo que me hizo un click. Incluso, yo estaba con esta confusión: ¿será así? Un amigo comunista, me dice: “Por algo Dios te puso en esto”. Y ya no tuve dudas”.

El “providencial” encuentro con Pepe

Germán Brusa nació un día de noviembre de 1971 en San Martín de las Escobas, provincia de Sante Fe, aunque se radicó en Paraná para iniciar la carrera de bioingeniero.

Acá se quedó, aunque la vida de cura lo llevó por Hasenkamp y también por Villaguay, lugar este último adonde conoció al cura José “Pepe” Di Paola, responsable de la pastoral de las villas en Buenos Aires.

¿Fue la semilla para iniciar la escuela social? “La relación con los curas villeros fue providencial. Al padre Pepe lo conocí en Villaguay. Charlamos. Me dio muy buena impresión. Y cuando vengo acá, me encuentro con esto que sucede con la Gianelli, que no hay escuela secundaria en el barrio, y los jóvenes que están en la calle. Supe que había que hacer algo, pero no supe mucho qué hacer y a medida que fui hablando con amigos fue surgiendo la idea”.

¿Cómo es trabajar acá, en la capilla y la escuela? “Acá lo que se necesita es estar siempre dispuesto a aprender. Esa es la cuestión. Pienso que así es en todos lados: yo acá estoy aprendiendo continuamente. Son lugares con mucha dinámica”.

La escuela ha pasado por algunos inconvenientes: soportó un incendio a poco de empezar el año escolar. ¿Nunca se bajan los brazos? “Sí, más vale. Más de una vez me dieron ganas de tirar la toalla. Más de una vez me dije para qué me metí en esto. Tuvimos momentos difíciles, y lo seguimos teniendo. Pero los momentos difíciles son lo que a uno lo confirman. Esto es algo de Dios”.

“El problema es que los chicos están en la calle”

La habitación tiene muebles viejos, ningún ventilador, una Virgen, un Cristo, un san Expedito, un aguamanil, la puerta entornada. Desde afuera, llega un alboroto: dos mujeres se putean en voz alta. “Se armó la gresca”, dice el cura, se levanta, cierra la puerta, y la charla sigue.

¿Qué es lo más complicado de estar en este lugar? ¿La droga? “La droga no es el problema. El problema son los chicos en situación de calle, en estado de vulnerabilidad. Ese sí es el problema. Y en eso, sí, es como que la tenés que remar. Acá la gente no tiene las mismas oportunidades que en otras comunidades. Y otra cosa que encontramos en enero, cuando hicimos la misión, fue a muchos enfermos postrados”.

¿Y qué hacés frente a todo eso? “¿Cómo uno como cura se puede situar? Yo no tengo la misión de reformador social. No es mi trabajo específico. Uno trata de consolar, estimular para que no se queden. Pero siempre situado en el rol de pastor”.

¿Qué es lo que frustra? “El límite. Pero la experiencia del límite es saludable”. ¿Qué límite? “El límite humano. Que uno no es Dios. La experiencia del límite a uno le da la capacidad para irse. Yo no soy omnipotente, soy un ser necesitado. Necesito el amigo, la comunidad, la familia. La experiencia de la necesidad te abre a la relación con otros. Me ha dado fuerza para seguir caminando, y equivocarme también”.

Sorprende que no pongas en primer lugar el problema de la droga. “Es que yo considero que la droga no es el problema. El problema es la realidad de los chicos que están en la calle, que han perdido el sentido de la vida. Hay suicidios acá. Hay jóvenes que se matan entre ellos. La vida no vale. Hablas con algunos gurises, y ya está jugada la cosa para ellos. Es morir o matar. Es así”.

Aprender

Germán Brusa dice que le tocó desenvolverse en cuestiones sociales sin haberlo pensado mucho antes. Y que la experiencia le dio mucho. “Nunca fui un entendido. Me tocó estar en esta”, explica y agrega: “no es que yo estudié ciencias sociales. He tenido que ir aprendiendo. He aprendido de otros. Uno va escuchando y aprendiendo. No ha sido mi preparación”.


La Escuela Pablo Tarso avanza cada año, y cada año que avanza, imagino, debe ser una complicación más. “Sí, son nuevos desafíos. El año pasado el desafío fue institucionalizar la escuela. Nosotros arrancamos, y nadie nos veía como escuela. Teníamos claro que esto era una escuela. Pero hasta los mismos chicos que empezaron pensaron la escuela como un espacio para los que quedaron sin bancos A medida que se fue avanzando, y llegó el reconocimiento, y tuvimos estructura de escuela, se logró la institucionalización. El año pasado terminamos como institución. Ahora, el desafío es el edificio. Ampliarse”.

¿Imaginas dar un paso al costado, dejar que la escuela siga sin vos? “Sería saludable hacerlo. La gran lección que uno aprendió del padre Pepe es que él se ha desapropiado de su obra”.
Fuente: El Diario de Paraná.

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