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Podría decirse que el gobierno tras los sofocones económicos de los primeros meses del año había ingresado en una etapa de calma chicha, aunque más no fuera de una manera relativa. Inclusive se estuvo frente a noticias que parecían mostrar que, al menos por una vez en mucho tiempo, los astros emitían señales alentadoras. Se había arribado luego de una infinidad de días, adobado por repetidos anuncios fallidos anteriores de nuestro gobierno, en el que se expresaba su determinación de alcanzar un arreglo con el denominado Club de Paris, todos ellos terminados en vía muerta; el presidente ruso Putin había formulado una invitación a la nuestra para que participara en la reunión de otro club más simpático como es que integran los países del grupo Brics (Brasil, India, China y África del Sur, a llevarse a cabo en la ciudad brasileña de Fortaleza el próximo 15 de julio); al mismo tiempo que un medio yanqui Forbes se había, mal que le pese, obligado a ubicar a Cristina entre las veinte mujeres con más poder en todo el planeta tierra.

Pero todo ese verdadero castillo de naipes pareció derrumbase, cuando comenzó a circular la exageradamente conmocionante noticia de que el vicepresidente Amado había sido llamado a prestar indagatoria por entender que en su momento, y aprovechando su cercanía con la cúspide del poder, había maniobrado con temeraria y en apariencia inteligente audacia con el objeto “de quedarse” con la empresa tipográfica Ciccone. La que como es sabido tenía y tiene como cliente principalísimo al Estado nacional, una de las circunstancias que viene a explicar el hecho que –al menos antes de que con su expropiación el gobierno pasara a ser su propietario- siga sin decidirse la impresión de billetes de quinientos pesos. Todo ello a pesar que no pasará mucho tiempo, al paso que vamos, que “los de cien”, convertidos en la práctica cada vez más en la “moneda única” -ya que las de menor valor ya ni los chicos la quieren- en sus variantes “Roca” o “Eva” ya no alcancen no solo para llenar el carrito del supermercado (algo que ya parece lejana historia) sino para adquirir un paquete de caramelos.

Y cuando hacíamos referencia al verdadero emperramiento gubernamental de no emitir los “billetes de quinientos”, no ignoramos que ha pesado sobre todo la intención de disimular que la depreciación de nuestro peso trae como consecuencia la emisión de billetes de mayor monto –nos resistimos por no considerar adecuado utilizar cualquier palabras que vincule al “peso” con “valor”.

Pero también sin dejar de suponer que de esa manera –de haber seguido funcionando la misma Ciccone en manos privadas aunque reciclada- la posibilidad no ya de poder “comprar cinco al precio de uno”, sino de emitir billetes “pagando uno por lo que ahora se paga por cinco” iba a resultar un mal negocio para los imprenteros.

Inclusive hasta estamos convencidos que los más recalcitrantes quejosos con el actual “modelo”, en el fondo se mostrarían satisfechos por contar con billetes de quinientos pesos llevando impreso en su anverso el rostro del finado esposo de la Presidenta. Algo que se explica, si se tiene en cuenta que es cada vez mayor el número de espacios públicos y objetos u obras de similar carácter, que llevan su nombre, así tanto bautizados como re-bautizados, nuestros quejosos, resignadamente, admitirán aquello de “que le hace una mancha más la tigre”….

En realidad lo que pretendemos remarcar en la ocasión, es que las circunstancias arriba referidas no son merecedoras ni de una alegría exultante, ni de una súbita depresión. Es que el acuerdo, no del todo cerrado o todavía con los “clubmen” parisinos, ya que ellos lo tendrán por tal solo después que paguemos la primera cuota, no puede ser mentirosamente presentado como la victoriosa conclusión de una epopeya épica; ni que la posibilidad de Cristina de codease con los grandes (menos con Obama), podría quedar diluida como resultas de la aviesa intención de Dilma de invitar a la reunión de Fortaleza a los primeros mandatarios de los países que integran el Unasur, y en cuanto a lo que se refiere al poder de Cristina lo único que en realidad a los que aquí vivimos nos preocupa, tanto o más que el poder que ella tiene, es la forma en que lo ejerce.

Y atendiendo al Boudou amado, la existencia de hechos que lo incriminan no puede sorprender a nadie, máxime cuando –y ello es verdejamente grave- hace tiempo que en nuestro país se ha dejado de ser tomado en serio aquello de la “presunción de inocencia”, dada la aberrante circunstancia de que todos consideramos casi como natural asumir el papel de jueces de vidas ajenas y actuar como tales.

Algo que sí en cambio resulta grave, es la versión nada inverosímil de que ese llamado a prestar declaración indagatoria se precipitó poco menos que entre gallos y medias noches, por cuanto en ámbitos judiciales corría la versión de que el juez de la causa Ciccone iba a ser también descabezado, como antes ocurrió con el Procurador de la Nación Righi, el juez Rafecas y el Fiscal Rívoli, de no haber resistido los camaristas que tienen que controlar y en su caso sancionar al juez de la causa a incontables presiones que ellos habrían sufrido, por parte de funcionarios oficialistas. En fin, cosas que han pasado y que seguramente volverán a pasar.

De allí que lo realmente grave sea que a los ojos del mundo la “Argentina sea un país en situación de sospecha”. La Argentina toda e incluso cualquiera de los que lo somos. Una circunstancia de la que estamos obligados a ser conscientes, ya que lo peor que podemos hacer es pretender frente a ella hacer como esos tres monos de las estatuillas que ni oyen, ni hablan, ven ni hablan (aunque en nuestro caso, podríamos prescindir de la tercera, sin dejar de admitir que muchas veces lo más cuerdo sería que calláramos), ya que el estado de cosas así presentado no es sino un peso muerto del que va a costar desprendernos al tiempo de hacer el esfuerzo necesario, y que esperamos exitoso, de comenzar a remontar la cuesta y a mostrar como lo que en realidad debiéramos ser.

De allí que vendría como anillo al dedo a nuestra situación, el apotegma sanmartiniano aquel que nos advierte que “serás lo que debas ser o sino no serás nada”.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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