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Esa especie de niebla oscura se disipó muy de a poco para darle paso a las formas extrañas. Allí había tubos, guardapolvos blancos y un sinfín de objetos metalizados. "¿Qué estoy haciendo en una fábrica de quesos?", se preguntó Mariana desorientada. Y a continuación, sintió un dolor intenso, uno que jamás creyó que podría existir.

Mariana acaba de despertar de un coma profundo y por supuesto que no estaba en una fábrica. Hacía mucho tiempo que estaba en el hospital; hacía ya varias semanas que estaba librando la batalla más importante de su existencia.

Vivir

El domingo 20 de mayo del año 2012 amaneció soleado. Ese día, Edgardo miró a Mariana con amor y le dijo que después de ir juntos a ver una forestación que a él le interesaba, quería hablar de su futuro, de su maternidad. Hacía más de 13 años que compartían la vida y, a pesar de que él era viudo con dos hijas, creía que ella se merecía cumplir sus deseos de ser madre.

En el auto iban ellos, su suegra y un perro caniche. Hablaron de los proyectos y rieron mucho durante todo el trayecto. Mariana no recuerda más, sólo un golpe. Después, su despertar en el hospital.

A pesar de que todos iban con los cinturones de seguridad puestos, Edgardo, su madre e incluso el perro, murieron en el acto. El impacto fue aproximadamente a las 15 hs pero, por la complejidad de la situación, lograron sacar los cuerpos unas horas más tarde. El parte indicaba que no había sobrevivientes y que había sido un accidente fatal. Pero, de pronto, uno de los bomberos pudo oír una leve respiración y descubrió lo impensado: Mariana estaba viva.

Las expectativas de vida de Mariana eran casi nulas. Su traumatismo de cráneo era extremadamente severo, tenía los maxilares del rostro rotos y el brazo y la muñeca izquierda destrozados. Por la complejidad de su cuadro, un traslado a Buenos Aires no era opción, por lo que finalmente decidieron internarla en La Entrerriana de Paraná. Ese espacio se convirtió en su segundo hogar y su equipo médico, en los hombres y mujeres a quienes ella les estará agradecida de por vida.

El día en el que Mariana despertó del coma, no podía hablar, apenas podía moverse y, por supuesto, no podía caminar. Los médicos le dijeron que era un milagro y que su resiliencia había despertado potente, para salvarla. A partir de allí, comenzaron las incontables cirugías reconstructivas. En una serie de intervenciones, le restauraron el rostro, el brazo izquierdo, la muñeca y mucho más. "Soy una mujer robot", bromea Mariana hoy, con su sonrisa contagiosa y permanente.

La segunda vida

Salió del hospital con un peso extremadamente bajo y no menstruaba. Gracias a la compañía de ese equipo médico fantástico y de una familia incondicional, Mariana, muy de a poco, comenzó a transitar su segunda vida. Como sus cuerdas vocales estaban atrofiadas, tuvo que volver a aprender a hablar. Tampoco se acordaba cómo escribir y, por eso, sus primeros trazos fueron infantiles. Todo lo hacía como una niña y, muy pero muy de a poco, volvió a crecer.

Mariana regresó a su ciudad, Concordia, después de mucho tiempo. Allí le contaron que su pareja y la madre de él habían muerto. No se lo habían dicho antes para no perturbarla en su delicada recuperación. Ella, en algún lado de su corazón, ya lo había intuido mucho tiempo atrás. Fueron días duros. El amor de su mamá, de su hermana Natalia, de su cuñado Gonzalo, su sobrino Francesco e inclusive de toda su ciudad, fueron su motor indispensable.

"Esto se trata de poner muchas ganas", dice Mariana, "Pero, por sobre todo, se trata del amor. El amor fue la dosis que necesitaba para estar hoy tan bien."

Así, un día, ella también pudo regresar a trabajar. Y aunque tiene mucho metal en su cuerpo, aunque sólo puede lavarse el pelo con una mano, a pesar de que no puede comer cosas duras y de que todavía necesita que le corten la comida, ella agradece con todo su corazón su segunda vida.

Estamos sólo de paso

"Le agradezco a la vida todos los días; le sonrío a la vida todos los días. Mucha gente se moja con la lluvia pero no la siente. Yo hoy siento la lluvia, siento el frío, siento el calor, siento todo. Me permito erizarme por todo. Esta prueba me sirvió para saborear la vida, para disfrutarla, para olerla, para ser más espectadora y mejor observadora de las cosas", resaltó.

"Estamos sólo de paso, estamos sólo por un instante y la gente no es consciente de eso. Aprendí que uno tiene que tratar de vivir lo mejor posible, en paz, con tranquilidad, tratando de dar lo mejor para irse mejor de lo que vino", enseñó y agregó que "estoy viviendo mi segunda vida. Una que me enseñó y de la cual sé que tengo que seguir aprendiendo muchas cosas", reflexiona Mariana, convencida de que cuando uno supera situaciones emocionales muy traumáticas, resurge de entre las cenizas fortalecido.

"Prohibido rendirse", quiere decirle hoy Mariana al mundo, " El único impedimento es cuando ya no hay vida. Después hay que ponerle ganas. La vida está llena de colores y uno le puede poner más color aún. Cuando salí del sanatorio, me prometí que lo iba a hacer para ser muy feliz. Por eso, aprendí a caminar y no a correr a la vida. A disfrutar de lo más simple. De eso se trata este rato por acá. Siento agradecimiento eterno y, en cada oportunidad posible brindo por aquello tan simple que por un momento me fue negado: brindo por muchas sonrisas más."
Fuente: Diario La Nación.

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