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Ángel nació en Galarza en 1962. Desde 1995 vive en Gualeguaychú y hace 16 años es empleado municipal. En el 1982 estuvo 75 días en Malvinas, y cuenta cómo vivió esos difíciles momentos de nuestro país.

Tenía 19 años cuando ingresó obligatoriamente a “la colimba”, estaba de novio, trabajaba 8 horas por día y jugaba al vóley. “La clase nuestra fue muy diferente a todas las otras, yo pienso que el conflicto ya estaba armado mucho tiempo antes”, expresó Telma.

“Normalmente, tenés clases dos meses en Ezeiza y después estás todo el año en el regimiento, estuvimos dos meses, después nos llevaron 15 días más a Campo de Mayo y después a General Hacha en La Pampa, donde caminamos dos días por el desierto haciendo simulacro de combate con todo el equipamiento que se utiliza para combatir”, agregó.

En el simulacro de combate en La Pampa, cruzaron el desierto de punta a punta, y al final del recorrido se había instalado una trinchera en otro regimiento y ellos tuvieron que simular caer de sorpresa, como si realmente estuviese combatiendo. “Lo más sorprendente fue que en un momento hicieron un ataque aéreo, por eso digo que ya estaba todo armado, nos estaban preparando”, expresó.

Al volver a Buenos Aires, estuvieron encuartelados dos meses, sin visitas, sin salidas, otra señal de que algo se estaba gestando en el exterior. “Una noche nos dijeron que teníamos que prepararnos para alistamiento para combate, era un sábado a las 3 de la madrugada, y ahí partimos en camiones a Campo de Mayo”, contó el ex combatiente.

“Al llegar a Campo de Mayo, subimos a un avión sin asiento, todos sentados en el piso, con rumbo a Río Gallegos, y de ahí otros avión directo a Malvinas. Hacía dos meses que no veía a mi familia, y cuando mi hermana se enteró que había movimiento en el regimiento me fue a buscar, pero yo para ese momento ya estaba en suelo malvinense, no nos dieron chance de nada”, afirmó.
Los días en Malvinas
Telma llegó el 9 de abril a Malvinas y manifestó que en los primero tiempos pensaban que realmente no iba a pasar nada, no creyeron que los ingleses realmente llegaran hasta ese punto desde tan lejos. “Estábamos como en un camping, hasta que nos dijeron que teníamos que hacer trincheras, ahí nos dimos cuenta que la cosa se estaba poniendo fea, y se puso peor a fines de abril”, comentó.

“Las trincheras las tuvimos que hacer para arriba con palos y del color del piso para camuflar, para abajo nos encontrábamos con muchas piedras y no podías llegar a la cantidad de metros que necesitábamos en profundidad”, explicó.

El 1 de mayo, a las 4 de la madrugada, sintieron el primer vuelo rasante. A las 7, llegó el primer ataque. “El aeropuerto que teníamos cerca fue el primer ataque, lo hicieron pedazos, no quedó ningún radar tampoco”, contó y agregó: “después de eso, empezaron los ataques desde los barcos, todas las noches a partir de las 12. Los primeros días no sabíamos dónde meternos, pero como siempre atacaban a puntos estratégicos, nosotros no sufrimos ataques, el más cercano fue a 200 metros”.

“El estruendo es terrible y el silbido del misil cuando pasa no sólo que es terrible sino que es increíble. ‘Hay que resistir mientras tanto’- me dijo el teniente, cuando le pregunté por qué no atacábamos, me explicó que nuestras armas no llegaban a la distancia que estaban ellos”, expresó.

“La guerra nuestra fue contra el hambre y el frío, no sabíamos qué hacíamos, esa era una guerra para navegación y aérea, nada más”, sostuvo. “Pasábamos días enteros sin comer, y si había alerta roja de ataque aéreo no salían a llevarnos la comida, a veces te quedabas toda la noche despierto esperándola”, añadió.

“Por el frío tuve principio de congelamiento en manos y pies, se me dificultaba manipular el arma para limpiarla, no tenía tacto, no me respondían debidamente las manos”, comentó.
La rendición
Cuando los ingleses llegaron a la isla, entraron por el Estrecho San Carlos, del otro lado donde estaba Telma con sus compañeros. “Nosotros al lugar de combate llegamos el último día, porque fueron llamando a las otras compañías de mi regimiento primero. Salimos a las 4 de la mañana para el frente, llegamos a las 7 y la rendición se dio a las 12. Caían bombas por todos lados, tenemos suerte de estar hoy acá”, recordó.

“Al darnos la orden de replegar, yo cargaba el fusil, la radio y la antena, porque era además era radioperador. ‘Sáquese todo lo que le molesta para correr’ me dijo un sargento, así que arranqué a correr lo más rápido que pude”, contó.

“Cuando llegamos al pueblo, estuvimos 10 minutos y se apagó todo. Llegaron los ingleses al puerto, bajaron la bandera argentina y subieron la inglesa y ahí se dio alto el fuego”, agregó Telma. “El 14 de junio nos toman prisioneros, nos formaron, nos sacaron una foto (es la única foto que tiene en Malvinas) y nos hicieron dormir en un galpón”.

A los dos días, Telma ya estaba en la barcaza de regreso a su país. Recibieron atención médica, comida y calor. Contó que además del cordial trato de los ingleses, “nos explicaban que nosotros no estábamos ahí porque queríamos, y que sin embargo, ellos sí habían decidido formar parte del ejército, y se quedaron muy sorprendidos al vernos a nosotros ahí, tan chicos”, agregó.
El recibimiento
Dentro de todas las cosas que le sorprendieron a Telma en esos días, y que recuerda gratamente, fue el recibimiento al llegar al puerto de Madryn. “Fue algo maravilloso, la gente estaba con banderas y bombos, bajábamos corriendo de la barcaza porque tenía que volver a Malvinas, y al final el capitán, que era inglés, nos saludaba uno a uno”, rememoró.

“La gente te abrazaba, lloraba, nosotros no entendíamos nada, después de eso nos empezamos a dar cuenta de lo que realmente habíamos vivido. Nunca creímos que la gente estuviese enterada de lo que pasaba en Malvinas, estando tan lejos y con tecnologías distintas a las de hoy”, manifestó.

Una vez en tierra, en Puerto Madryn, Telma subió al camión que los llevó a Trelew, y después otro a Campo de Mayo. “La gente corría atrás de los camiones, se arrodillaba, hasta incluso quisieron arrancarme una cruz que llevaba en el cuello”, relató.
El después
“La colimba me partió al medio, te saca las ganas de todo, vos vivís tu vida con libertad y de golpe te meten en un lugar y no podés hacer nada”, manifestó. “Si no sos fuerte de la cabeza te mata, te cambia, ves otra realidad”, agregó.

Al llegar a Buenos Aires, Telma decidió irse junto a su hermano y tomar otros rumbos. Estuvo en Concordia hasta el ´87, y luego regresó a Gualeguay, cerca de su tierra natal. Allí conoció a Verónica, su mujer, mientras ella estudiaba Educación Física. Vivieron un tiempo en Buenos Aires, allí se casaron, y en 1995 se mudó a Gualeguaychú.

El 1 de marzo de 2001 se presentó en la Municipalidad y desde entonces cumple su trabajo diario para la comunidad. Tuvo dos hijos y expresó que está muy bien. “Mi familia me ayudó mucho a aislarme, a “desmalvinizarme” digo yo. Los años que viví en Concordia nunca dije que era ex combatiente, jamás hablé del tema. Tengo muchos compañeros que su cabeza aún sigue en Malvinas, yo la condición de ex combatiente la voy a llevar en mi corazón toda la vida, pero hay actividades post Malvinas que no comparto”, concluyó.

Ángel Telma, a pesar de buscar alejarse en determinados momentos de Malvinas, conserva una carpeta cuidadosamente ordenada donde se encuentran las cartas y los telegramas que recibía de su familia mientras estaba en la isla. Junto a ellas, una colección de revistas de la época, las medallas que vinieron después como reconocimiento, y la foto del día que los tomaron prisioneros, la única foto que tiene en Malvinas, que llegó a sus manos el año pasado, luego de 34 años. Ángel Telma es uno de estos tantos protagonistas de una triste parte de la historia de nuestro país, que aún sin vivir en el pasado, no se debe olvidar.
Fuente: Revista Municipal

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