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En tiempos de compras por catálogo y a través de páginas webs, aparece como una novedad la vuelta de los clásicos remates que, a juzgar por su cantidad de participantes, se encuentran lejos de extinguirse, pese al avance de las nuevas formas de comerciar.

Ya sea por tiempos de crisis, o que la cuestión simplemente pase por renovar algunos espacios de la casa, la acumulación de objetos en desuso suele generarse hasta en los hogares más organizados, convirtiéndose en meros estorbos cuando no cumplen otra función que la de acumuladores de suciedad.

Sin embargo, algo hace retener esas cosas en nuestro poder: la promesa que algún día será de nuestra utilidad, el miedo a dejar de tenerlo por una cuestión de costumbre o por el simple dejo de abandono que suele generarse en un rincón del garage o en “la piecita del fondo”.

En tal sentido, muebles, bicicletas, electrodomésticos, aberturas y antigüedades -de lo más variado- suelen viajar cada mes rumbo a Campo “El Cimarrón”, ubicado en la zona rural de Villa Elisa, donde desde hace años se llevan adelante remates.

Todo comienza con un aviso radial, en el que se anuncia a los interesados que deben anotar sus consignaciones y luego entregarlas en la previa del remate, para ser registradas y ubicadas en el predio, protegido por la imagen de la Medalla Milagrosa que alberga una gruta lindera a la tranquera.

El día elegido siempre es el domingo, jornada propicia para acercarse con toda la familia dispuesta a pasar varias horas al aire libre, compartiendo un buen almuerzo al mediodía, superando el siempre tedioso horario de la siesta y transcurriendo una tarde a puro remate.

Mazo en mano, el martillero recorre el predio trasladando su trono de un lado a otro, según lo disponga la ubicación de los elementos a rematar. Las apuestas generalmente parten de los 100 pesos, para dar inicio a un ida y vuelta de ofertas y contrapuntos -a través de pequeñas muecas que, muchas veces, se tornan imperceptibles- entre los asistentes hasta que, tras el mejor y último ofrecimiento, se escuche decir “fue y vendí” y las secretarias tomen nota del nombre del comprador.

Más allá de las ventas, que suelen variar de vez en cuando, sobre todo cuando se escucha al martillero repetir una y otra vez “¿No hay interés en este lote?”, el remate se ha convertido en un verdadero evento social que propicia el reencuentro de personas que, en ciertos casos, tal vez no se crucen por mucho tiempo o en otros ámbitos: los más chicos se ensucian inventando juegos para pasar el tiempo en el campo, mientras los más añejos buscan la sombra para compartir, mate de por medio, recuerdos de bueyes perdidos.

Al parecer, no se trata de una forma de compra y venta que haya venido para quedarse, ya que sería una afirmación injusta para con el papel protagónico que los remates de animales tuvieron en otros tiempos, pero sí parece haberse fortalecido para resistir en medio de una sociedad cada vez más “cómoda” y robotizada por el avasallamiento de la tecnología, que lo resuelve todo desde casa y a través de un click.
Fuente: El Entre Ríos

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