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A 9 años de la partida del Padre Andrés Servin, un verdadero santo que caminó –y camina- entre nosotros, reproducimos el escrito que apresuradamente publicáramos aquel doloroso 3 de noviembre de 2014: No esperen de estas líneas otra cosa que la urgencia por sacar fuera de mí sentimientos, vivencias, ideas, que confusamente galopan en mi corazón a poco de enterarme de la muerte de Andrés Servin.

Nada de lo que pueda decir de este verdadero santo que acaba de partir tiene pretensión alguna de ajustarse a la "objetividad" periodística.

Se fue un hombre enamorado de Cristo. Pero no de un Cristo abstracto, lejano, espiritual, sino de un Cristo encarnado en el hermano pobre y sufriente, el que vive entre tablas mal clavadas, casi a la intemperie. Por paradójico que parezca, Andrés veía a Cristo en los más débiles y los más débiles descubrían a Cristo en él.

El jueves último por la tarde me habló por teléfono. Se sentía aliviado porque se había destrabado la aprobación del cargo de la estimuladora temprana para la guardería, que por esas cosas de la burocracia, desde el Copnaf se negaban a validar.

Había leído un comentario hiriente de un lector de El Entre Ríos que traía a colación los casos de curas pedófilos y las riquezas de algunos sectores de la Iglesia. Andrés me pidió que le respondiera a ese anónimo lector, invitándolo a que lo visitara en la parroquia. No estaba enojado. No quería retarlo ni replicarle nada. Simplemente quería mostrarle, explicarle.

Un día antes había reunido al periodismo para hablar, con el último aliento de voz que le quedaba, de los 50 años del Hogar de Día Gruta de Lourdes.

En octubre había mandado una carta a los diarios, respondiendo a un dirigente que había acusado a la Iglesia de ser "cómplice del gobierno en el tema del narcotráfico". Allí deslizó, como al pasar, una metáfora extraordinaria: "La iglesia tiene una historia de 2.000 años, y como las aguas del río Uruguay, a veces la vemos turbia. Pero también las aguas del Uruguay nos llegan turbias después de recorrer 2.000 kilómetros, en los que la gente ha arrojado sus desperdicios y arrancado sus bosques.. Pero es la misma agua que va fecundando nuestros campos y calmando la sed de nuestros pueblos".

Sabía de la realidad del pecado en él, en todo hombre, y, por supuesto, en la Iglesia. Pero también sabía que el pecado no tenía la última palabra. Por eso esa mirada tierna hacia los demás, sin andar contándole las costillas a nadie, encarnando la misericordia.

¿A cuántos sepelios de chicos muertos en enfrentamientos entre bandas habrá asistido en los últimos años? Más de los que su corazón de padre podía resistir. Los despedía como a hijos, sin importar si el muerto había sido de uno u otro bando, "bueno" o "malo". Todos eran para él, simplemente, hijos de Dios.

En abril de este año tomó el micrófono para coordinar una asamblea en la calle, frente a la casa de Daiana, la mamá muerta en medio de un tiroteo al salir a la vereda a rescatar a su pequeño. Con su inconfundible voz grave y profunda, suplicaba a los vecinos que no se dejaran ganar por el odio y la sed de venganza, mientras algunos de ellos corrían a apedrear la casa de uno de los asesinos.

Allá en los tiempos de la severa crisis del 2001, lo recuerdo empecinado, porfiado, ingenua y divinamente porfiado, en lograr una mesa de diálogo en Concordia, que restañara el tejido social y que permitiera construir una verdadera comunidad.

Con frecuencia se acordaba de los años de la dictadura. Le dolían los desaparecidos de aquella época, aunque también -como lo hizo saber un 24 de marzo- le dolían los nuevos desaparecidos, los de la democracia, los de la exclusión, a la que definía como un muro infranqueable.

Cuando recién me radiqué en Concordia, me sorprendió que casi todas las personas comprometidos con la causa social en algún momento se habían vinculado con Andrés, se habían encontrado con él, y las huellas de ese encuentro eran perceptibles a simple vista.

¡En cuántas obras tuvo algo o mucho que ver! Aunque él diría que fue Dios y la comunidad. La escuela de la gruta, el comedor, la guardería, el centro San Andrés Apóstol, la Casa de los Gurises, la Casa de los Abuelos...

Nada de la realidad resultaba ajeno a su corazón. Lejos de esos curas que le esquivan a las definiciones políticas, Andrés se atrevía a pronunciarse, con firmeza pero a la vez tendiendo puentes. Meses antes de los saqueos de diciembre había dicho: "Confieso que estoy cansado, estoy harto de esa política que no da respuestas. Estamos en un momento de involución social, donde la pobreza y la exclusión deterioran la vida de las personas”. Sin titubeos, denunció que a la droga “se la compra a dos manos”.

"Acá tenemos ideologías en frasquito, palabritas totalmente fuera de foco. Mi mayor deseo es que la dignidad de la gente sea respetada", resumió. Y con su valentía de siempre, agregó: "Naciones Unidas ha dicho que el narcotráfico es posible porque hay complicidad en la política, en la justicia y en las fuerzas de seguridad. Acá se han hecho unos chalet bárbaros, grandes negocios, 4 x 4. Por eso me interesó una noticia que leí de Rosario sobre que van a empezar a investigar el movimiento del dinero y su blanqueo".

La vida de Andrés da para más de un libro. No se me pida que aquí la pueda abrazar en todo su calado. Tampoco soy el más indicado para hacerlo. Hay luchadores sociales que estuvieron junto a él durante gran parte del camino y sabrán dar testimonio de lo que él significó y significa.

En nuestro últimos diálogos, lo obsesionaba la deserción escolar, ya no sólo en secundaria sino en primaria. Pedía por favor que el Estado tomara cartas en el asunto para hacer cumplir la obligatoriedad, porque un niño sin escuela tiene quebrada el alma.

Ante las crecientes de los años 80, enarboló la bandera de la defensa sur junto al Ingeniero José Bourrén. Luchó contra la incomprensión de los políticos que no reconocían la viabilidad de la obra. Tanto movilizó a su comunidad, que finalmente la defensa se levantó y hoy protege a miles de familias.

En mi última columna de opinión, en la que me hice eco de la negativa del Copnaf a cubrir la vacante de la estimuladora temprana en el Hogar de Día Gruta de Lourdes, pensé en incluir un párrafo que al final me lo guardé, porque lo encontré demasiado agresivo tal vez.

Palabras más, palabras menos, iba a pedirle a los dirigentes políticos que no esperaran a que Andrés Servin muriera para pronunciar encendidos discursos en su memoria o enviar sentidos pésames. Que era preferible que, mientras viviera, no lo dejaran solo en su lucha contra la marginación social.

Hoy, lunes a la tarde, con un corazón que aún me galopa desordenado por la congoja, sugiero lo que, se me ocurre, sería la mejor forma de homenajear a Andrés: tomar la posta de su lucha, abrazando a Cristo en los más postergados.

"No resolveremos nada sin un proyecto de ciudad", me dijo en la última transmisión que hicimos con Oíd Mortales Radio desde el Barrio Ex Aeroclub. Y agregó: “Ya han pasado 31 años de democracia y seguimos siendo la segunda ciudad más pobre del país. Eso tiene que decirnos algo a todos. ¿Qué ha pasado que no pudimos salir de esta situación, siendo que Concordia tiene recursos? En algún momento fue la ciudad económicamente más fuerte de la provincia"....

Seguirlo a Andrés, rendirle sincero homenaje, implica afrontar interpelaciones como esta. Pidámosle que interceda por nosotros para que, al menos, lo intentemos.
Fuente: El Entre Ríos

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