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Fuente: Lugares - Crédito: Xavier Martin.
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Subir lentamente la escalinata custodiada por leones de piedra y pasar el portón de hierro forjado con las iniciales del palacio es sumergirse en la historia del general, una época de apogeo, gloria y tiempos violentos de la Confederación Argentina, a mediados y finales del siglo XIX.

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Paseo por el parque del palacio. Agrandar imagen
Paseo por el parque del palacio.
A 9 kilómetros al sur de Concepción del Uruguay -cuando llueve mucho, conviene ingresar al campo por el río con lanchas del establecimiento y dejar el auto en la ciudad-, a la vera del Arroyo de la China, sobre el terreno ondulado de las cuchillas entrerrianas, Santa Cándida fue originalmente un saladero, fundado en 1849 por Urquiza. La casona que hoy es monumento histórico nacional fue remodelada entre 1900 y 1920: se le agregaron galerías, escaleras, baños y ambientes nuevos como el gran comedor y el bar, entre otros.
Un poco de historia
Ante su porte actual, cuesta pensarlo como un edificio industrial, sin nada de su fasto. Urquiza lo bautizó Santa Cándida en honor a su madre, Cándida García. En su momento, el edificio de planta rectangular contaba con tres niveles, y había una vía de ferrocarril para facilitar el embarque de la mercadería que llegaba hasta el muelle. Desde allí se despachaban carnes, cueros y otros derivados en barcos que hacían trasbordo en Montevideo, remontando el río Uruguay.

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Detalle de cepillos de época que todavía se conservan en el palacio. Agrandar imagen
Detalle de cepillos de época que todavía se conservan en el palacio.
Cuando Urquiza murió, su viuda, Dolores Costa, vendió el saladero a Mariano Unzué, que continuó trabajándolo durante algunos años. A principios del siglo XX su hija, Adela Unzué Baudrix, y su esposo, Antonio Leloir, se enamoraron del paisaje y decidieron transformar la administración del saladero en un palacio, a modo de las villas toscanas, según la moda del momento. La construcción estuvo a cargo del arquitecto Ángel León Gallardo Cantilo, que respetó las aberturas y los materiales del arquitecto original, Pedro Fossati. Del viejo saladero solo quedó un muro. "Ellos también contrataron un paisajista suizo, Emil Bruder, formado en la École des Beaux-Artes, para que reemplazara los talleres industriales por bosques nativos de jacarandás, tipas, timbós y exóticos como eucaliptos, plátanos, cipreses, palmeras, robles y cedros, entre otros árboles", informa Gustavo Cherri, guía de turismo, profesor de historia del arte y encargado del bello parque que conserva muchas de las esculturas traídas por Leloir.

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Camas de bronce y baldosones coloniales en una habitación en Santa Cándida. Agrandar imagen
Camas de bronce y baldosones coloniales en una habitación en Santa Cándida.
De aquí en adelante se sucedieron varios dueños hasta que en 1971, Francisco Sáenz Valiente, nieto de Urquiza, compró 40 hectáreas de lo que restaba del antiguo esplendor del sitio en un estado de semiabandono. Junto con su mujer, Helena Zimmermann, reciclaron la estancia durante diez años. Recién en 1981 abrieron la propuesta a los amigos de la pareja e invitados y pasaron a ser "pioneros en el turismo rural en la Argentina junto con La Bamba, en San Antonio de Areco", informa Gustavo. Una vez que ambos fallecieron, los problemas sucesorios volvieron a dejar la casa semiabandonada, entre 2007 y 2011, cuando la compró su actual propietario, Ignacio Lanusse, hijo de Helena. Junto con su mujer, Verónica Freixas Pinto, se hicieron cargo de la casa, y volvieron a sacarla al ruedo. Declarada monumento histórico nacional, por ahora solo puede ser visitada por sus huéspedes.
Actividades
Lindero con un segundo arroyo que bordea el campo, el del Chancho, surge un camino con puentes para realizar caminatas entre el canto de las aves y la vegetación frondosa. Hoy por este sendero se accede a un muelle desde donde sale una balsa con caballos hacia una isla propia para realizar cabalgatas o pasar el día.

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Una de las tantas estatuas que adornan el parque y la fachada. Agrandar imagen
Una de las tantas estatuas que adornan el parque y la fachada.
El encargado de la estancia, “Tito” Martínez, junto con Ana Lía y Sonia, son los responsables de atender a los turistas. Solo algunas veces los dueños ofician de discretos anfitriones, dependiendo los requerimientos de los huéspedes. “Tito” también organiza los paseos en lancha, salvo que los interesados quieran realizar una excursión de pesca con guía. Si el paseo es en bote, se puede remar por los arroyos, pero sin llegar hasta el río Uruguay que tiene más corriente. Resulta interesante completar la historia de Urquiza visitando su tumba en la Basílica de la Inmaculada Concepción de Concepción del Uruguay, que además cuenta con una costanera para disfrutar del río. Y continuar con el Palacio San José, a pocos kilómetros de la ciudad, a donde el prócer vivió sus últimos 20 años.
Si pensás visitar el palacio...
C: (+54 9 11) 5853-7849. Desde U$S 150 la doble con desayuno. $650 el almuerzo o cena, sin bebidas. Cabalgata U$S 5. Excursiones de pesca desde la estancia: $3.500 por persona, con asado en la isla incluido. También se puede reservar la casa completa por el fin de semana. Desde U$S 4.000 con comidas incluidas (24 personas máximo, dos noches). Son 7 habitaciones dobles con baño privado y dos departamentos con dos habitaciones cada uno y un baño privado.
Fuente: La Nación - Silvina Beccar Varela

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