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Estamos –y es de esperar que pudiéramos decir estábamos- convencidos de que los economistas no podrían efectuar un aporte que resultara útil para abatir la pobreza.

Algo que es consecuencia de las tantas veces que hemos tenido oportunidad de escuchar –y de tanto oír machacar nos hayamos convencido- de aquello que “la política es una cosa demasiado seria como para dejarla en manos de los políticos”; en realidad lo expresado es un remedo de esa afirmación, que hace referencia al hecho imposible de probar que “en nuestro país la educación marchaba bien, hasta que comenzaron a graduarse profesores en ciencia de la educación”.

Es que del contenido de estas afirmaciones a aquél convencimiento respecto de los economistas de que en principio dimos cuenta, no existe nada más que un paso.

Es que asistíamos a lo que –ignoramos si es correcto decirlo de esa manera- se puede considerar un proceso de “matematización” de la economía, en la que los profanos nos veíamos aturullados, entre tantos números y fórmulas que después resultaban plasmados en “modelos”.

No en balde hasta se dio el caso que surgió, según se dice, una suerte de disciplina dentro de otra, cual es la econometría. Pero el errar no es solo humano, sino que pueden serlo también los resultados de los programas de las computadoras, algo que sirve para explicar el fracaso del ministro Rapanelli, el primero del Presidente Menem, que pretendió gobernar nuestra economía con una computadora y un programa especial, que tenía respuesta al mismo tiempo para todo y para nada. Es que esos “modelos” parecen utilizarnos como cosas, hasta que somos nosotros quienes metemos “una cola” simbólica.

Eso no significa que nos volvamos irrespetuosos en nuestros dichos en relación a una disciplina que desconocemos, pero nos sentimos obligados a expresar nuestra convicción de que los seres humanos son en realidad más importantes que la economía y las matemáticas, y es precisamente por algo que se habla de “economía política” o de “política económica”, con lo que viene a admitirse la necesidad de volver a la realidad, en lo que algún especialista describe como “un retorno a lo empírico, que esa misma realidad ha mostrado que es fundamental”.

Siendo así las cosas resulta explicable la satisfacción que ha provocado dentro del ámbito económico, entre quienes hacen un análisis empírico de la economía, el hecho que el Premio Nobel de Economía de 2019 haya sido otorgado a AbhijitBanerjee, Esther Duflo y Michael Kremer.

Un acontecimiento al que sus colegas han considerado en notas diversas, como el reconocimiento de “una revolución empírica en el método que se lleva a cabo para la elaboración y evaluación de la política social encaminada a lograr abatir la pobreza”. Añadiéndose que “esta revolución implicó una mudanza de las grandes preguntas sin respuesta, a preguntas pequeñas”.

Es así como, según se puede interpretar de la información disponible al respecto, lo que no era sino un listado de uso de ensayos aleatorios, se convirtió en la regla de oro para medir el impacto de intervenciones que inciden en los resultados de vida de las personas.

Esas fuentes destacan que: “Los ensayos aleatorios no son una novedad en las ciencias. Los estudios médicos han implementado este tipo de experimentos para evaluar la efectividad de medicamentos y otros tratamientos. En estos ensayos, un grupo de individuos seleccionados al azar dentro de una muestra de una población de interés (en este caso, personas en situación de pobreza) reciben una intervención, mientras que el resto recibe un placebo (o no recibe nada).

A la vez, la utilización de un mismo procedimiento en el campo de la sociedad nos permitiría conocer el efecto causal de la intervención en los resultados de vida, ya que se eliminan las diferencias iniciales entre quienes reciben la intervención y quienes no (esto es, todos son pobres y con las mismas características en promedio). Así, esta herramienta nos permite saber qué políticas sociales funcionan y cuáles son las más eficientes considerando costo-efectividad”.

Como profesores en la estadounidense Universidad de Yale, los economistas indicados utilizan sus laboratorios dentro de ese ámbito, algo que ha permitido apoyar a 938 evaluaciones y ofrecido capacitación en el diseño de intervenciones a tomadores de decisiones en 83 países, alimentando así la política pública para el combate a la pobreza con evidencia muy rigurosa, fácil de comprender y de transmitir al público. Así, estos economistas pusieron la investigación económica al servicio de la acción social.

En una nota periodística se da cuenta de ejemplos de las cientos de intervenciones innovadoras y exitosas que los ahora premiados han hecho en la materia. Así, un primer ejemplo se lo encuentra en una intervención aleatoria vinculada con la lucha contra parásitos gastrointestinales en escuelas en Kenia. Es que sus resultados permitieron establecer los efectos positivos de gran magnitud en la reducción del ausentismo escolar (se redujo en 25 por ciento) como consecuencia de un eficaz combate contra esa afección; y, a diez años de la intervención, incrementos en los años de escolaridad completados y en las horas trabajadas por los hombres.

En el caso de otra intervención educativa, los ahora distinguidos implementaron un sistema de monitoreo para reducir el ausentismo de los maestros en Rajasthan, India. Para ello, diseñaron un experimento en el que se distribuyeron cámaras para que los maestros se fotografiaran con sus estudiantes cada día, y con ello redujeron el ausentismo de los maestros en un 21 por ciento.

En el último de los ejemplos se explica cómo los nombrados lograron aumentar en seis veces la tasa de vacunación en Rajasthan mediante la realización de campamentos de vacunación y de pequeños incentivos como regalar un kilo de lentejas, de azúcar o un litro de aceite.

Una característica de todas estas intervenciones es que son muy baratas, en comparación con programas de transferencias condicionadas o programas de becas.

Pero ello no quita que esta metodología no tenga sus detractores. Es así como algunos apuntan que los problemas que resuelven estas intervenciones son demasiado pequeños y sus resultados son específicos al contexto, de tal forma que no es posible generalizarlos. Otros críticos cuestionan la ética de muchos de estos experimentos, ya que en ocasiones los experimentos producen comportamientos no esperados que pueden ir en detrimento del bienestar de las personas.

Estas críticas son muy válidas, pero es indudable que los ensayos aleatorios son una herramienta muy poderosa, revolucionaron la forma de hacer política pública y nos enseñaron que no hay una receta para abatir la pobreza, aunque se debe seguir buscando otras y aplicar las existentes en cuanto aparezcan como razonables.

Y ya existe una, que debemos confesar que no la entendemos del todo, y por ende hasta que se la dé a conocer en detalle nos abstenemos de pronunciarnos al respecto, cual es la del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina, según la cual aparentemente con 1300 millones de dólares se acabaría con la pobreza, ya que con 19 mil pesos por hogar y por mes, ninguno en nuestro país estaría por debajo de la línea de pobreza.

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