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No existe cosa más peligrosa que editorializar sobre un tema del cual apenas si se conoce poco más que los “mínimos palotes”, o ni siquiera eso.

Pero nuestra temeridad tiene que ver con poner de relieve la necesidad de que avancemos en forma a la vez eficiente y eficaz, en todos los ámbitos y en todo el territorio nacional, en el conocimiento y la utilización de las técnicas propias de esta “era de la digitalización”, o, si se quiere, en el “mundo de la inteligencia artificial”, en el que ya hemos ingresado, independientemente de cuál sea la actitud con la que enfrentamos esa transformación.

Esa es la explicación de nuestro atrevimiento. Ya que se trata de la instauración, a ese respecto, de una infraestructura de las características más arriba señaladas en la materia. Algo que debemos hacerlo, con el convencimiento, según se ha dicho, y se ha dicho bien, que sin la tecnología no se puede, pero con la tecnología sola no alcanza.

Ya que hoy por hoy, y esperemos que por siempre lo sea, todavía no hemos perdido el dominio sobre la maquinaria robótica, que es parte de ese proceso. Y con el convencimiento que, en definitiva, las máquinas no son otra cosa que eso, al igual que la tecnología no es en el fondo sino un bien de naturaleza instrumental, y que, por consiguiente, en ambos están ausentes sentimientos como la empatía y los valores éticos.

Mientras tanto se tiene la impresión - la que esperamos sea equivocada, que ello no significa otra cosa que la presencia de “una mosca blanca”- de que nuestros gobernantes no están haciendo todo lo que se debe y se puede hacer en la materia, y que, además de ello, lo que se hace no marcha por el rumbo correcto.

Algo que no es por otra parte de extrañar, ya que existe la percepción peligrosamente generalizada, de que nuestros gobernantes con su obsesión de regular hasta los detalles más insignificantes de su accionar, unida tanta veces a su mediocridad y falta de idoneidad –las que a la vez son recíprocamente causa y consecuencia del mismo- es lo que los lleva a fallar en ocasiones varias, tanto en la elaboración como en la ejecución de los proyectos que emprenden, no haciendo otra cosa que “trabar”, y de esa manera impedir el desarrollo de todas nuestras innumerables posibilidades, en los órdenes más diversos.

Coincidimos con la afirmación que nos dice que en la mayoría de los casos las comparaciones resultan odiosas; aunque ello no implica que no sean, en más de una ocasión, necesarias. No como una manera de incitar la competencia, sino como una posibilidad de aprender de la experiencia ajena.

Es por eso que consideramos apropiada la transcripción de consideraciones vertidas por Mariano Narodowski, académico, docente de la Universidad Torcuato Di Tella y ex ministro de Educación porteño, en una reciente entrevista.

En la que comenzó por afirmar que “en Uruguay, la distribución de dispositivos siempre estuvo acompañada de conectividad a internet, de una plataforma con un aula virtual para cada docente, de avances pedagógicos como una plataforma adaptativa, pensamiento computacional y enseñanza de inglés a distancia. Mientras que en la Argentina sobre todo se trató de distribución de dispositivos”.

Para agregar a renglón seguido que “el drama de la distribución de dispositivos digitales en las escuelas argentinas es que se inició casi al mismo tiempo que en Uruguay y la comparación es tremendamente triste. En Uruguay estuvo en cabeza de un presidente [Tabaré Vázquez]y tuvo continuidad en todos los gobiernos, del Frente Amplio al Partido Blanco”.

Ello no quita que desde el inicio del proceso de la digitalización educativa que el mismo especialista ubica en el año 2007, no se haya avanzado en una medida constatable, pero asimismo nadie puede dejar de advertir que en ese proceso se asistió a costosas y a la vez retardatarias marchas y contramarchas, de una manera repetida.

Es como –y eso no es algo que haya ocurrido solo en ese ámbito- cuando un gobernante, al hacer entrega de una casa, lo haya hecho con todas las luminarias colocadas, pero sin haber efectuado antes, ni la instalación, ni la conexión eléctrica.

Nada que pueda extrañar, ya que esas son las situaciones que tantas veces se hacen presentes cuando las necesidades de ejecutar proyectos vienen entremezcladas con los “tiempos de la política”.

En tanto, para concluir, pedimos se nos permita dos digresiones.

La primera tiene que ver con quienes pretenden ver plasmado, y así lo han dejado sentado por escrito, lograr la interacción entre grupos de estudiantes que se encuentran distantes unos de otros, sin necesidad de encontrarse en un aula de clases, logrando la comunicación de forma remota. Todo ello vinculado a información de distintas temáticas, y proponiendo opiniones distintas entre los participantes.

La segunda es en realidad más imperiosa y más costosa: es conseguir el acceso a internet de familias que viven en ámbitos rurales, y muchas de ellas en medio de la nada.

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