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Existen muchas maneras de interpretar el arribo de Sergio Massa como una suerte de “superministro”, inclusive con un nivel igual, cuando no superior, al Presidente. Algo que ocurre en momentos en que el estado de cosas por el que nos arrastramos había claramente desembocado en una suerte de “vacío de poder”. Aunque es explicable la resistencia a utilizar la expresión, dado los malos recuerdos que en tantas personas mayores esta mención provoca, al mismo tiempo que despierta un forcejeo paralizante en el ámbito del gobierno nacional.

Es que, para describirlo de alguna manera, y sin que ello implique una calificación peyorativa, sino un diagnóstico objetivo de la realidad, habría que comenzar aludiendo a la existencia de un gobierno “loteado”. Calificado de ese modo, ya que mostraba reminiscencias con el esquema “tripartito” que se dio en el último gobierno militar, donde cada una de las fuerzas armadas tenía asignado un tercio de los cargos públicos importantes del país. Gobierno loteado, el cual en medio de “tiras y aflojes” terminó convertido en un verdadero “reñidero”, con todas las consecuencias funestas, que ello trajo aparejado.

La primera consecuencia del referido arribo de Massa a esa función ha significado un reposicionamiento en la jerarquía de esa “trinidad”; ya que la vicepresidenta, sigue colocada en lo alto del podio –o sea que sigue siendo la número 1-, mientras que se lo ve al nuevo ministro pasando de ser el número 3 a ocupar el número 2, a la inversa de lo que ocurre con el presidente.

Con relación a Fernández, lo que habría que analizar es cómo describir su actitud ante su virtual “desapoderamiento” fáctico. Lo que es lo mismo que preguntarse si ante ese “descenso” -hay que tener en cuenta que, hasta hace pocos días, de una manera apenas elíptica, se auto percibía como candidato a la reelección para el cargo que ocupa-, si ahora correspondía o no que renunciara al cargo que detenta y se alejara del poder.

Formular un juicio al respecto, resulta casi un imposible –ya que ello significaría meterse en el interior de su conciencia- dado lo cual, ante esa circunstancia, y haciendo presente el beneficio de la duda, se debe optar por considerar que asistimos a un sacrificio suyo, con la finalidad de no generar un daño mayor a nuestra cascoteada institucionalidad. Sobre todo, que la alternativa a esa interpretación es de carácter deplorable, ya que sería una sumisión a poderes fácticos concretos, algo incompatible con la preservación sin mácula de su dignidad.

De allí que de ser su decisión la de mantenerse en el cargo por esa motivación, cual es actuar en defensa de la institucionalidad, es de esperar que nos encontremos ante un valioso precedente, que venga a romper con una línea de comportamiento anterior en el actual oficialismo. En él es frecuente no ver respetar la dignidad de los demás. De los ajenos y de los propios, por lo que se sabe ver.

Es que no se explica de otro modo ese tirar honras ajenas vaya a saber a dónde, de lo que son ejemplos presentes, tanto el hecho que el canciller Solá se enterara de su “renuncia” en pleno viaje a participar en una conferencia internacional, o que el presidente del Banco de la Nación tuviera noticia de su “cese” en medio de un acto en el que ocupaba una posición central en la ciudad capital de una de nuestras provincias. Dejamos de lado a Batakis, por ser el suyo un desgraciado caso aparte.

En relación con el arribo de Massa a su super-ministerio, lo mejor que podemos hacer es desearle éxito, por lo mucho que nuestra supervivencia depende de esa circunstancia. No podemos sino expresarnos de ese modo sobre todo recordando una versión corregida del famoso Teorema de Thomas, al que cabría enunciar diciendo que si pronosticamos una situación futura como funesta, esta termina siendo real en sus consecuencias.

De allí que se hace necesario otorgar al nuevo superministro un plazo de gracia, y no comenzar desde ya vaticinando cuánto de malo y de rápido serán los resultados de su accionar. O, como se ha escuchado, ver en la actual estructura de poder un “doble comando ministerial” -algo que cabría asociar con el “doble comando” gubernamental” de fallidos resultados-, circunstancia que se explica considerando que Massa es el jefe del gabinete económico, y Manzur jefe del gabinete conformado por los restantes ministros.

Esa espera, a la vez paciente y vigilante, debe ser nuestra contribución a que no solo no vuelva a reconstruirse el reñidero, sino, sobre todo, a que como sociedad se nos vea empujando juntos hacia adelante.

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