Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
Entre las cosas que se escuchan estos días, con el transporte aéreo regular de pasajeros, por el cual eran llevados y traídos a y de, casi cualquier parte del mundo, y que, por las circunstancias conocidas, suspendido, ha salido a la luz la noticia de que esos vuelos eran la causa de más de la mitad de la polución de la atmósfera del planeta. Algo a tener en cuenta en su momento, para buscar la manera de encontrarle remedio.

A su vez, entre las curiosidades que “ese vacío” en el cielo ha provocado se ha dado otra situación llamativa, cual es una cantidad de “alegres migrantes” -no de otra forma cabe calificar a los “turistas”- transformados muchos de ellos en “angustiados mendicantes”, a quienes la situación por la que atravesamos, ha dejado varados por el mundo; algunos de ellos en lugares inimaginables.

De los cuales, un número verdaderamente sorprendente eran residentes en nuestro país, muchos de ellos “arreglándose como no pueden”, ya que una cosa, por su duración al menos, son unas vacaciones más o menos cortas o más o menos largas en tierras extrañas; y otra cosa esa sensación de destierro, unida a la incertidumbre de hasta cuándo se extenderá.

Debe, al respecto, destacarse la labor de nuestros cónsules en esas lejanías, a quienes se los vio esforzarse lo poco que estaba a su alcance; en aparente contraste con la actitud, cuando menos pachorrienta, con la que tomaban esa situación funcionarios locales.

Algo que ha llevado a más de un mal pensado -se lo ha escuchado aparentemente en forma repetida- señalar que detrás de esa pasividad existía un velado resentimiento hacia “los ricos” -como si, por el hecho de darse ese gusto, lo fueran- que están en condiciones de darse esos “lujos”. Junto a otros que ven en esas “escapadas”, no otra cosa que una suerte de agresión inconsciente al “turismo interior”, al que deberíamos volcarnos por ser una industria local; que los haría en parte merecedores de ese infortunio.

Se ha llegado en esa línea, detrás de la que se esconde mucho encono, a que ese mismo tipo de personas se interrogue acerca de cómo se explica que con la totalidad de la flota de Aerolíneas Argentinas y de Austral -ambas propiedad del Estado nacional- en estado de hibernación, no se la haya puesto en marcha para llevar a cabo esa indispensable repatriación masiva de compatriotas nuestros varados en el extranjero. Replicando en forma anticipada que el gobierno no puede escudarse en el “costo de esa repatriación” -por lo demás, se agrega que lo que correspondería es que cada uno de los rescatados abonara su respectivo pasaje de regreso- si se tiene en cuenta que en el corriente año se preveía, antes de la pandemia, un déficit de gestión de nuestra línea de bandera de la friolera de mil millones de dólares. No es extraño, entonces, que los que así argumentan rematen lo dicho con un “¿qué le puede hacer una mancha más al tigre?”.

Pero, con las consideraciones precedentes, no hacemos otra cosa que apartarnos de la cuestión que debería ser central, cual es la situación del transporte aéreo en nuestro país. Algo a lo que pasamos a referirnos, admitiendo que las conclusiones que siguen no son otras que las que puede efectuar cualquier persona, cuya condición es la efectuar una lectura atenta de los “grandes diarios”. Y dejando también en claro, que lo hacemos con abstracción de la actual crisis sanitaria.

A ese respecto, debemos comenzar por señalar que el sistema de transporte aéreo abarca el que cabría denominar transporte de cabotaje, cual es el que se efectúa dentro del interior de nuestro territorio; y, por otra parte, el que nos vincula con el resto del mundo. Sin atender a una serie de negocios conexos, muchos de ellos muy rentables, como es el caso de la gestión de los aeropuertos, y el manejo del equipaje y de la carga.

En lo que respecta al transporte aéreo interno, el mismo estaba a cargo, fundamentalmente de dos líneas estatales, Aerolíneas Argentinas, y Austral; sin perjuicio de la existencia de un número pequeñísimo de líneas estatales, por lo general provinciales; y de algunas privadas.

En el internacional, se daba el caso de que las dos más arriba nombradas competían de una manera que queda, al menos, una duda grande que se tratara de una competencia leal, con aerolíneas internacionales tanto estales como privadas.

En tanto, una de las cosas positivas que ha podido contar en su haber la administración anterior, fue la habilitación para funcionar de empresas aéreas nuevas, que por contar con servicios complementarios mínimos a disposición de sus usuarios, vendían sus pasajes a precios manifiestamente inferiores a los de las empresas que ya operaban; circunstancia que produjo una conmoción no solo en el transporte aéreo -en este caso porque sus líneas unían destinos hasta ese momento inexplotados- sino también en el transporte terrestre de pasajeros a mediana, y sobre todo a larga o larguísima distancia.

La aparición de esas líneas, con una aceptación exitosa en ese mercado, desde su inicio fue mal vista por las empresas estatales existentes, y también por el sinnúmero de sindicatos que nuclea a una extensa gama de personal de las mismas; comenzando por los pilotos, que emplearon tácticas y manejos de todos los tipos para tratar de impedir su instalación y después de ello para obstaculizar su funcionamiento.

Ello hace que se tenga la impresión de que todo vuelva para atrás, y que ya se esté asistiendo al retiro de las empresas de aviación de “bajo costo”, el que seguramente se verá acelerado con la ansiada vuelta a lo que entendemos por normalidad.

En tanto, en la gestión de las líneas aéreas estatales, el único cambio observable hasta este momento es el anuncio de la absorción de Austral por Aerolíneas Argentinas, a partir de la cual ambas pasarán a ser conocidas por este único nombre. Una decisión positiva, que debió haber sido tomada mucho tiempo atrás; pero que se mantenía frenada, no solo por sabidos intereses sindicales, sino también por cuanto la superposición de funciones en ambas estructuras empresarias, permitía contar con un número mucho mayor de “cargos” que cubrir.

Queda por encarar el problema que significa Aerolíneas Argentinas, que es una cuestión no menor. Dejemos de lado la cuestión del costo de su personal, la que según se afirma -y ello es, en especial, en el caso de los pilotos- cuenta con remuneraciones y otras canonjías que no guardan parecido alguno por su excepcionalidad mayúsculamente positiva, con las del personal de las otras aerolíneas del mundo.

Pero el caso es que desde su expropiación -la expropiación de un patrimonio negativo, por el que se abonó como indemnización simbólica el monto de “un peso”, aunque ahora enfrentamos los resultados de un juicio, como consecuencia de lo cual se presume que nos veríamos obligados a pagar millones no de pesos, sino de dólares- el Estado nacional “no ha dejado de poner”, como si se tratara de un barril sin fondo, millones tras millones; para pagar inversiones y sobre todo para enjugar pérdidas, hasta llegar a la situación actual, que según hemos mencionado, se prevé por parte de las arcas públicas un aporte de, por lo menos, mil millones de dólares.

Enviá tu comentario