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Todo es escandaloso en Latinoamérica, donde escasean las buenas nuevas y circulan al por mayor las malas noticias. La Copa América se jugará en un contexto muy complicado. No por una cuestión meramente sanitaria, sino más bien por el peso que tiene semejante evento en la política.

Al fútbol se ha jugado (casi) siempre. Incluso en tiempos de guerra. El cese de las actividades en 2020 fue algo más que inusual para el deporte más popular del planeta. Meses durante los cuales la gente tenía que rebobinar partidos históricos o arrancar series nuevas por la falta de espectáculo. Ahora bien, una vez que volvió, ya no se detuvo.

El fútbol tiene sus propios protocolos en la mayoría de los países del continente. Lo mismo esperaría uno para la Copa América.

Hay dos cosas que todos comprendemos: la Conmebol quiere organizar este evento a toda costa, motivada por cuestiones económicas y de marketing, y los gobiernos quieren que se juegue en sus países sólo si es redituable.

La Conmebol da a entender, desde hace varios meses, que de ninguna manera dejará que la pelota deje de rodar. Además de comprar vacunas para las delegaciones de los clubes o de las selecciones, decidió que los partidos de la Copa Sudamericana o de la Copa Libertadores se jugasen siempre, sin importar el contexto político, social o sanitario, ofreciendo incluso sedes neutrales para los casos excepcionales.

Los políticos, salvo excepciones, son grandes oportunistas: torneos, cumbres y otros eventos con alta difusión son oportunidades para tratar de demostrar que se está a la altura de las circunstancias. En esta ocasión, y como muchas otras veces, se trata de un evento privado (organizado por Conmebol y las asociaciones nacionales de fútbol), pero los gobiernos son los que dan el visto bueno y los que más invierten para que funcione todo bien.

No hace falta ir a otros países para comprender esto. Macri había hecho un trabajo monumental para recibir a los líderes del G20 en 2018. Rodríguez Larreta preparó la Ciudad durante muchísimas semanas para recibir los Juegos Olímpicos de la Juventud. En 2011, Cristina Fernández de Kirchner y los gobernadores de las provincias donde se jugaba la Copa América destinaron muchísimos recursos para que todo saliese de la mejor forma posible.

Si sale bien, es un guiño para quien lo organiza. Eso sí, siempre puede escaparse el tiro por la culata.

Iván Duque, el Presidente de Colombia, quería que parte de la Copa América se jugase en su país, como estaba previsto. La otra parte estaba prevista jugarla en Argentina. El estallido social en Colombia, provocado por un proyecto de reforma tributaria que al final no avanzó, arruinó sus planes. Era imposible que el torneo arrancase en esta época. El partido por Copa Libertadores entre River Plate y Junior de Barranquilla, que se jugó mientras había una batalla entre la policía y los manifestantes en las afueras del estadio, sirvió para demostrarlo. Por ese motivo, Duque propuso posponer el comienzo del torneo a noviembre.

A Duque no le cerraba organizar el evento ahora. Solo lograría visibilizar los problemas por los que pasa su país en este momento. La Conmebol, astuta, sabía que la organización quedaría manchada si permitía que se jugasen partidos al compás de las bombas de estruendo y las sirenas. Tampoco le servía, por cuestiones de calendario y de dinero, que se jugase en otro momento. Conclusión: chau, Colombia.

Quedaba, entonces, Argentina como único organizador. Muchos miembros del gobierno querían que se jugase en el país a pesar de la situación sanitaria. Por supuesto, poco importaba el número de casos a la hora de decidirlo. De hecho, vemos que se juegan los partidos del torneo local o de las copas internacionales de clubes.

Ahora bien, que el fútbol haya quedado exento de restricciones mientras mucha gente la pasa mal (lo dicen economistas cercanos al gobierno nacional) generó mucho descontento en buena parte de la población. Además, las encuestas no venían dando buenas noticias a los líderes del Frente de Todos. Enfocarse en la organización de este torneo podía tener más efectos adversos que respuestas positivas.

Así lo vieron los funcionarios del ala más dura del oficialismo y muchos periodistas afines a la gestión, que venían presionando para que la Copa no se jugase en Argentina. También lo vio así la Conmebol, que no quiso problemas, ni dejarse sorprender por una suspensión de facto pocos días antes del comienzo del torneo. Así que se decidió a buscar nuevas sedes.

El gobierno chileno, que viene perdiendo hasta en las elecciones de los consorcios, no tiene interés en recibir más críticas. Uruguay, un país donde las formas parecieran importar bastante, no tiene motivación alguna para organizar el torneo mientras la situación sanitaria atraviesa sus peores días. En casi todos los demás países ocurre lo mismo: armar un torneo internacional puede parecer muy lindo e interesante, pero hay muchas chances de que, en estas circunstancias, genere secuelas indeseadas.

¿Qué le quedaba a la Conmebol? ¿Estados Unidos? Parecía lo mejor, pero no hubo noticias ¿Quién apareció? Brasil. Brasil, como opción, cuenta con dos ventajas. La primera es que tiene la capacidad para organizar con poco tiempo la Copa América. Sobran los estadios, los hoteles, los medios para trasladarse y la experiencia. En los últimos diez años, el país vecino fue sede de un Mundial, de unos Juegos Olímpicos, de una Copa América, de una Copa Confederaciones, y de otros eventos. En segundo lugar, tiene un Presidente convencido de que allí se puede desarrollar el torneo.

La CBF (Confederación Brasilera de Fútbol) recibió el apoyo de Jair Bolsonaro. Sin público, con las delegaciones vacunadas y en sedes donde la situación sanitaria, los gobernadores y los alcaldes, tres factores que le quieren llevar la contra al Presidente, lo permitan. ¿Hay críticas en Brasil por esta decisión? ¿Hay problemas con el COVID-19? ¿Hay conflictos políticos? La respuesta es sí. Para entender la decisión de Bolsonaro hay que entenderlo a él. El Presidente de los brasileños se juega una carta importante, buscando demostrar que en tiempos críticos puede darle una mano al espectáculo continental. Además, son muchos quienes lo apoyan en esta decisión.

La Conmebol, a simple vista, no parece tener más opción que aceptar esta oportunidad de no perder el negocio. Veremos si Bolsonaro se mantiene firme, si la oposición brasileña vuelve a salir a la calle a manifestarse en su contra, si los suyos salen en su apoyo y si la Conmebol decide dar un giro y decirse a sí mismo “salí de ahí, maravilla”.

El fútbol, la política y los negocios se cruzan, una vez más. Habrá que esperar unos días, nomás, para ver si se juega la quinta Copa América en 10 años o si la Conmebol y el Gobierno brasileño apostaron erróneamente. Se vienen días apasionantes.
Fuente: El Entre Ríos

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