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La lucha contra el coronavirus pone en juego las reglas que rigen a la política, la economía y la sociedad. No hay cuestión que no esté afectada por las medidas tomadas para enfrentar esta crisis. La enseñanza que se están llevando los gobernantes de cada país es que la manera en que puedan pilotear la tormenta podría ser una bisagra para su futuro político.

Desde hace ya un mes que la propagación del coronavirus se convirtió en una problemática para los países latinoamericanos. Al igual que en el resto del mundo, los políticos toman o quieren tomar caminos diferentes para paliar la situación. Como mencionaban Eduardo Levy Yeyati y Andrés Malamud en un artículo que escribieron en conjunto para La Nación, las prioridades, que van desde salud pública, pasando por la seguridad nacional hasta la economía, marcaron el accionar de los gobiernos. En Latinoamérica, hay experimentos de todo tipo: cuarentena total, como en el caso de Argentina, o medidas livianas, como pasó en México hasta hace unos días o como ocurre, de manera desordenada, en Brasil. Más allá de las prioridades, de si los caminos son los correctos, si comparamos estos tres casos pareciera que los presidentes cautelosos estarían teniendo más apoyo mediático y también apoyo del resto de la élite gobernante.

Por un lado, no son pocos los presidentes como López Obrador (México) o Bolsonaro (Brasil) que se mostraron reacios a la opción de imponer un cierre total al funcionamiento normal de las cosas a pesar de contar con varios casos de ciudadanos infectados. Esa manera de pensar podría no ser descabellada, sobre todo en países donde el mercado laboral es bastante informal y donde la situación de buena parte de los trabajadores se vuelve muy frágil al no poder trabajar durante 15 días o más. El problema es que no saben cómo transmitir esta idea, o no tienen apoyo para llevarla a cabo. En gran parte, debido a la reputación que consiguieron en meses anteriores o a conflictos que venían arrastrando.

Desde el día en que asumió, López Obrador dio discursos que varios consideraban disparatados, no logró frenar el ascenso de la violencia narco y la economía se mantuvo estancada. Si a ello le agregamos que el vecino, Estados Unidos, es ahora el país más afectado por el coronavirus y que hay casos de altos funcionarios mexicanos que están infectados, era casi imposible que pudiese convencer al resto de la casta política, a los medios y a una buena parte de la población de que la cuarentena total tendría efectos más negativos que si todo continuara como si nada y/o con restricciones segmentadas. Debido a ello, se vio obligado a cambiar el discurso y a acoplarse al camino de la salud pública para no perder más apoyo y poder del que perdió.

Bolsonaro es un caso que hemos revisado y conocemos mejor. Su estrategia de confrontación total con la oposición, con los demás poderes y con casi todos los medios le está jugando una mala pasada en este momento. El presidente de Brasil supuso que el camino tomado por Argentina, entre otros países, tendría consecuencias insoportables para la población y la macroeconomía del país. Su posición recibió críticas incluso de su propio vicepresidente, que dice que el Ejecutivo debe llamar al aislamiento social. En Brasil ya son varios los políticos, entre ellos Lula, que piden la renuncia o el impeachment del presidente. Esto último es posible, más que nada luego de la destitución de Dilma Rousseff en 2016, que deja un precedente cercano y permite que se convierta en una práctica regular y no en algo excepcional.

Por otro lado, tenemos el caso de la Argentina. Alberto Fernández asumió con una economía desafiante, frágil, que hacía suponer que, en primera instancia, la cuarentena total provocaría repudio de parte de la población, por los costos que generaba. El temor a la expansión del virus, el acuerdo con la oposición, el visto bueno del peronismo y el apoyo de los medios nacionales le dieron a Fernández un sustento para avanzar con esta medida tan excepcional. El Presidente tuvo un discurso en el que apeló a la moral, al compromiso de todos los sectores de la sociedad y a la solidaridad (forzada). Su imagen positiva aumentó precipitadamente y pocos se animan a hacerle la contra por ahora, lo cual le permite hacer uso de facultades poco habituales para manejar la crisis como él quiera. “Una economía que se cae, se levanta. Una vida no la levantamos nunca más” dijo Fernández. Habrá que ver si la economía Argentina logra levantarse rápidamente y si la imagen de “Super Alberto” se mantiene cuando las consecuencias esperables, pero no deseadas, se hagan realidad.

Cuando cese esta crisis, volverán los problemas de antes y se intensificarán otros, que también afectarán a los factores que atraviesan a la sociedad. Una vez más, el manejo de la política y la aceptación de los discursos de los presidentes o primeros ministros determinarán su gobernabilidad. ¿Será finalmente el tiempo de los outsiders de la élite política tradicional (como serían Bolsonaro o López Obrador)? ¿O las castas políticas más tradicionales, como la peronista, seguirán teniendo más disposiciones para enfrentar adversidades?
Fuente: El Entre Ríos

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