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Nadie duda en calificar a los “wichis” en la categoría de los “pueblos originarios”. Aunque se dice que los actuales compatriotas nuestros de esa etnia que actualmente viven entre nosotros, se asentaron en nuestra zona chaqueña -en su gran mayoría al menos- cuando los que habitaban hasta entonces en el Paraguay se asentaron en nuestro país, durante la Guerra del Chaco, en la cual se enfrentaron en el siglo pasado, Bolivia y Paraguay.

No hemos podido establecer, luego de una investigación qué por lo ligera, no es merecedora en realidad de ese nombre, el grado de parentesco ancestral – en el caso que lo hubiera- entre ellos y los “quom”, quienes viven en lugares distintos del mismo territorio, y que según se afirma mucho antes “fueron empujados” a la región chaqueña, esta vez por los guaraníes. Los mismos que los designaban, según se dice, a los quom, como “tobas”, en forma peyorativa, o sea, en son de burla: ya que lo harían de esa manera, en alusión al modo en que ellos se ensanchaban las frentes, sacándose un poco de cabello. Habitan especialmente en el Chaco, en su parte este, litoral, y en la zona llamada El Impenetrable, al oeste de dicha provincia. También hay asentamientos Qom en Formosa y, fuera de nuestras fronteras, en el Chaco Paraguayo.

Otro de los denominados pueblos originarios, es el “mapuche”, al que cabría considerar lo que en el leguaje popular sería “sapo de otro pozo”, ya que vive - en gran parte- en territorios ubicados a ambos lados de los Andes australes.

Bautizados por los españoles, a su llegada a Chile con el nombre de “araucanos”, incluyen ahora entre sus integrantes a todos los que hablaban o hablan la lengua mapuche o mapudungún, incluyendo a varios grupos surgidos de la “mapuchización” consecuencia de haber expulsado de sus tierras a los pueblos tehuelches, que habitaban nuestro territorio. Los que, dicho sea de paso, bien podrían entonces “reclamar primacía”, frente a los descendientes de quienes lo hicieron, en cuanto a la “originariedad” respecta.

Asentamiento que lograron esos pueblos mapuches, tras sus campañas de pillaje a los territorios que los tehuelches ocupaban y de los que ellos comenzaron a adueñarse. Famosos desde la época de la conquista, tanto por los ponchos y mantas por ellos fabricados, pero sobre todo y aún más por su propensión a dejarse llevar por la tentación codiciosa de lo ajeno y por su carácter indómito, que hizo que mantuvieran en jaque a los españoles, a los que frenaron a la altura del chileno río Maule.

Todos ellos, tanto los quom y los wichis, como los mapuches, se han convertido en nuestro país, aunque por causas diferentes, en motivo de la atención pública. Y han llegado en ocasiones que no son escasas, a ocupar la primera plana de los diarios.

En tanto, todo lo hasta aquí señalado, nos lleva a poner en cuestión, sin que ello signifique que en nuestro caso quepa encontrar el menor atisbo de racismo o discriminación, el “concepto de pueblo originario” que se les asigna - a unos y otros, a la vez que a un montón más- sin que en ello pueda verse nada que se parezca un menosprecio a su cultura y a su derecho a preservarla.

Es más, hasta cabe considerar que sus aportes a nuestra “cultura mestiza”, la enriquece. A lo que se añade el hecho que son compatriotas nuestros, y que en consecuencia debemos tanto reconocerlos como darles el trato de tales. E inclusive, admitir que son merecedores de una “discriminación positiva”, como es el caso de otras franjas de ´población o ´de personas a las que se las tiene en “situación de vulnerabilidad”.

Dicho de una manera más formal, nos atenemos y reconocemos la validez y pertinencia de la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas que fuera adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 13 de Septiembre de 2007, Declaración que hace énfasis en el derecho de los pueblos indígenas a vivir con dignidad, a mantener y fortalecer sus propias instituciones, su cultura y tradiciones y sostener la supervivencia cultural. Un texto coincidente, por lo demás, con las de nuestra normativa constitucional.

Para arribar a esa conclusión basta partir de una circunstancia de la que los entrerrianos desde siempre han estado convencidos –y los que de ellos no lo están, es una verdadera lástima, que así sea-, cual es el dicho “nadie es más que nadie” de nuestros viejos paisanos criollos. Ello con un agregado, que no es nuestro, sino que es el que hemos sabido escuchar y que matiza acertadamente esa afirmación, cual es que nadie es más que nadie... “ni menos tampoco”.

Ello nos lleva a atrevernos a intentar esbozar la tesis de que lo correcto no sería hablar de pueblos originarios sino de “migrantes que han llegado antes”, como, por otra parte, sucede en todo el mundo, inclusive en esas sociedades que de una manera inhumana resisten en la actualidad la llegada de quienes resisten la llegada de los que lo hacen buscando refugio.

Lo hasta aquí explicado, se vincula con el parecido tratamiento, al que desde el Estado ausente, se presta a los quom y los wichi, junto al que en mucho menor grado se presta a los que “llegaron después”, haciéndolo desde “las Europas”.

Ya que en los que respecta al caso de los dos primeros, pareciera que nuestros sucesivos gobiernos vienen haciendo tanto por acción como omisión, todo lo posible para que lleguen a ocupar un lugar, únicamente en los libros de texto de historia o antropología. Con la ayuda que pareciera inestimable del virus coronado que en estos momentos nos asola.

En tanto, en el caso de aquellos que como es el nuestro en tierras entrerrianas, descendieron de los barcos, nos referimos al mal trato específico al que resultan sometidos desde hace muchos años quienes se afincaron en las orillas del lago Mascardi, a partir claramente desde el año 2015, ocasión del incendio de Estancia La Escondida, hasta el presente.

Todo ello, por parte de un grupo de mapuches de “nacionalidad formal entreverada”, porque los hay argentinos y chilenos. Estancia en cuyo ingreso se ve colocado un cartel que indica “terreno recuperado por la resistencia mapuche”.

O sea, de una situación generada por los que se ha caracterizado en un diario capitalino como “grupos violentos que siempre actúan clandestinamente y a cara cubierta, amparados por una comunidad al margen de la ley, son los responsables de incendios intencionales y de vandalismo”.

Denunciándose actos de vandalismo en cabañas que forman parte de campamentos turísticos del lugar, y de la ocupación ilegal de otras, en las que al momento de su expulsión se hallaron bombas molotov y maderas embebidas en combustible.

Por lo que se ve el accionar de la denominada Resistencia Ancestral Mapuche (RAM), una extensión minoritaria y politizada de esa etnia, que es la que vandaliza ese territorio, nada tienen que envidiar a las bandas que asolan el conurbano capitalina. Con la única diferencia que mientras en el caso de aquellos cada vez con más asiduidad se los ve auto denominarse como “trabajadores del pillaje”, en el caso de los “resistentes ancestrales”, se los ve victimizarse como objeto de una inadmisible -que si fuera de verdad, lo sería-discriminación.

De esa manera asistimos a la presencia de una postura y comportamiento que cabría considerar muy nuestros –sin que estemos en condiciones de saber a cuál “pueblo” atribuir su origen- cual el mostrarnos como integrantes de una sociedad en la que tanto los que gobiernan como fervorosos “activistas”, caen una y otra vez, al observarse la contradicción existente entre el regodeo en torno a grandes ´palabras, con los pequeños hechos o la ausencia de ellos,, al momento en que, a aquellas se las debe traducir en realidades consistentes.

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