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Vivimos en un país muy violento, desde los insultos entre “los famosos”, la exposición sin tapujos de la vida íntima, las entraderas y otros robos, los crímenes pasionales y la perversión de menores... Enciendan un noticiero y escuchen... y no es la misma inflación un estado violento, pues implica una diaria desvalorización del trabajo y del esfuerzo. ¿Y las mentiras y trampas no son una forma de violencia? ¿Vivimos en la Argentina que niega su nombre (al ser tan pobre) y es violenta?

¿Y el hambre no es violencia, aunque ahora parece callada o saciada? ¿Y la Justicia, tardía o ausente?

El reciente asesinato de Fernando Báez Sosa en Villa Gesell fue algo diferente, creo que trajo un escalofrío especial, la sombría percepción que detrás había un misterio, que ni los mismos criminales quizá sospechan y que a muchos nos dejan perplejos. Una linda noche de verano, una villa que proclama felicidad a todos los vientos, nueve muchachos sanos, matan a puntapiés y trompadas a otro adolescente y lo dejan tirado en la vereda y marchan a cambiarse de ropa para ir a cenar, sin el más mínimo interés por ese cuerpo abandonado en la vereda.

Personalmente me trajo recuerdos de la vieja historia del chivo emisario. Figura en la Biblia, y creo que en libro de Enoch hay alguna referencia. En tiempos en que la comunidad se sentía pecadora, dos carneros eran llevados ante el sumo sacerdote. Eran idénticos y el sacerdote elegiría uno al azar, quizá sacando la varita más larga o la más corta. Y el que ganaba era apartado y llevado de regreso a la comunidad, al otro le esperaba un viaje corto, un barranco desolado y la caída que rompería todos sus huesos y la muerte final. Había allí un ángel subterráneo y malvado, la ofrenda ocurría en Yom Kippur, y con la muerte del carnero los pecados de los judíos quedaban saldados y la comunidad en paz.

El chivo emisario puede ser una sola persona, o muchos, incluso toda una etnia. Lo que pueda originar el conflicto puede ser algo banal, incluso quedar olvidado. Más allá de cierto umbral, el odio ya carece de causa y se concentra con precisa maldad en una víctima fortuita. La elección de esa no es consciente, sino fruto del azar. Se conoce a la víctima también como "cabeza de turco".

Impotencia, envidia, frustraciones, rencores banales, carencia de valores, esperanzas perdidas, una inutilidad medular, crean el terreno fértil para que uno o más seres queden atrapados en un vértigo destructivo. Ya lograda la víctima se volverá a cierto equilibrio. Esa víctima inocente será el precio del apaciguamiento general. La violencia insatisfecha encontrará siempre su víctima, a veces un objeto de sustitución, no pude aniquilar a Luis caerá Diego, es vulnerable y está a mi alcance. Una víctima arbitraria, así pudo haber ocurrido con Fernando.

En el sur de los Estados Unidos, los linchamientos estaban relacionados con el precio del algodón. ¿Algún estudio, en nuestra suave Patria, entre niveles de inflación y criminalidad?

Este tipo de sacrificios no solo desempeñó un papel esencial en el origen de la humanidad, sino que incluso puede constituir el motor de todo lo que nos parece específicamente humano. Así piensa René Girard, un antropólogo francés, que dedicó su vida al estudio de la vinculación del crimen y lo sagrado. En la profundidad de toda cultura hay siempre un crimen inicial, fundador, del cual surgirán los mitos, los rituales que repetirán el crimen de una forma simbólica, y las prohibiciones. Si se desnuda un mito, siempre surge un crimen.

El sacrificio de Jesús, que de alguna manera repite actores y circunstancias, en realidad revierte la estructura del mito, al ser su sacrificio voluntario.

¿Qué llevó a nueve jóvenes deportistas a ese asesinato espantoso? ¿Cuál fue la causa de ese horror del cual todos podemos quizás ser partícipes o víctimas?

¿Cuál fue la obscura raíz del crimen?
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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