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A diferencia de lo que sucede con las “fronteras” que están referidas a una “zona territorial” de tránsito entre dos países, y por ende, como franja que es tiene un ancho impreciso que siendo de carácter social está condicionado por los usos y costumbres, por no decir las diferencias culturales; cabe considerar a los “límites” como una línea imaginaria que contiene el territorio de un estado en cuanto lo delimita.

De donde cabría señalar que nuestro país tiene ambas cosas, en el caso de los países vecinos que nos circundan, pero que tenemos únicamente límite marítimo, en el del sector oriental patagónico. Y no fronteras, dado que más allá de aquel, solo existe el océano, o lo que se ha dado en llamar “mar libre”.

Una distinción que cabría tener por bizantina, sino fuera por el hecho que si es correcto hablar de fronteras “porosas”, en el caso de los límites no es así, sino que habría que hablar de aquellos que son ya “respetados”, ya “violentados” o “violados”. Aunque en ambos casos tanto el tránsito y el tráfico –que inclusive puede llegar a la “ocupación” por parte de otro estado o grupo con pretensiones de serlo- significa una falta de cuidado, que demuestra un Estado ausente, o al menos despreocupado por el cumplimiento de nuestras leyes en todo el territorio.

De donde para simplificar lo que precedentemente hemos tratado de explicar, aunque somos conscientes de haberlo hecho de una manera complicada, cabría señalar -y hacerlo expresando grave preocupación- que asistimos a una situación en la cual “nuestros límites son de una manera continuada, hasta el punto de considerarlo así en forma permanente vulnerados”. Lo cual es una contradicción flagrante, con la pretensión de mantenerlos cerrados a medias, como parte del “diseño gubernamental” – hablar del mismo, posiblemente no sea lo correcto, pero de alguna manera hay que designar a su gestión- que en la actualidad de una manera creciente traba el ingreso y salida de bienes de nuestro territorio.

Así es como hablar de “fronteras porosas”, se puede hacerlo sin temor a equivocarse en el caso del norte de territorio, especialmente en el caso de Bolivia y el Paraguay, en el que la llegada de estupefacientes de todo tipo y destino, se ha vuelto como se sabe, casi –por no decir prácticamente del todo- imparable. Inclusive se da el caso, de quienes de una manera irónicamente incorrecta, hacen referencia a la peligrosa y denodada acción de nuestras fuerzas de seguridad fronteriza, manifestando que las capturas repetidamente denunciadas de secuestros de estupefacientes que han ingresado desde aquellos a nuestro país, son una suerte de montaje, con el que se busca disimular los volúmenes de esa mercadería de dimensiones obscenamente mayores, que llegan sin inconvenientes hasta sus lugares de destino…

Cabe señalar que de un tiempo a esta parte, en territorio misionero, las violaciones de frontera tienen un sentido inverso, al menos en gran parte. Es que tentados por el bocado enorme de la producción de soja que engulle en la actualidad nuestro gobierno, valiéndose de distintos mecanismos entre los que cabe señalar a la presión tributaria y las manipulaciones vinculadas con las varias cotizaciones del dólar americano, se asiste a la exportación en grandes columnas de esa oleaginosa, a través de ese territorio provincial. Algo que en el caso del arroz ocurriría hacia territorio brasileños desde el correntino.

Nada sabemos de lo que ocurre en el caso de nuestra frontera con el Uruguay –donde alguna vez se habría dado el caso de que se interrumpiera el alumbrado de por los puentes que nos vinculan, como forma de ocultar el tránsito de maquinaria agrícola de nuestro país al vecino- ya que a pesar que la diferencia en el valor de nuestras respectivas monedas es grande, y como consecuencia de ello la tentación de la “exportación clandestina” hacia el país vecino es todavía mayor, cabe conjeturar que todavía no ha existido el tiempo que exige el armado de “estructuras exportadoras” avocada a este tipo de transacciones.

La relación podría continuar con lo poco que se sabe y lo mucho que se sospecha que ocurre en el puerto de Buenos Aires, incluyendo sus aeropuertos. Pero con la indicado alcanza para advertir que como consecuencia de la “manta corta” que estamos aquí todo por terminar arropados, inclusive el Estado, se asiste a la paradoja del empleo de nuestras fuerzas de seguridad de las fronteras para cumplir funciones de policía interior, extrañas tanto a su naturaleza, como a la formación de sus cuadros.

Mención que nos lleva a atender a que tanto la Prefectura Naval Argentina como la Armada nacional, están imposibilitados de impedir el ingreso de pesqueros extranjeros a nuestro territorio, en lo que es una clara violación de nuestros límites marítimos y por ende de nuestra soberanía territorial, en una dimensión tal, que por su duración debería en muchas oportunidades no otra cosa que “la ocupación” de nuestro territorio. No resulta entonces extraños que se hable de lo que en horas nocturnas dan la impresión, la extensión del espacio iluminado por las luces de los barcos allí ubicados, de “ciudades factorías flotantes”. Las que no solo efectúan un manejo predatorio de nuestras reservas ictícolas, sino que a la vez dejan de pagar las cargas tributarias multimillonarias a que están obligados por su actividad.

Se trata de un problema que no es de hoy, ya que debe reconocerse es de vieja data, pero el que en la actualidad ha adquirido una dimensión –aunque se trata por un cúmulo de ingredientes de situaciones diferentes- que viene aproximándose de lejos, al de nuestro territorio irredento de las Islas Malvinas.

Comprendemos que dada la complejidad de la situación que vivimos, es imposible hacerse cargo de todo –aunque se nos ocurre que en realidad lo hacemos de muy poco- pero esa violación a los límites de nuestro territorio, es de aquellas que las que por su gravedad, resulta imposible escabullirle el bulto.

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