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Hay momentos que me parece que todos, en esta tierra que Dios nos dio, y con los que con ambos -Dios y Patria- somos malagradecidos, estamos enfermos de prepotencia. Entre los que me incluyo por una cuestión de humildad, porque en mi caso, por ser una persona que por escrupulosa que soy me la paso autoanalizando, mirando bien la conclusión a la que llegué, es que soy de un decir demasiado enfático, y no demasiado prudente a la hora de cantar las 40 a alguien, demás está decir que siempre por buenas razones, cosa que todos ustedes saben que pueden dar por descontado.

Y ejemplos de prepotencia los encontramos por todas partes. No solo en aquellos que se cocinan en su propia arrogancia y así es como tratan a los demás, como esos señoritos soberbios que parecen que tuvieran su hobby en el maltrato.

Así he sabido de un trabajador municipal paranaense que le pegó una trompada a uno de sus jefes porque le había descontado del sueldo el importe correspondiente a un día en que había faltado sin aviso. O de un grupo de trabajadores “cooperativizados” que se habían hecho cargo de una empresa fundida que los había dejado en la calle, y que como quedaron afuera de una licitación por la que el gobierno de la ciudad de Buenos Aires quería comprar cuadernos para escolares, en lugar de interponer ante la justicia los recursos a los que tenían derecho, quisieron hacer la cosa más corta - y esto no es un juego de palabras-, cortando una avenida que pasa frente al Congreso de la Nación, como consecuencia de lo cual se armó un tamaño bolonqui. No puedo ante hechos calamitosos como los que cuento y que se repiten a diario, mire donde se mire, dejar de preguntarme qué es lo que nos pasa.

Y he llegado a la conclusión de que aparte de los que son por naturaleza arrogantes y soberbios, o también cuando se da el caso de los que son de por sí violentos; la cosa es que se ha hecho común que todo pretenda conseguirse valiéndose de la fuerza, aplicándosela en diversas maneras y grados de intensidad, convencidos de que imponiendo su voluntad a quien sea y por cualquier cosa que llegue a molestarlo, actuando como gráficamente se dice “de prepo”, no hay nada que no se pueda…

Por mi parte, debo decir que nunca voy a justificar este tipo de conductas. Como voy hacerlo pensando en el tipo ese que se ligó la trompada, o en tantos automovilistas podridos que le corten las calles. Mientras les pido disculpas a esas pocas señoras que siguen poniendo cara de asco, cuando en su presencia escuchan ese tipo de palabras entre las que se encuentra “podrido”, la que por otra parte es casi una pinturita entre otras tantas groserías, que hasta pasmo provocan si es que uno no está acostumbrado a escucharlas; ya que a todo uno se acostumbra, que no es el caso de lo bueno como equivocadamente se afirma, sino a lo malo que entre tantas cosas que lastiman están también las groserías.

Algo que como saben no es mi estilo, pero al pensar cómo se habla hoy en día, pienso que nada está del todo bien en un país que uno puede informarse cada día del número de cortes hasta para varias jornadas sucesivas, excepto sábados y domingos y los días declarados feriados, ya que no es cuestión de privarles a los que se ocupan de cortar las calles del disfrute propio de esos días.

Pero que la cosa también pasa, y eso es una explicación que aventuro temerosa de no ser bien entendido, por el hecho de que la ley parezca aquí algunas veces, por no decir casi siempre, nada más que un mal chiste; y por eso no se la toma en serio, y lleva a que mientras que unos que las dan de sabiondos se les llena la boca hablando de “anomia”, existen otros que prefieren actuar “de prepo”, tomando la ley -“su” ley”- en sus manos.

Hasta cuándo seguiremos mostrándonos tan zonzos, porque hasta ahora portándonos así, venimos perdiendo todos a montones, sin que haya nadie que se salve, ni siquiera los que se muestran orgullosos de pasarse la vida haciendo “aprietes”.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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