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Tengo una vecina, apenas mayorcita comparada conmigo, que es una charlatana incorregible. Pasa como un suspiro de mostrar un rostro encantador a hacerlo con una cara maléfica. Lo que pasa que ella está convencida de ser una vidente, y es allí donde su cara se vuelve otra.

Cuando dice ver “cosas”, que las entrevé como en una nebulosa no en un globo de cristal, sino tirando naipes españoles, ya que como ella misma también lo reconoce no es sino una humilde servidora de los que acuden a su mesa, y no de esas otras mujeres pretenciosas de las que cobran previamente, antes de largar lo que dicen ver, valiéndose de barajas con extrañas figuras que dejan como una ordinariez a las cartas, esas que se usan para al póker.

Me cuenta mi vecina, que para ella las cartas son como un espejo del que brotan imágenes. No estoy muy convencido que puedan presentarse de ese modo, pero así como hay gente convencida al mismo tiempo de que no hay brujas pero que las hay, todo puede suceder; y que la estrategia más diabólica que ha echado a rodar el mismísimo demonio, es convencer a la gente que su existencia es un cuento, por no decir que suena a chiste. Por mi parte, estoy convencido de la existencia de señales de mal agüero, como también que la forma de neutralizarla es enfrentándolas, ya sea atropellando el gato negro que se me atraviesa si voy por una calle o camino manejando, pasar debajo de una escalera en el caso que esté apoyada en una casa cuando voy por la vereda, o haciendo añicos bien añicados, un espejo al que le hice un rajo en un descuido. Y paro aquí, aunque tengo muchos más sortilegios para cualquier otra señal de mal agüero de todo tipo.

Porque no hay que echar las señales en saco roto, porque el mundo está lleno de signos o marcas que si se las ubica y se las capta de verdad, uno se da cuenta de la existencia de señales premonitorias, es decir que nos dejan entrever lo que se viene, y otras que vienen a confirmar, a todo aquél que conozca el lenguaje de los símbolos, que lo que ya ha ocurrido de esa forma queda acabadamente revelado.

Es por eso que me sentí identificado con un señor que no tengo el gusto de conocer personalmente, pero que a estar a los dichos de mi tío, vio en la catastrófica obstrucción de las cloacas de los tribunales federales de Comodoro Py, cuyas consecuencias fueron que todos los efluentes de los baños de los jueces y demás yerbas, los efluentes digo por más que estoy tentado superando el decoro de llamarlos por su nombre grosero pero contundente, se desparramaron por todo el edificio inundando escaleras y ascensores, hasta llegar a las veredas, dejando atrás las escalinatas de acceso al edificio. Y que vio en esa mezcla de olores y de efluentes, la prueba cabal que la justicia que allí se imparte tantas veces huele a podrido.

Algo que me llevó a preguntar si no sería ese un termómetro que pudiera ser utilizado, partiendo de la calidad del servicio cloacal en cada ciudad o pueblo, cuán descompuesta está la gestión de la administración de cada uno de ellos.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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