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Muchas veces se cae en la tentación de prestarle atención a la política nacional y local o a cuestiones internacionales con mucho renombre (como el conflicto entre Estados Unidos y China), a la vez que olvidamos investigar sobre los asuntos de Brasil y el resto de América Latina, que mucho influyen sobre las estrategias políticas y económicas de nuestro país.

En este último año y medio, hemos viajado por América y el mundo, de manera virtual o presencial, tratando de comprender cómo discurre la política de cada país y a la caza de pistas sobre qué destino le espera al planeta.

Gobernar es difícil. Gobernar sin mayorías estables y bien definidas en el Poder Legislativo es aún más difícil ¿Gobernar en pandemia? Mucho peor. Por supuesto, los dirigentes pueden tomar decisiones que entorpecerían la recuperación de esta crisis, pero, nobleza obliga, ninguno la tiene fácil.

Uno de los líderes más despampanantes de estos tiempos, Jair Bolsonaro, es, a la vez, uno de los que más desafíos tiene de cara a lo que viene. Como Alberto Fernández, como Mario Abdo Benítez o como Luis Lacalle Pou, Bolsonaro sigue ahí, con muchos contratiempos y contra muchos pronósticos.

Bolsonaro está sufriendo, entre otras cosas, la salida de algunos de sus aliados en el plano internacional. En parte, porque no lograron soportar los efectos de la pandemia. Donald Trump perdió la reelección después de un 2020 alocado para el país del norte. Benjamin Netanyahu, que durante doce años fue Primer Ministro de Israel, fue removido luego de que los opositores, de diversas ideologías, unieran fuerzas para formar un gobierno donde Bibi no fuese protagonista. Bolivia volvió a estar en manos del MAS, Maduro se afirma en Venezuela, Keiko Fujimori parece haber sido derrotada por Pedro Castillo en Perú y las encuestas indican que en Chile la derecha tiene todo para perder.

Los morbosos esperan que el Presidente de Brasil juegue el superclásico contra Lula da Silva en las elecciones presidenciales de fines de 2022. El líder del Partido de los Trabajadores y expresidente está libre y sin cargos en su contra, luego de pasar mucho tiempo en prisión y de haber sido inhabilitado para participar en elecciones. Desea, a toda costa, ocupar él, o algún delfín suyo, el Palacio del Planalto a partir de enero de 2023.

La grieta en esta competencia es abismal. “Comunistas”, “zurdos”, “corruptos”, “fascistas”, “dictador”, “genocida” son solo algunos de los insultos que vuelan de un lado y del otro. Por las dudas, algunos influencers de la política ya tomaron partido. Uno es otro expresidente, Fernando Henrique Cardoso, quien salió a apoyar a Lula por temas de “convivencia democrática”, según lo que contó en la entrevista que le hizo Carlos Pagni en el programa de televisión Odisea Argentina.

Cardoso contó que, a diferencia de algunos escépticos, no cree que haya posibilidad de que Bolsonaro cometa el error de dejar que los militares tomen el poder, ni piensa que las fuerzas armadas crean que ello sea conveniente. Es más, el reconocido intelectual, que sentó las bases para que Lula tuviese una presidencia objetivamente exitosa, está convencido de que en Brasil hay libertad e instituciones sólidas. De todas maneras, está en su derecho tomar partido y decir que es conveniente conversar con los opositores del gobierno de Bolsonaro, que no es de su agrado, y apoyar al candidato que mejor posicionado vea en esta disputa. Como vimos aquí en Argentina, si se uniera una buena parte de los principales partidos/líderes políticos, podrían ganar y vencer incluso a quien iría por la reelección. Sin importar cuánta imagen negativa tenga la principal figura de esa alianza, sea Lula o Cristina Fernández.

A estos contratiempos se le suman todos los problemas que tuvo el actual Presidente de Brasil desde que asumió: conflictos de intereses dentro de la coalición de gobierno, problemas con el Congreso y los gobernadores, destituciones o salidas polémicas (como la de Sergio Moro), algunos vaivenes económicos, medidas innecesarias, crisis sanitaria y otros tantos. Como si fuera poco, las encuestadoras ya lo quieren apretar diciendo que no tiene chance alguna contra Lula.

De todas maneras, Bolsonaro va. Se mantiene en pie, supo escaparles a las encrucijadas o resolver conflictos de alto vuelo. En medio de la pandemia, mantuvo firme su posición en ciertos temas (no someter a la población a confinamientos, insistir en no frenar la economía, avanzar con ciertas reformas “pro mercado”) y hasta se animó a aumentar el número de subsidios (auxilios de emergencia) para que la población pudiese sobrepasar la crisis generada por la pandemia del COVID-19.

El último sábado, después de haber habido marchas en su contra y en su favor, encabezó una caravana de 300.000 motocicletas en las afueras de San Pablo, en las que participaron diferentes facciones que lo apoyan. Recitó su famoso eslogan (“Brasil encima de todo, Dios encima de todos”) y no se olvidó de criticar a los líderes de la oposición. Es, para muchos, una superestrella, un “Mesías”-tal es su segundo nombre-, un personaje de televisión. Basta con ver su respuesta a los desafortunados dichos de Alberto Fernández sobre la proveniencia de mexicanos o brasileños.

Es odiado por muchos, pero apoyado, incondicionalmente, por otros muchos. Las buenas noticias a nivel internacional y a nivel local escasean. Las chances de que se equivoque, de que pierda y de que las cosas salgan mal son altas. Pero Bolsonaro guarda esperanzas. Sabe que la pandemia puede llegar a su fin antes de que termine su mandato, lo que llevaría a una inevitable e incipiente recuperación económica, a menos que cometa errores burdos. Sabe que no son pocos los que lo votarían en cualquier contexto y sabe que, en un balotaje, muchos neutrales lo prefieren antes que a Lula. Sabe que los tiempos cambian y que puede vencer aún cuando hoy parezca que tiene todo para perder.

Se viene un año más que intenso para Brasil en el plano político. Esta motocicleta no fue a la marcha del sábado, pero en cualquier momento visita Brasil para ver cómo sigue esta historia, que será determinante para el futuro de nuestro gran socio y, en consecuencia, para nosotros.
Fuente: El Entre Ríos

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