Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
El 9 de octubre se conmemoró el Día Mundial del Correo, como homenaje al aniversario de la Unión Postal Universal. El día se seleccionó para recordar a la agencia especializada de las Naciones Unidades, establecida en Suiza en 1874, que fue pionera en la introducción del envío de cartas a todo el mundo al regular el sistema de correspondencia internacional. ¿Se mantuvo en su esencia esta pieza fundamental de la comunicación?

La aparición de Internet permitió que las personas encontraran nuevas formas de comunicarse, más veloces y dinámicas. Las tradicionales cartas fueron reemplazadas por correos electrónicos que cumplían aparentemente la misma función: transmitir mensajes.

Igualmente, los nuevos desarrollos tecnológicos como las aplicaciones de mensajería instantánea volvieron a modificar el status quo: los mensajes ya no eran largas cartas sino pequeños comunicados. A eso se le agregaron fotos, videos, y las notas de voz, que ya casi están reemplazando la escritura. Y ni hablar de las redes sociales, que revolucionaron nuevamente nuestra forma de comunicarnos.

Es claro que la necesidad de enviar mensajes a otros está más viva que nunca. Y es justamente eso lo que hacía el tradicional correo. Quizás la pregunta que nos podemos hacer es si hoy es lo mismo enviar una nota de voz a un amigo que está lejos, que lo que significaba escribir una carta.

Para empezar, uno se tenía que sentar a redactar. Uno tenía que pensar qué iba a decirle al otro. No solo eso, sino que según el destinario se emplearían diferentes tonos. Hoy, con la masificación de las comunicaciones, gran parte de las formalidades han sido dejadas de lado. Sin embargo, lo que más asombra es que se haya perdido el hábito de dedicarnos a pensar en el otro y en nosotros mismos, ya que cuando escribimos no solo estamos contándole a otra persona lo que nos pasa, sino que también estamos pensando en nosotros.

Muchas veces el sentarse a contarle a otro que fue de su día, su semana, su mes, es una forma de ver qué estamos haciendo con nuestro tiempo. Y de atrevernos a ver que quizás no somos felices; que quizás estamos dejando de lado actividades y tratos con otros que no querríamos dejar.

Lo que es más, no se lee lo mismo una carta que como se escucha una nota de voz o se escucha un mensaje. Todo lo contrario. Antes quizás podíamos leer una carta de tres hojas de alguien que queremos, hoy escuchar un audio de 4 minutos parece una tortura. Seguramente, nunca te lo escuchen. Seguramente, quedará ahí pendiente junto con la historia que contaba.

Las cartas marcaron una gran parte de mi infancia y son una prueba real de cómo hemos cambiado nuestra forma de comunicación. Mi abuela me escribía religiosamente desde San Luis para mi cumpleaños. Y me contaba de su vida y me dedicaba reflexiones para que afrontara ese nuevo año. Y yo me tomaba el tiempo para leerla. ¿Qué habrá pasado que hoy nos cuesta tanto sentarnos a leer lo que otro nos dedicó o a escribir algo para otro? Quizás debamos volver a escribir correos. Quizás debamos volver. O quizás no. Pero es esencial que nos sigamos realmente comunicando y no simplemente informando.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

Enviá tu comentario