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Que el estado gane espacios no es un buen augurio para la economía

Durante los últimos 10 años, Argentina perdió terreno relativo contra prácticamente todos los países de Sudamérica. Salvo Venezuela, todos crecieron más que nosotros.

Es posible que esa crónica incapacidad para crecer de manera sostenible provenga de la hipertrofia estatal. Compartimos con Venezuela el dudoso honor de ser los únicos dos países que durante la década que corrió entre 2010 y 2019 no registraron un solo año de superávit fiscal primario. Ni uno. Compartimos con Brasil las mayores cifras de gasto público como porcentaje del PBI – cifras casi 10 puntos porcentuales superiores a las de Chile y Perú. ¿Será pura casualidad en los últimos diez años estos dos países hayan crecido más de 40% en dólares, mientras que Argentina y Brasil se achicaron?

El tamaño del estado es un problema, porque su funcionamiento succiona recursos del sector privado, imponiéndole un costo argentino que lo atrofia. Pero no es sólo el tamaño del estado el problema, sino sobre todo la bajísima calidad de ese enorme gasto público. Luego de un siglo en que el estado argentino no ha parado de crecer, sigue siendo incapaz de garantizar a los ciudadanos el acceso a servicios de salud, educación y seguridad de calidad. Ni siquiera es capaz de garantizar la moneda que emite, algo que sin duda han conseguido casi todos los países sudamericanos.

La pandemia demanda esfuerzos fiscales extraordinarios, que podrían ser un foco de inestabilidad potencial en los respectivos países. Sin embargo, en casi ninguno de ellos la emisión monetaria o el aumento de la deuda pública han sido traumáticos. Ni Chile, ni Perú, ni Brasil ni Colombia, países en los que el aumento del gasto para mitigar el costo de la pandemia ha sido grande, la estabilidad financiera no fue alterada por la mayor emisión monetaria o el aumento de la deuda pública. Entraron a la crisis sanitaria en mejores condiciones que Argentina.

Esas mejores condiciones iniciales permiten suponer que su recuperación post-pandemia será más robusta. En Argentina, las condiciones iniciales eran malas, y la pandemia agravará los problemas. Las dificultades para crecer y para controlar la inflación existían desde antes de la aparición del coronavirus. La cuarentena disimuló una condición crónicamente mala con un cuadro agudo atribuible a un factor exógeno.

El velo de la cuarentena no ocultará los problemas estructurales, que siempre encuentran un resquicio por el cual colarse. Como otras veces, ese resquicio es el dólar, el alcahuete que insinúa que el aumento del gasto público que demandó la cuarentena es desestabilizante, al ser financiado con una moneda en la que la gente no confía.

La estabilidad macroeconómica sólo es posible si el Banco Central compra dólares para acumular reservas. Pero es la gente la que los compra para sacarse los pesos de encima. Está claro que con este tipo de cambio y con esta brecha entre el tipo de cambio oficial y el paralelo, acumular reservas es un objetivo lejano. El acuerdo de la deuda, sobre el que residen expectativas desmesuradas, es necesario para empezar a encarrilar la cosa, pero por sí solo no es suficiente para asegurar la estabilidad.

Entre la obligación política de emitir y la baja demanda de pesos se genera una brecha que las regulaciones sólo cierran de manera transitoria. El final de la historia siempre fue el mismo. La devaluación del peso está escrita. Su magnitud, y los efectos económicos y políticos colaterales, es lo que se desconoce.

Por lo pronto, comenzamos a vislumbrar algunas cifras escalofriantes. Prácticamente no hay indicador cuya caída no represente un récord histórico. El Estimador Mensual de Actividad Económica (EMAE) mostraba ya en marzo, cuando apenas llevábamos 11 días de cuarentena, una caída de 11,5%. Los datos preliminares de abril auguran lo peor: la producción industrial cayó 33,5% y la construcción 75,6%. El mercado de trabajo es una incógnita, pero cuesta ser optimista.

Los economistas ya están ajustando sus pronósticos para reflejar un futuro más sombrío a medida que se extiende la cuarentena. Cada mes, el Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM) que hace el Banco Central refleja cambios a la baja en las proyecciones del PBI y al alza en las de inflación y tipo de cambio.

Basta recorrer las principales zonas comerciales en las grandes ciudades argentinas para notar cuántos negocios han cerrado de manera definitiva. Frente a esos negocios, relucen los carteles celebrando los sueldos “pagados por el Gobierno Nacional”. Más allá de la nada inocente confusión entre gobierno y estado, el anuncio tiene algo de ominoso: si se metió el estado, probablemente salga mal.

Como otras veces, quizás sea una crisis terminal el doloroso paso necesario para cambiar la historia y que ésta deje de repetirse. El Presidente repite en cada una de sus conferencias de prensa que el estado nos cuida. Si se lo juzga por el estado de la economía, podemos concluir que nos cuida de una manera curiosa: esta haciendo mucho para provocar aquella crisis.
Fuente: El Entre Ríos

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