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Las utopías parecen esfumarse. Las distopías confirmarse

Por Rocinante

A los hombres (dicho en una manera que incluye a todas y a todos) le ha gustado desde siempre barajar ideas, que son más que meras ensoñaciones, acerca de la manera en que se pueda convertir la Casa Común a la que se refiere Francisco, en un mundo feliz.

Algo que ha ocurrido desde siempre, y de lo que se ocupó Platón en su obra La República y a la que Tomas Moro le puso un nombre que perduró, cuanto tituló como Utopía su obra celebérrima.

A decir verdad nunca se logró plasmar en la realidad a ninguna de las utopías conocidas, aunque se debe reconocer que su pervivencia es indispensable para que la humanidad mire al futuro de una manera esperanzada y que por lo demás, y eso debe remarcarse, los seres humanos hemos podido incorporar a la vida cotidiana muchas de las cosas que en algún momento sonaban a ensoñaciones utópicas.

Aunque también, y es triste tener que admitirlo, a lo que asiste en este mundo nuestro que ha perdido todo encantamiento, es la presencia de la distopía (las descripciones de un mal lugar y una mala época para vivir), la que por desgracia es la que aparece acertar en cómo podrá llegar a ser el mundo que ya hemos comenzado a plasmar, o sea el más que entrevisto.

Signos premonitorios, que nos deben llevar a estar más alerta todavía en medio de lo que se conoce como la pasmosa aceleración de la historia, a la que asistimos. Una situación frente a la cual nuestra evidente debilidad, fragilidad, o como quiera llamársele, de carácter institucional, nos encuentra totalmente inermes frente a un mundo que no terminamos de entender que se nos viene encima.

Es casi sobreabundante señalar que la distopía de George Orwell - su novela 1984- es el mejor ejemplo de un material. Aunque adquiere una particular vigencia en nuestros días un clásico de la época de oro de la ciencia ficción, al que pasaré a ocuparme.
Los mercaderes del espacio
La así titulada en una novela distópica de ciencia ficción publicada en 1953 (o sea de esto ya más de setenta años) y escrita por Frederik Pohl y Cyril M. Kornbluth.

En referencia a ella el crítico Kingsley Amis escribió que MERCADERES DEL ESPACIO es una muestra más de cómo la ciencia-ficción puede, hasta cierto punto, predecir el futuro. A mediados de los años cincuenta del pasado siglo, estos dos autores imaginaron un mundo en el que las grandes empresas comerciales ostentan el poder más absoluto que imaginarse pueda; en el que el sistema económico ha fagocitado al sistema político, y en el que los Señores del Comercio controlan las vidas de todos y cada uno de los habitantes del planeta. La Tierra está regida por una especie de supracapitalismo carente de cualquier escrúpulo legal o moral, para el que sólo cuenta el beneficio puro y duro. Las identidades nacionales ya no tienen razón de ser, pues lo que cuenta es la lealtad a la empresa para la que se trabaja. Es ésta una sociedad globalizada, en la que impera el consumismo más desaforado, convenientemente promovido por las poderosas multinacionales, y en el que se rinde culto al dios Ventas y a la diosa Publicidad. Mittchell Courtenay, el protagonista de esta historia, es uno de los miembros de las clases privilegiadas de este mundo de pesadilla. Importante ejecutivo de uno de los truts más importantes, la sociedad Fowler/Schocken, es un hombre feliz, plenamente integrado en la comunidad. Disfruta de su trabajo, está convencido de que vive en el mejor de los mundos posibles y cree sinceramente que todos los habitantes de la Tierra llevan vidas tan plenas y satisfactorias como la suya, aunque eso sí, cada uno de acuerdo con su nivel social. Es un publicista nato, capaz de venderle cubitos de hielo a un esquimal. Jamás se ha cuestionado la moralidad de lo que hace, ni alberga dudas sobre la justicia del sistema social del que forma parte. Pero todo eso cambia bruscamente cuando tiene que hacerse cargo de uno de los proyectos más ambiciosos de la compañía en la que presta sus servicios: la promoción de la colonización del planeta Venus, con vistas a la explotación comercial no sólo de sus recursos, sino también de los colonos que decidan establecerse allí. Courtenay se sumerge de lleno en dicho proyecto, sin sospechar que muy pronto, y no por voluntad propia, tendrá oportunidad de saber cómo vive la mayoría de los habitantes de la Tierra, los que no forman parte de la exclusiva elite dirigente, los que se ven obligados a trabajar y consumir sin descanso para mantener en marcha una civilización hiperconsumista, deshumanizada y amoral. Mittchell conocerá esta realidad, y entrará en contacto con los disidentes, los enemigos del Sistema, los odiados consistas, cuya causa acabará abrazando.

El articulista sigue diciendo que debo reconocer que, cuando leí esta novela por primera vez, hace más de treinta años, no me gustó. Sin embargo, transcurrido medio siglo desde su publicación, puede afirmarse que el futuro descripto en MERCADERES DEL ESPACIO es, al menos en ciertos aspectos, nuestro presente. En nuestros días, la publicidad y el consumismo más irresponsables lo invaden todo. Las grandes corporaciones comerciales extienden sus tentáculos hasta el último rincón del planeta, abarcando todos los ámbitos de las actividades humanas. La estratificación de la sociedad aun no es como en la novela, pero existen indicios claros de que avanza en la misma dirección. La publicidad, uno de los pilares básicos del Sistema en la novela de Pohl y Kornbluth, está adquiriendo en nuestro tiempo idéntica importancia, con todo lo que eso significa. La progresiva, constante y cada vez más intensa presión publicitaria que acosa al hombre de hoy así lo indica. La caja tonta, el gran instrumento idiotizador de nuestra era, la gran lavadora de cerebros, es la plataforma perfecta para la ofensiva publicitaria. Preocupante es el acoso publicitario que sufren niños y jóvenes, para los que parecen ideados el ochenta por ciento de los productos que salen al mercado. De nada han servido las campañas contra la saturación de anuncios en las televisiones, especialmente en los programas infantiles y juveniles. Las cadenas se saltan a la torera todas las normativas al respecto, sin que las autoridades competentes se dignen actuar, lo cual resulta, hasta cierto punto, lógico.

Los críos de hoy son los consumidores del mañana, y hay que adoctrinarlos convenientemente, para que, ya adultos, continúen aumentando los beneficios de las mafias mercantilistas.

Mas hay otras señales de que nuestra sociedad actual evoluciona, lenta pero perceptiblemente, hacia parámetros similares a los presentados por Kornbluth y Pohl. También en nuestra realidad cotidiana conviven la miseria con la alta tecnología; los grandes avances científicos, con la progresiva escasez de los recursos más vitales. Tenemos a nuestro alcance toda clase de artilugios electrónicos, diseñados para facilitarnos el trabajo o el entretenimiento; pero las cosas realmente esenciales, como una vivienda digna, alimentos sanos y naturales o una atención sanitaria de calidad resultan cada día menos asequibles para el común de los mortales. Esto se evidencia, sobre todo, en los países que conforman el llamado Tercer Mundo, donde los televisores en color, los ordenadores, acondicionadores de aire y otros cachivaches por el estilo conviven con la falta de agua corriente en las viviendas, la penuria alimentaria y la inexistencia de servicios sanitarios mínimos.
Amazon y Jeff Bezos entran en escena
De Amazon se viene hablando hace mucho tiempo, pero no así de Bezos, que no es otro que el dueño de Amazon. El que acaba de pasar este año, a estar a un ranking que publica una revista estadounidense que observa el mundo de los negocios como el hombre más rico del mundo, galardón que comparte con el del peor patrón del mundo, así designado por una organización sindical internacional, mientras que años antes fuera clasificado como el mejor empresario del mundo por otra revista de negocios. Pero la cuestión es que la fortuna neta del nombrado este año ha sido estimada en la suma de 106 mil millones de dólares americanos, (o sea un "cienmilmillonario”, sobrepasando al cofundador de Microsoft Bill Gates.

Mientras tanto Amazon es Amazon, S.L. (NASDAQ: AMZN) es una compañía estadounidense de comercio electrónico y servicios de computación en la nube a todos los niveles con sede en la ciudad estadounidense de Seattle, Estado de Washington. Su lema es From A to Z (traducido al español: «De la A a la Z»). Fue una de las primeras grandes compañías en vender bienes a través de Internet.

En la actualidad está totalmente diversificada en diferentes líneas de productos, ofreciendo DVD, CD de música, software, videojuegos, electrónica, ropa, muebles, comida, libros, etc.

Incluso Amazon.com anunció el 11 de octubre de 2016 que estaba planeando construir tiendas físicas y desarrollar puntos de recogida en la acera para comida. Este nuevo negocio se llama Amazon Go y en diciembre de 2016, fue abierto para los empleados de Amazon en Seattle. La tienda utiliza una variedad de sensores y carga automáticamente una cuenta Amazon de comprador a medida que salen de la tienda, por lo tanto no hay líneas de pago. La tienda abrió al público en general en el año 2018.
Amazon no está sola
Amazon no está sola entre estos acelerados y enormes grupos emergentes y lo que merece más atención es que entre esos firmantes predominan no las empresas extractivas y productoras de bienes, sino las vinculadas con los servicios y la robotización y digitalización. Tal el caso de Apple, Micro Soft, Face Book y las diversas empresas en competencia para ganar la carrera de los mejores vehículos automotores eléctricos y sin chofer. Sin olvidar el papel que juega la banca internacional.

Todo lo cual viene a mostrar un futuro en que se hagan cada vez más tenues las fronteras nacionales a la par que se asiste a una declinación del poder estatal. Y lo que es más importante aún, un mundo en el que la mano-factura da paso a la mente-factura, con el drama cada vez mayor para encontrar trabajo a las personas sin capacitación.

Todo lo cual, unido a la obscenidad que significa que una centena de personas o empresas sean dueñas de la mitad del capital de la totalidad de los habitantes de la tierra debe llevar a la necesidad de pensar sino en un gobierno mundial, en al menos en regulaciones internacionales, que se apliquen de una manera obligatoria con las sanciones que ellas significan.
Fuente: El Entre Ríos (Edición Impresa)

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