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La Cuba de Díaz Canel, ante grandes desafíos
La Cuba de Díaz Canel, ante grandes desafíos
La Cuba de Díaz Canel, ante grandes desafíos
Una historia que los cubanos temen que pueda volver a repetirse es la que vivieron durante una etapa, cuando Fidel Castro anunció públicamente al pueblo de la isla y les advirtió, en 1990, que pasarían por un "Período Especial en Época de Paz".

Si se repasa la situación cubana, haciendo total abstracción de lo político e institucional, desde el acceso de Fidel Castro al poder las relaciones entre Cuba y la Unión Soviética, fueron cada vez más estrechas hasta que llegaron, a partir de 1964, a una situación de virtual dependencia económica, ni siquiera comparable a la que se viviera con anterioridad, en la época de una relación asimétrica -que se dio desde la independencia de la isla de España- con sus vecinos norteamericanos.

La explicación de ese estado de cosas es totalmente comprensible, ya que mas allá de la identificación ideológica en la que se lo veía muchas veces mostrarse a Fidel “más papista que el Papa”, era totalmente explicable que Moscú estuviera dispuesto a pagar un alto precio, por tener una suerte de base militar propia, no ya en el “patio trasero”, sino en la puerta de lo que cabría denominar como la mismísima “pieza de servicio” de los Estados Unidos.

Para hacerse una idea de esa situación es suficiente con señalar que Cuba importaba hasta el 98% del petróleo que necesitaba de la URSS, nación con la que tenía el 72% de su intercambio comercial. A lo que es posible añadir un dato todavía más abrumador: detuvo la inyección de capital de origen soviético que entre 1960 y 1990 fue del orden de US$ 65.000 millones. Suma tan grande que nos dice poco, pero que su magnitud queda a la vista si se tiene en cuenta que la misma es tres veces el total que EE.UU. dio a América Latina bajo el programa de la Alianza para el Progreso, implementado en 1961 por el Presidente de Estados Unidos John F. Kennedy , el que se extendió hasta 1971.

De allí que la caída del Muro de Berlín y la implosión de la Unión Soviética hayan representado para el régimen cubano un golpe abrumador.

Según informes económicos “el Producto Interno Bruto (PIB) se contrajo 35% en tres años, en lo que representa una de las más grandes caídas de una economía desde la Gran Depresión (1929)”, ahora solo superada por Venezuela.

Como es lógico, esa circunstancia repercutió de la esperable forma negativa en la población cubana, hasta el punto que en el día de hoy para los habitantes de la isla ese “Período Especial” es "sinónimo de hambre, sufrimiento y austeridad extrema”.

Pero bien se dice que no hay mal que dure cien años. Es por eso que analistas políticos al referirse a la situación actual que se ha comenzado a vivir en la isla señalan que “la llegada de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela en 1998 le dio un acceso a Cuba al petróleo que necesitaba a través de un intercambio de médicos y maestros”. Agregando que hoy la economía de Cuba no depende casi totalmente de un solo país, como en el caso de la URSS, pero sí sigue dependiendo en gran medida de que Venezuela sea el aliado comercial que ha sido desde hace casi 20 años.

Pero esa manera de mirar las cosas revela un optimismo que da la impresión no comparten los propios cubanos, quienes se muestran harto preocupados ante la posibilidad de que la dupla Trump-Maduro, desencadene un nuevo “Período Especial”.

De allí que no resulte extraño que tanto el presidente Díaz-Canel como el expresidente Raúl Castro hayan advertido de que pueden venir meses complicados para los cubanos. Por más que los mismos por ahora descartan que se trate de una situación similar a la vivida entonces y cuyos efectos aun no se han terminado de superar. Aunque el gobierno cubano da la impresión de que está intentando comenzar a curarse en salud, ya que ha comenzado a aplicar en toda la isla un plan programado de costes en el suministro de energía eléctrica.

Mientras tanto de la situación descripta, podemos todos, y cuando decimos todos nos referimos a todo el mundo, extraer una enseñanza de esas que aún con sangre es muchas veces difícil que “nos entre en la cabeza” y que es de naturaleza económica aunque es posible de aplicar en un ámbito más amplio que el de economía.

Es común que al hacer referencia notoriamente equivocada por considerarla chapucera a las “cuentas de un almacenero”, para valorar negativamente la gestión económica de algún ministro, se pase de esa manera por alto una comparación mucho más apropiada, cual es la que tiene que ver con la administración de un hogar, si se tiene en cuenta que la etimología de la palabra “economía” remite griega “oikonomos”, que significa administración del hogar, ya que “oikos” significa hogar y “nemein”, administración.

¿Y qué se entiende por un hogar bien administrado? No otra cosa que aquél en que no se gasta más de lo que se produce, o para decirlo de una manera menos cruda, que no se gastan más que los recursos auténticos de los que se dispone.

Que viene a ser lo mismo que el “no vivir de prestado”, ya que desde una perspectiva de estricta disciplina, la única forma admisible y por ende correcta de endeudarse es con el objeto de realizar inversiones productivas, poniendo el acento en lo de la productividad que debe acompañar a la inversión, ya que endeudarse para consumir es lo que gráficamente se señala “pan para hoy, hambre para mañana”.

Una tesitura en la que conviene insistir, ya que en el mundo actual, la forma de comportarse de nuestros gobiernos, con la anuencia complacida de una mayoría irresponsable de los gobernados, es ir saltando de un déficit presupuestario a otro, como si los estados, al igual que las familias, pudieran vivir permanentemente con sus “cuentas en rojo”.

Es en ese sentido que cabría atreverse a conjeturar que la única nación que estaría en condiciones de hacerlo, es Estados Unidos, excepción a la regla como consecuencia de que ellos son la maquinita de imprimir billetes de dólar y cuentan con la ventaja que esa moneda en gran medida se usa –dejándola en realidad de usar- para atesoramiento.

Aunque no es extraño escuchar a algún economista preguntarse cuanto tiempo podrá continuarse así, “hasta que la bomba explote”.

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