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En los últimos siete días, el gobierno nacional ha acumulado varias “metidas de pata” de las que tienen responsabilidad funcional ministros, presidentes o directores de importantes entes estatales, como son el Banco Central y la ANSES y otros a quienes consideramos innecesario mencionar.

Frente a esas situaciones, el actual gobierno no ha reaccionado de la misma forma en la que lo hacía el anterior, cual era que en esos casos pedía disculpas, y de ser posible desandaba el camino que había culminado en error, llegándose en casos extremos a la remoción del funcionario responsable, como decíamos, “funcional” del mismo. Algo que motivaba fundadas críticas, ya que el disculparse por un error no lo elimina, sino de lo que se trata es de no cometerlos.

Es que, frente a situaciones de ese tipo, el actual lo ha hecho de múltiples formas, pero que de cualquier manera aparecen como opuestas a la manera de proceder de aquel. Es así como no ha habido nunca una rectificación expresa -y en algunos de esos casos ni siquiera implícitas- de los errores cometidos, si bien en algunos casos se ha asistido a un virtual desplazamiento del funcionario responsable -y decimos que el desplazamiento ha sido virtual en la medida que, en apariencia, el desplazado sigue desempeñando su cargo, pero lo que va poco más allá de lo protocolar del mismo, o sea la gestión concreta, pasa a otras manos-. Y en el caso de que las explicaciones se hayan hecho presente, de no ser inconsistentes y confusas, se las puede ver destacarse por su escualidez.

Ante esa situación, se ha producido el fenómeno característico, presente en casos similares, en los mundillos periodísticos y políticos, que en un ambiente que viene crispado desde hace años, no es de extrañar que se lo asimile a la aparición metafórica del “olor a sangre”, del que se dice tanta excitación provoca en los tiburones. Figura, la que en otros tiempos, era de cualquier manera apenas más benevolente, ya que cuando no se hablaba de la leña que se hace con el árbol caído, se hacía referencia al último empujón que se le pega al árbol ya herido y bamboleante.

Debe aquí hacerse un paréntesis, para hacerse las indispensables diferenciaciones en el abordaje de esos errores gubernamentales. Una diferenciación que tiene, en primer lugar, que ver con la fuente en la cual se originan esas críticas. Es que las hay, las que por lo general, en forma sordamente velada, agitan las aguas en el interior del propio gobierno; en una pujar que no ha cesado por los espacios de poder, entre las distintas líneas facciosas de la coalición gobernante. Coalición, sí; de esa forma hay que calificarla, por cuanto “el frente” conformado como instrumento para acceder al poder, da muestras de diferencias profundas que van más allá de las naturales pretensiones personales.

Y que no tienen otra explicación que, ante un poder presidencial no del todo consolidado, sin perjuicio de los sorprendentes y hasta el presente mayormente exitosos, avances en esa dirección; hacen que, de a ratos, se vea en la figura presidencial, más que la de un árbitro, la de un equilibrista.

En cuanto a las críticas de fuente externa al gobierno, se hace necesario efectuar una distinción entre lo que comúnmente se conoce como crítica “constructiva”, que no es otra cosa que un “acompañamiento” a aquel desde una adecuada distancia, en la que a las propuestas se añade el escueto señalamiento respecto a decisiones o rumbos equivocados; sin adornarlas -por lo mismo que son así- ni con invectivas y términos descalificadores de cualquier calibre. Es la que hace lo que los ingleses conocen con el nombre de “leal oposición”, en donde la lealtad tiene que ver con la buena intención y la honradez que se asocian a un auténtico respeto a las reglas de juego en una democracia republicana.

Y por la comprensión cabal de que lo que se conoce como “oposición” es en puridad una parte indispensable de todo gobierno de ese tipo, junto a un oficialismo en el que no está ausente, en ocasiones, la tentación de excluirlo de ese rol, viéndolo “frente al gobierno”. Ello así, por cuanto el papel de una verdadera oposición no es sino el de controlar el “hemisferio” más ostensible del gobierno en cuanto detentador de la función ejecutiva, a la vez que colaborar con aquel, en el papel que le toca jugar en la formación de las leyes.

Para decirlo en forma más clara, se trata de lo que resulta la verdadera “oposición dentro del sistema”. Y la que no es así, es una que cabe designar como “antisistema”, dado lo cual no es en realidad una verdadera oposición, sino que se presenta como lo que es cuando, se exhibe sin pudor, públicamente vestida de “resistencia”.

Volviendo a lo que es el hilo conductor de la presente nota, cabe advertir que en un régimen como el nuestro que se lo entiende como “hiperpresidencialista”, la estabilidad institucional necesita de una manera decisiva que las consecuencias de la gestión de gobierno, en el caso de ser negativas, puedan “descomprimirse” antes de que lleguen a rozar la figura presidencial.

No porque puede en su caso considerárselo como eximido de toda responsabilidad por las decisiones gubernamentales y administrativas que adopte de una manera directa o indirecta -en suma, no es aplicable al presidente otro axioma del derecho inglés, en el sentido que “rey no puede cometer error”, y por ende no responde por sus actos-, sino por cuanto esa “descomprensión” de situaciones de crisis es el resultado de la “desconexión” temporaria en el funcionamiento del aparato ejecutivo, por la “disrupción” consecuencia del cambio de un “fusible”, el que no es otro que un ministro o un funcionario de categoría equivalente.

En nuestra situación actual, ante los errores señalados, ellos hubieran significado en otros momentos “el cortarle la cabeza a un ministro”. Que ello no haya ocurrido así -al menos hasta el momento de la redacción de la presente- es consecuencia de dos situaciones de parecido carácter, que se dan simultáneamente a dos niveles.

La primera de ellas, es que en el juego de intereses entrecruzados que se da en el oficialismo, el armado de la estructura gubernamental guarda un no lejano parentesco con el de un rompecabezas, como consecuencia de lo cual al ministro se lo priva de la facultad de la designación de la mayoría de sus colaboradores, ya que esos “cargos” que no se los ve como “cargas”, son objeto de una distribución que busca ser equilibrada -algo que no es lo mismo que equitativa, ni mucho menos con el funcionamiento eficaz del aparato de gobierno- entre los diversos grupos y grupúsculos de la coalición señalada.

Resultando así las cosas, resulta difícil la aplicación de la responsabilidad política, en el caso de faltas de funcionario que él no ha nombrado, y que como ha quedado explicado resultan de un reparto de cargos, en el que no ha tenido ni arte ni parte.

A lo cual se agrega otra situación, cual reside en el hecho de enfrentar el presidente al mismo tiempo que cumple sus funciones, la necesidad de construir un poder del que todavía detenta solo en parte, buscando concentrar en su persona una gran parte de decisiones, que habitualmente se delegan en otros niveles gubernamentales, dado lo cual los ministros vienen peligrosamente a dejar de actuar como fusibles.

Y la ausencia de ellos, no puede convertirlo en fusible al presidente, ni tampoco en pararrayos… Un problema cuya solución pasa porque el presidente cuente con una mayor libertad de acción. Algo que es de interés de todos.

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