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Las requisas de cargamentos de droga, la que es transportada por las rutas del país, siguen estando a la orden del día. Al igual que la apelación al lanzamiento de bolsos con el mismo contenido, arrojadas como bombas desde avionetas, en lugares previamente seleccionados, Todo ello cuando no se recurre al aterrizaje en pistas escondidas en la espesura, o no detectables por encontrarse ubicadas en zonas despobladas, o se disimula ese tipo de cargamentos en algún habitáculo de una de las unidades, de los convoyes de barcazas que circulan por la hidrovía del Paraná.

Es por eso que resulta explicable que se atendiera de manera displicente a la noticia del secuestro de un importante cargamento de drogas, en la localidad vecina de Basavilbaso.

Entretanto, la pregunta que cabe formularse, no sólo frente a ese operativo exitoso, y los que en forma recurrente se efectúan en cargamentos de este tipo que con origen en el noreste paraguayo, ingresan a nuestro país por algunas de las poblaciones ribereñas misioneras –algo que queda confirmado con la ocurrencia de quien afirmara que Itatí es más conocida actualmente por ser una cabecera de puente del ingreso a nuestro país de la marihuana, que por la estatua venerada de la Virgen, alojada en una catedral casi tan grande como la de la de San Pedro en el Vaticano- nada tiene que ver con esas exitosas intervenciones policiales que ya han dejado -tal como lo acabamos de señalar- de ser noticias, de esas que interesan.

Porque el interrogante no pasa por allí, sino que está referido a confirmar la sospecha que cuantitativamente, resultaría muchísima mayor la cantidad de droga que supera los controles, mediante una variedad infinita de atajos, algunos de los cuales no pasan de ser triquiñuelas, que la que queda en manos de las fuerzas de seguridad a cargo de efectuar los controles respectivos.

Inclusive existen quienes se mantienen cerrados en la desconfianza - tampoco nada extraña en un país en que la confianza se encuentra tan desvalorizada, que existe muchas veces la impresión que cuando no totalmente desaparecida, se la ve arrastrarse por el suelo-, que muchas de esas cargas requisadas, no son otra cosa que “entregas” maquinadas y concertadas para que la ausencia de cargamentos requisados, se vuelva sospechosa y provoque alertas.

No decimos que lo así sostenido ocurriría de continuo – del mismo modo lo admiten también quienes así lo afirman-, pero quizás sea este el momento de traer a colación las palabras de un “evasor” tributario sistemático, quien aconsejaba a los tentados a seguir ese camino, “no olvidar nunca de darle de comer un poco al tigre”, encarnando en ese animal al ente tributario.

Lo hasta aquí acotado a nuestra frontera noreste, nos exime de hacer referencia a lo que sucede en su igual con Bolivia, ya que allí las cosas son peores.

Manteniéndonos siempre en el plano de los “barones de la droga” –aunque todavía no contamos en apariencia al menos, con alguien al que se pueda desmerecer con ese apelativo- no puede dejar de sorprendernos, que los mismos hayan encontrado su mejor cobijo en las cárceles. Todo ello con guardias desempeñando el papel de cuasi guarda espaldas, además de verlos cuidar con celo ejemplar, que a esos presos encumbrados no le falten teléfonos.

Al mismo tiempo que no puede dejar de causar preocupación la versión que ha comenzado a circular, según la cual sería intención del flamante ministro de Seguridad de la Nación, alojar a todos esos “capomafia” en un único establecimiento de seguridad, algo que, utilizando la terminología empleada por integrantes del actual oficialismo gobernante, podría dar lugar a la formación de un “grupo concentrado”.

Tal como es el caso de los distintos así denominados “comandos” de esa naturaleza, los que, con una eficacia digna de mejor causa, funcionan en territorio brasileño. Grupos que han extendido el campo de sus actividades desde la comercialización de drogas, a la de “artillería pesada”, así como también a explorar el campo de las extorsiones y secuestro; todo sin pasar por alto la comisión de crímenes por encargo.

Nos encontramos en consecuencia ante el emerger de un verdadero “contra poder”, por ahora fragmentado a lo largo y a lo ancho de nuestro continente, pero que se extiende como una “mancha venenosa”, y que ya ha establecido contactos estrechos con grupos terroristas, en función de contraprestaciones perversas entre ellos, y que ya en nuestro país ha comenzado a infiltrarse en los poderes del Estado.

De donde debemos tomar plena conciencia de la dimensión del desafío que enfrentamos, y no contentarnos con atender a los enfrentamientos en Rosario –y en otras localidades de nuestra geografía- como si se tratara de una película de pandilleros. O ver cómo esa ciudad, de ser como fue en su momento una suerte de “Chicago”, pasa a ser convertida en la capital de una nueva “Sinaloa”, atendido a El Chapo y al cartel mejicano así nombrado.

Lo que no quita que se siga persiguiendo a las pymes del narcomenudeo, a las que en su momento primigenio no se le prestó atención, en función del “relato” –porque este fue también uno de ellos- que nuestro país era “territorio de tránsito y no de consumo” de estupefaciente.

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