Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
Entre la distopía y la utopía
Entre la distopía y la utopía
Entre la distopía y la utopía
Nuestros lectores y los lectores de medios -sobre todo impresos-, en general, no son del todo conscientes de las dificultades casi insalvables que representa en estos tiempos de peste, escribir una nota editorial.

Para comenzar, porque aunque existan quienes dan la impresión de disimular mejor -el que nos aventuramos a considerar que es nuestro caso- la conmoción obsesiva que provoca la situación por la que atravesamos, de cualquier manera queda en claro que todo, no solo en nuestro alrededor, y aún en nuestro fuero interno, parece girar en torno a ella, de una manera que viene a obturar nuestras mejores intenciones. De esa manera, nos dejamos llevar a ocuparnos o atender a nada más que aquello que resulte absolutamente imprescindible.

Una demostración palpable de esa apreciación nuestra, se la encuentra tanto en el hecho de que el núcleo del contenido de los canales televisivos de noticias giran, ya sea de una manera directa o indirecta, en torno a ella.

Y cuando hacemos referencia a la vinculación indirecta con este tipo de noticias, no podemos dejar de referirnos a la circunstancia que consideramos correcta que el presidente Fernández, todo lleva a pensar que se ha convertido en el vocero de sí mismo, en una manera de presentarse ante la población, de una forma que le ayuda a construir una auténtica autoridad, al mismo tiempo que contribuye a provocar en una enorme mayoría de nosotros, una sensación de tranquilidad tan necesaria como lo es en el presente caso.

Así como en apariencia, al menos, parecería ser la impresión que provoca la aparición en la escena pública de Sergio Massa, quien con una irrupción “a los codazos” en un área ajena a la de su competencia -no hay que olvidar que preside la Cámara de Diputados- pareciera no perder oportunidad alguna de buscar protagonismo, como lo ha hecho en el caso -del que hemos tenido oportunidad de ocuparnos en forma negativa- de distribuir dinero entre los diputados, con el objeto de que puedan comportarse, a menor escala, de una forma similar a la suya. Circunstancia que, como es bueno destacarlo, provocó una saludable y exitosa reacción en la opinión pública.

En tanto, es el mismo contenido del párrafo precedente, el que viene a mostrar las dificultades nada sobrevaluadas, de las que da cuenta la posibilidad de hacer pública una opinión editorial en las actuales circunstancias.

Ya que somos conscientes del peligro de que cualquier cosa que se señale que pueda sonar a crítica a la acción gubernamental a todos sus niveles, puede llegar a considerarse como una forma de dañar la labor exitosa que desde todas partes -y en especial en el ámbito político, tanto desde el oficialismo como de la oposición- se está llevando a cabo, con el objeto de aunar esfuerzos, acollarándonos en el mismo yugo. Inclusive de esa manera hasta podría darse el caso que, en un momento dado, lleguemos a ser conscientes de que la oposición “también es parte del gobierno”. O de lo que no es lo mismo, cual es que “gobierno” no lo es tan solo el oficialismo.

En tanto, y desde otra perspectiva, consideramos de utilidad volver a traer a colación dos conceptos que, desde otras columnas de este mismo medio, han merecido ser analizados sino con más profundidad, al menos de una manera más detallada.

Se trata de los conceptos de “utopía” y “distopía”, de los que cabe partir con el objeto de intentar dejar formulada la tesis consistente en que caben dos miradas acerca de lo que nos depara la crisis actual. Ello así, haciendo por un momento abstracción de las cuantiosas e irreparables pérdidas que en vidas humanas como en cosas materiales va a provocar, como sucede en el caso de todas las guerras; esta, que no es más que una gravísima guerra.

De allí la necesidad de remarcar el hecho de que se puede efectuar una “mirada distópica” u otra “mirada utópica” de nuestra realidad actual. Todo ello partiendo de una creencia, que por nuestra parte consideramos fantasiosa -pero que estamos no solo convencidos que son muchos más de lo que se piensa los que son portadores de ellas, y que quienes así lo sienten merecen ser respetados-, cual es que la actual epidemia que nos asuela es una manera que tiene la “madre Tierra” ya de demostrar su enojo, ya de castigarnos, o ya de enviarnos lo que sería una última señal de advertencia.

En tanto, de una manera harto simplista, y en lo que cabe considerar por ende una descripción no del todo correcta de su significado, cabría señalar que la “utopía” no es otra cosa que un relato referido a un mundo ideal casi celestial en el que los hombres viviríamos; y que precisamente esa palabra etimológicamente alude a un “ningún lugar” y añadiríamos, por nuestra parte, que a “ningún tiempo”.

Lo inverso ocurre en el caso de la “distopía”. Donde se describe un mundo en el cual el “malestar” de nuestro presente, adquiere proporciones de un verdadero paraíso.

De donde la mirada distópica de la realidad no es solo una mirada pesimista, del tipo de esa “Ley de Murphy”, cuyo enunciado es que “todo lo que está mal, necesariamente se va a poner peor todavía”. Sino una manera de ver las cosas que tiene infinidad de seguidores, los que son muchos más de los que se puede imaginar. Cuyo germen se encuentra en el “fatalismo” como doctrina, en cuanto señala que las cosas saldrán como está escrito en “El gran libro de la vida”, dado lo cual nuestros empeños resultan siempre fútiles, dado que nada podemos hacer para evitar que lo que está escrito suceda de una manera distinta a lo que está establecido.

A conclusiones parecidas llegan quienes mal interpretan la ley de “la entropía”, dando a entender que al final irremediablemente nos espera el retorno al caos. Y también algunos movimientos religiosos, especialmente los movimientos “milenaristas”, con su convicción recurrente aunque siempre fallida -en algunos casos han predicho “hora, día y año” del “final del mundo” o del arribo del “día del juicio final”-.

Contra lo que se puede suponer se hace necesario, en tanto, señalar que el pensamiento utópico no es necesariamente inútil por lo fantasioso -tampoco lo es necesariamente el distópico, al que más de una vez se lo ve acertar al anticipar todo tipo de maldades sociales- ya que no puede verse en la utopía no otra cosa que una novela en el que no solo el final, sino la trama entera exuda felicidad. De lo que se trata entonces es de no devaluar las posibilidades y aún los méritos de las utopías y las miradas utópicas -lo mismo ocurre con las distópicas-, ya que entre tantos ingredientes, existen siempre algunos destacables y rescatables por su viabilidad, y que el tenerlos en cuenta nos puede servir para ayudarnos a vivir mejor.

Un solo botón para muestra: de la actual coyuntura podemos, si ayudamos a ese azar que es siempre algo más que eso, salir en el caso de despabilarnos, con la enseñanza de que a la autoridad se respeta siempre, en principio. Todo ello, en la medida de que es merecedora de tal, es decir que no se la vea trasvestida en autoritarismo. A la vez que la ley es la ley, y como tal, también en principio, es merecedora de nuestro acatamiento, por ser precisamente ley.

Enviá tu comentario