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No sé si recuerdan que hace poco me ocupé de intentar explicar por qué a la muerte se la debe tomar en serio.?Una cosa con concomitancias metafísicas -las palabras no son mías sino que, como pueden imaginar, son de mi tío- y tienen, según me dicen, que ver con la infinita finitud del ser. Aclarando dicho sea de paso, quiera decir eso lo que sea, que es según sospecho otra ocurrencia de?mi mismísimo tío, tan gustoso él de embarullar, haciendo?un entrevero con las cosas más simples.

Me pasa lo mismo con la religión, a la que tomo con una seriedad que, cosa rara, me hace sentir alegre, mejor dicho feliz, porque me ayuda a percibir la presencia de Dios, y eso en ocasiones me colma.?

Y de entrada, no más, tengo que señalar sin faltar el respeto a nadie y entendiendo que cada cual puede pensar como piense, que para mí no es cierto eso de que “yo entiendo la religión a mi manera”, por más que sea mejor verlo así que hacer como si no existiera. Hay que ver que todos los que creemos en Dios, tenemos fe en que proveerá lo que corresponde, y aún más, por su misericordia.

Y también, según palabras más entendibles de mi tío, que “Dios no quiere cosas puercas”. Por lo mismo que no se deben mezclar política con religión, algo que de entrada no más, y por más que las intenciones sean las mejores, sabemos que va a terminar mal. No es que la política sea siempre puerca, pero sí que es una cosa de cuidado que cuanto menos se mezcle con las cosas de Dios, mucho mejor. Porque Dios es fuente de unión -no sé cómo se me ocurrió esto, porque no solo suena bien y lo sé cierto- mientras la política, sobre??todo en estos tiempos es cosa de partidos, y los partidos “parten” y por eso son, aunque no lo quisieran ni debieran, fuentes de división.

Por eso es que duele mucho ver a tanta gente no enojada, pero al menos molesta con Francisco, con el agregado que se la ve enojarse, desenojarse y volverse a enojar y desenojar, según se mueve la veleta de nuestra criollísima política.

Así el revuelo que ha provocado ver a un grupo de dirigentes sindicales acompañados de legisladores e intendentes en una misa de campaña que se celebrara frente a la Basílica de Luján. A la que asistieron trabajadores sindicalizados e informales, desocupados y barras bravas en la ocasión mansos como corderos, muchos junto a sus mujeres e hijos chiquitos, pidiendo pan, trabajo y amor.

Nada que pueda molestar a nadie, sobre todo teniendo en cuenta que si alguien fue allí con segundas intenciones, Dios sabrá qué hacer ante la insinceridad. Por eso?el molesto soy yo, cuando el domingo escuché a unos cuantos decir que Francisco es “moyanista”, palabrita nueva la que no me suena familiar. Y seguramente como reacción al ver que el mismo “don Hugo” que habían visto días antes tremebundo amenazando poco menos que hacer volar el país, verlo arrodillado, con su cabeza inclinada, despidiendo un fuerte olor a oveja y como pidiendo perdón, a los pies del obispo del lugar.

Una escena que me cuido de describir como enternecedora, porque no quiero tomar partido en ninguna forma y para ningún lado, pero que de cualquier forma sirvió para aferrarme a una vieja y persistente idea que me he hecho acerca de Jorge Bergoglio, que tiene que ver más con su hacer que con su decir. Lo imagino pensando, aunque los pensamientos de los papas si bien no son inescrutables como los de Dios, a veces los guardan celosamente en su pecho; lo imagino pensando, vuelvo a decirlo, que hay algunos que cuando más cerca se los tenga de uno es mejor.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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