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Polarización y bloqueo social: las dos caras de una misma cosa

Como el “mayo francés” se conoce a una suerte de catarsis parcialmente fallida de esa sociedad, que comenzó con una revuelta de los estudiantes universitarios parisinos en ese mes de 1968 y que guarda un lejano parecido con la “primavera árabe”, que vivieron algunos países norafricanos y el cercano oriente en el presente siglo.

Se trataba, y volvemos a repetirlo, dada que la caracterización adecuada del fenómeno es importante, de una revuelta, la que luego se extendió no solo territorialmente a otros grupos estudiantiles similares, sino que sumó intelectuales, obreros y el apoyo de otros sectores sociales.

Frente a lo ocurrido, un prestigioso sociólogo francés, Michel Crozier, publicó una obra en que intentaba explicarlo, y que tenía por título “La sociedad bloqueada”.

Su texto, todo de acuerdo a alguna de sus interpretaciones, partía del presupuesto que en esos acontecimientos no debía verse un intento de “revolución”, sino una “revuelta” o “rebelión”.

Quedaría de ese modo en claro, que ni remotamente podía considerarse esa conmoción como un intento “restaurador” de cualquier régimen pasado; pero tampoco se asistía a un movimiento que buscara, más allá de algunas de sus apariencias, un cambio radical que pusiera patas arriba a la sociedad; sobre todo sus valores e instituciones, con su lógica incidencia en los comportamientos de los individuos.

La explicación de Crozier, consistiría en el hecho de ver a la “francesa” como una “sociedad bloqueada” como consecuencia de la existencia de una estructura estatal que la asfixiaba con regulaciones e intervenciones burocráticas.

Algo que a su vez era consecuencia de la existencia en la sociedad de sectores y grupos de intereses no solo diferentes sino hasta contrapuestos; y en menor medida de puntos de vista y de ideas enfrentados, los que por su misma variedad -en los que encontraban su razón de ser- venían a conformar un escenario compuesto por una número significativo de actores anarquizantes.

Su resultado era que ninguno de ellos pudiera imponerse de una manera clara y definitiva a los demás. Se asistía de esa manera a un equilibrio volátil de fuerzas, que hacía que ante la circunstancia esos grupos terminaran por “frenarse” de una manera relativa unos a otros. Y que esa situación desembocara en una suerte de “bloqueo”. Algo que tenía a su vez como consecuencia una virtual “parálisis” social.

De esa forma, y en el mejor de los casos, a esa sociedad se la percibía como yendo ni para atrás ni hacia adelante, es decir inmóvil. Algo que significa retroceder, si se da el caso que las otras sociedades al mismo tiempo seguían avanzado.

Quiere ello decir, que los “rebeldes” franceses de ese momento, más allá de su discrepancia con algunos de los valores sociales vigentes, daba cuenta de su intención de afianzar y darle plenitud al núcleo de aquello que la sociedad tenía y tiene por fundamentales.

De allí que en verdad lo que buscaban los rebeldes, era el fin de ese bloqueo, a través del descorsetamiento de la sociedad, como mecanismo que permitiera lograr el encolumnamiento colectivo en torno a metas y proyectos que permitan atender a nuestras necesidades.

No nos parece inadecuado, recurrir a ese análisis para buscar la manera de superar una situación como la nuestra, aunque la descripción del estado de cosas en la sociedad francesa del 68’, era incomparablemente mejor que el de la nuestra en la actualidad, ya que nuestro “bloqueo” viene acompañado de un escenario de bancarrota.

Es por eso que si bien la nuestra es una sociedad bloqueada – además de existir otras formas de calificarla, según lo hemos mostrado desde estas columnas con la intención de hacer un aporte a la interpretación de los que nos pasa, mirando una misma ominosa realidad desde punto de vista diferente- pero para describirla se hace necesario avanzar en la búsqueda de una adjetivación más afinada.

Ello nos llevar a señalar que no cabría ningún reparo en reconocernos como una sociedad trancada o trabada, en la medida en que partimos de una inclinación peligrosamente frecuente de considerarnos como máquinas de impedir, más que de sentirnos como los integrantes solidarios de una empresa común.

Todo lo cual lleva a que, cuando no se hace presente esa inclinación de impedir o poner obstáculo a cualquier empresa colectiva dando presencia a nuestro propio interés respectos a los del común, nos encontramos que así ha ocurrido, ya que esa traba o tranca que mencionábamos está presente, en cuyo caso de lo que se trata, utilizando la misma máquina, es que las cosas sigan como están.

Es por eso que, mirando lo mismo desde una perspectiva más amplia, podría llegarse a afirmar que entre nosotros, considerándonos no ya en forma individual sino como sociedad, ese bloqueo, trabado y trancado, no es sino la contra cara de una sociedad “polarizada”.

Sociedad que lo es así, por estar partida en dos grande sectores antagónicos separados por lo que hemos dado en llamar una profunda grieta. Independientemente de la existencia de un tercer segmento que parece flotar sobre ella, cuyos integrantes de una manera que no resulta del todo previsible ni consecuente, en algún momento se suban a uno u otro lado de la grieta para sumarse, sin comprometerse para nada, a los grupos que se encuentran a cada lado de ella.

Todo lo cual conduce a que no se le preste la debida atención, al hecho que no nos percatamos de la importancia de advertir que seguiremos en este “encharcamiento” sean quienes sean los que manden, de no existir un cambio radical en nuestras actitudes y comportamientos.

Refiriéndonos a los que mandan, ya aquellos con los que nos identificamos, ya los que provocan nuestro rechazo, sin dejar de lado a los escépticos e indiferentes. Los que mandan, repetimos, a los que vemos ejercitando pocas veces bien y muchas mal las funciones del poder.

Estamos encharcados. Y de ese charco no podremos salir sino llegamos a tomar conciencia de la consecuencia de la existencia de esa maligna entidad que es la suma de “paralización-bloqueo” y por ende que asumamos la necesidad de ser coherentemente razonables, desprendidos y tener la persistente determinación de procurar terminar con la tarea como corresponde.

Para evitar malos entendidos, no resulta ocioso señalar que acabar con ese bloque paralizante, no significa erradicar nuestra sociedad plural, que en el caso en que sus partes funcionen adecuadamente vendría a dar cuenta de un equilibrio dinámico y fructífero.

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