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Una polémica menor, la que en realidad merece ese nombre, se ha desatado en torno a un “nuevo” avión –en realidad se trata de uno “usado”, aunque según se afirma está impecable- para su utilización por el presidente actual y quienes lo sucedan.

La operación en sí tiene las características propias de cualquier cambalache, en el que se ve a un vecino cualquiera hacerse de un automóvil usado, más nuevo y en mejores condiciones de aquél que hasta ese momento le pertenecía.

O sea, entrega del suyo como parte del precio, y paga el resto en parte al contado y en parte financiado. En el caso del avión presidencial, es bueno desde ya destacar, la parte que se pagará al contado, o sea con recursos propios –eso de los “recursos propios” es solo una manera de decir- ascenderá a la suma de diez millones de dólares.

De donde, en principio, esta operación comercial, no daría motivo para que se arme ninguna alharaca; la que, si se hace presente, es por el contexto de penuria financiera que el gobierno nacional comparte con la mayoría de la población.

Es que bien mirada las cosas, esos diez millones de dólares –y aun el total de veinticinco millones- representa una bicoca si se lo compara con las sumas multimillonarias que significan los déficits permanentes de las empresas estatales. Ejemplos, los casos de Aerolíneas Argentina y Yacimientos Carboníferos Fiscales. Vendría al caso entonces repetir aquello de “qué le hace una mancha más al tigre”. Máxime cuando es tan solo un insignificante “lunarcito”, comparado con las mencionadas, más que extensas “manchas grandes”.

Dado que eso sería contribuir a confundir aún más un estado de grave confusión como es el en cual vivimos, no es cuestión de traer a colación la millonada de pesos gastados por el PAMI para la adquisición de artículos de cotillón para que los jubilados, jubiladas, pensionadas y pensionados expresen su alborozo ante el desempeño de nuestro equipo nacional de fútbol en el certamen en que ahora participa. Tampoco, hacer referencia a los “gastos de cafetería” –en los que se incluyen mucho más que las compras de su insumo básico- que efectúan tanto la Presidencia de la Nación como sus numerosos Ministerios.

Sin embargo, algo que no puede pasarse por alto, es la minuciosidad de las aclaraciones dadas por la vocera presidencial, con el objeto más que de explicar – alguien diría que el término correcto es el de “justificar”- las fundadas motivaciones que han llevado a decidir la operación comercial que nos ocupa.

Una circunstancia a la que no se le ha prestado la atención que de por sí sola correspondía, si se tiene en cuenta la parquedad, cuando no el silencio, que acompaña a otras decisiones de mayor envergadura, que la actual administración, no deja de sorprender. ¿Se tratará –como se ha escuchado decir- que nos encontramos con este largo explicar, el ver emerger del subconsciente de la dirigencia oficial, algo que habría que calificar como un síntoma de la “mala conciencia”, la que cabe pensar le provoca la manera dispendiosa con que se gestiona a nuestro Estado?

De ser así, daría la impresión que ello representa un paso subconsciente en la dirección correcta, ya que no existe en nuestra sociedad y menos en nuestros gobernantes, conciencia que nuestra situación es la que describe aquel dicho inglés que expresa que “no nos privamos de beber champagne, pero no contamos, ni siquiera, con recursos para comprar cerveza”.

O sea que integramos una sociedad que es considerada como un todo, pobre; algo que queda claro si se atiende el hecho que solo cuatro de cada diez de nosotros, y seis de cada diez de nuestros menores, viven en una situación cuyo último escalón es la indigencia.

Algo que entre nosotros nadie entiende del todo –y al afirmar esto nos incluimos-, empezando por los que nos gobiernan.

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