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Mario Ishii, un miembro de la
Mario Ishii, un miembro de la "oligarquía"
Mario Ishii, un miembro de la
En circunstancias en que nuestra sociedad enfrenta graves problemas de todo tipo - muchos de ellos, de esos que pueden llegar a ser terminales-, resulta evidente que nuestra dirigencia no está a la altura de sus responsabilidades.

Ello en gran parte por falta de una auténtica formación, que le impide actuar dentro de su ámbito de actuación de la manera adecuada; pero a ello se suma la circunstancia de no considerarse como colocados en esa posición, con el objeto de ser servidores del pueblo, sino que ven el acceso a determinadas posiciones, como un reconocimiento a sus supuestos méritos, algo que hace que consideren natural que se asignen a si mismos los que deberían ser tenidos por privilegios inadmisibles en una sociedad de carácter democrático.

Una circunstancia que explica la apelación por parte de esa misma dirigencia de buscar, de una manera que en ocasiones suena hasta desesperada, ser creativos hasta el extremo en una cuestión que es completamente ajena a las expectativas e intereses de la población, cual es la de lograr aferrarse al poder de todos los modos a su alcance, y haciéndolo con esa actitud en la que se mezclan el temor y la angurria, a la que se conoce como hacerlo utilizando “uñas y dientes”.

De donde la circunstancia que nos encontremos ante un grupo que, si no es totalmente cerrado, se vuelve tal valiéndose de tácticas diversas en el acceso al mismo; el cual suma a su pretensión -a la que consideran ser la consecuencia de un designio superior- de permanecer indefinidamente dentro del mismo, inclusive avanzando hacia posiciones más elevadas, y por ende más provechosas, la de colocar sus aspiraciones de índole personal, por encima de los intereses del común; y que a la vez muestra la particularidad de que tantas veces dan cuenta de la “transversalidad” subyacente, que los lleva a que por debajo de las públicas discrepancias, se haga valer el “espíritu de cuerpo”, al cual en estos últimos tiempos se le ha dado el nombre de “casta”, con referencia especial a las de carácter político, sin advertir la existencia de un número incontable de ellas, comenzado por la “que significa”, por no circunscribirnos a ella, mencionar lo que ocurre en el ámbito de nuestro fútbol profesional.

Una designación de cualquier manera equivocada por cuanto, en nuestro caso al menos, la dificultad de llegar a pertenecer al grupo, no es totalmente cerrada, sino, como ya lo hemos destacado, nos encontramos ante grupos de acceso tan solo semi-cerrado, si bien se asiste al hecho que las dificultades a vencer para hacerlo dan cuenta de una graduación que va desde la incorporación al grupo, hasta la dificultad de lograrlo a pesar de ser portador de méritos, y ser notorio su empeño para obtenerlo.

Es que a lo que nos estamos refiriendo es a la existencia no de una “casta” sino de una “oligarquía”, ya que la caracterización que hemos efectuado resulta más adecuada aplicarla a esta última. Aunque se debe agregar que en nuestro caso, la nuestra es absolutamente disfuncional, ya que se da en ella el caso que por su forma de gestionar las cosas del común, pareciera estarse moviendo como aquél personaje de ficción que terminó matando por su angurria descontrolada “la gallina de los huevos de oro”.

Es por eso que, ubicadas dentro de ese marco, no son necesarios largos circunloquios, para fundamentar la condena merecida al actuar de esos legisladores que, marchando a destinos lejanos, por circunstancias que en ningún caso cabía justificar, dejaron de participar en votaciones cruciales en la cámara que cada uno de ellos integraba, y que hicieron que “se diera vuelta” el resultado esperado. Algo explicable, si se lo considera una muestra de esa extraña confusión –nada extraño en circunstancias que se hace de todo para que terminemos confundidos-, que lleva a lo que no es sino un “trabajoso deber cívico” a convertirlo en un gracioso privilegio.

Algo que también, si de ubicarlo en el mismo marco se trata, de la sanción por parte de los legisladores -recurriendo a una triquiñuela por la que se daba más valor a los alcances de su reglamentación, que el contenido y espíritu de la propia ley- de otra ley que modifica los alcances de la primera de ellas, que prohibía la reelección de los intendentes municipales bonaerenses, por un término mayor a la de dos períodos, y que ahora –como consecuencia de la ley “aclaratoria” dictada- permite hacerlo por un tercer periodo, “por esta única vez”.

Demás está decir que en la votación de esa ley aclaratoria –cuando a decir verdad no había nada que fuera necesario aclarar- se hizo presente esa “transversalidad subyacente” a la que más arriba se hizo mención. Como consecuencia de la cual se vio fracturado a los dos bloques mayores de la Legislatura, y en la ocasión, por “una única vez” más auténtica- se los vio votar a favor o en contra, unidos en una y otra postura, a legisladores oficialistas y de la oposición.

En tanto, de encuestas de opinión realizadas por reconocidas empresas de ese sector, se desprende la conclusión que más de las tres cuarta partes de la población bonaerense, estaban en desacuerdo en que se habilitara a los intendentes para poder competir por un “tercer mandato”, algo que viene a mostrar que no siempre los “representantes” auscultan la opinión de sus “representados” al momento de decidir.

Y como una anécdota, queda pendiente, la referencia a la sensación de alivio, que se dice embargó a un intendente, que lleva ocupando el cargo de manera ininterrumpida desde hace más de treinta años…

Para concluir, no es desencaminado advertir que más allá de las calificaciones éticas que justificadamente se esgrimen ante los comportamientos descriptos por parte de nuestros legisladores, con su convicción de pertenecer a “un grupo especial con derechos del mismo tenor”, se observa cómo, de una manera cada vez mayos, la existencia de grupos políticos “antisistema”, que reconocen adhesiones, es una clara expresión de rechazo a los comportamientos descriptos.

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