Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
Una definición de cuidado, adaptada a las reflexiones que siguen, y encaminada a aclarar de una manera lo más acabada posible, la intención que nos anima, hace que señalemos que entendamos por tal, a una forma de actuar nuestra, que pone interés y atención en lo que hace otra persona, para que lo que haga, salga de la mejor manera posible.

O sea que cuidar a nuestro Presidente de la Nación parte del presupuesto de que estamos íntimamente convencidos de que nuestros deseos son que su gestión sea exitosa, en el mayor grado posible. Aún en el caso de que nuestros deseos no sean una expresión de altruismo, sino de un egoísmo entendido en el mejor sentido de la palabra, cual es que -en grado sumo- nuestra suerte depende de la suya.

De allí que nuestra postura sea totalmente la opuesta a la tan frecuente, a lo largo de nuestra historia, que se regodeaba de los errores y fracasos del gobernante de turno, machacando con eso de que “cuando peor, mejor”. Algo que guarda un lejano parecido con la satisfacción que provoca en muchos simpatizantes fanáticos de uno de los mayores equipos de nuestro fútbol, el ver derrotado a su rival de siempre, en el partido con el que se define un trofeo internacional.

La personalidad de nuestro presidente es, cuando menos enigmática, pero independientemente de ello debemos tomar conciencia que es en el momento actual, el mayor garante en las filas oficialistas de nuestra precaria institucionalidad; de donde necesita para la continuidad en su cargo, del cuidado de todos.

Cuidado que no significa necesariamente aceptar sumisamente todo lo que diga y haga, aceptación sumisa plasmada en un total acatamiento; sino ayudarlo a prestigiar su investidura con lo que llamaríamos un “apoyo crítico”; cual es aquel que no se priva tanto de efectuar propuestas consistentes en aportes bien intencionados, a la vez que señalar errores cuando incurra en ellos, o en censurar acciones reprobables de sus subordinados.

En estos momentos, se asiste a un crecimiento de alcances imprecisos acerca de la extensión de una cuarentena sanitaria, que está resultando demasiado larga; sobre todo entre quienes, a una natural impaciencia, unen las consecuencias de carácter económico que les provoca el ver paralizada su actividad; la que es a la vez la fuente de sus ingresos y, por consiguiente, hasta de los requerimientos mínimos de su familia. Todo ello en distinta dimensión, según las posiciones de las que partía en los momentos en que se encontraban los así golpeados al arribo de la pandemia, y que va desde el temor del desclasamiento en los integrantes de las clases media/media y media/baja, hasta mayores niveles de pobreza e indigencia por parte de sectores intrínsecamente vulnerables.

Pero no se le puede achacar al presidente un mal manejo de la crisis sanitaria, como en la actualidad comienza más que a insinuarse, ya que si bien por ahora es clara la distinción que se hace entre la “pandemia” y su “manejo”, de volverse más crítica la situación -en lo que respecta a la continuación de la cuarentena-, casi con certeza dejará de efectuarse esa distinción; aunque no sea necesario para ello comenzar por considerarla como superflua.

Es que ya se escuchan voces que murmuran en voz baja y no tan baja, que hubo un apresuramiento en decidir y comenzar a cumplir la cuarentena, tanto tiempo antes de que nos encontráramos “al pie de esa montaña” virtual que debemos escalar hasta el pico, antes de que volvamos a movernos en terreno normal; sin advertir, que por las características tanto del virus, como del desconocimiento de la velocidad de su propagación y su peligrosidad, amén de otras circunstancias importantes que nos son desconocidas por ser profanos en la materia, era muy difícil que hasta los expertos en infecciones y epidemias, estuvieran en condiciones de dar un juicio preciso acerca del momento en que debían comenzar a aplicarse las medidas de excepción.

Dado lo cual, ante lo expuesto, los errores que se pueden señalar con respecto al manejo de esta crisis por parte del presidente no pasarían por allí, residiendo en cambio en un hecho que cabría señalar -esta vez sí- como un error grave suyo.

Cuál es su pretensión cumplida de ponerse personalmente al frente de la lucha en contra del flagelo, asumiendo así responsabilidades que debió dejar en sus ministros y consejeros específicos, sin perjuicio de su supervisión y seguimiento detrás de “la pantalla” que aquellos debían representar.

Aunque en descargo de su forma de actuar, cabría decir que su manera de proceder en la emergencia, da la impresión de ser una suerte de sobreactuación compensatoria, frente al silencio o el poner “los pies en polvorosa” ante episodios trágicos, aunque no de esa envergadura, por parte de altísimos funcionarios, tal como ha ocurrido en nuestra historia reciente.

No se puede ocultar el peligro que aparezca vinculado, aún de una manera lejanamente indirecta, a faltas graves -por no decir delitos- cometidas por funcionarios políticos de la tercera línea de la actual administración. O la peligrosa pérdida de confianza en la población -además de otras consecuencias imposibles de destinar- que haga conocer enunciados cuantitativos -confeccionados evidentemente por otros- manifiestamente erróneos, que obligan a cumplir la desagradable misión de tener que volver a la palestra para rectificarlos. Máxime cuando no queda claro -ya que no se lo sabe- que situaciones como las expuestas, hayan sido seguidas por sanciones ejemplares.

Hasta aquí llegamos. Dado que, en tren de cuidar, no quisiéramos que se nos malinterprete, convirtiendo la presente -cuando no es esa nuestra intención- en algo que se parezca a una filípica.

Enviá tu comentario