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Sabíamos que cuando la lluvia arreciaba y se cortaba la luz, bajaría de su altillo y nos diría: "Buscad las velas que hasta mañana estaremos a oscuras, calienten un poco de vino con canela, traigan sus mantas y... les contaré una historia de... espías”. Le encantaba contar vidas y hechos extraños. Nadie protestó, tampoco nada modificaría su resolución, solo cabía escuchar... No surgieron quejas y así prosiguió: "Comenzaré por el final, aunque no sé si así no estropeo cierto suspenso. El final de historia ocurrió en Londres, en los mismos días en que aquí French y Berutti distribuían los colores que conocemos.

Una vieja paralítica moría en la casa de una Señora Cole, que se había afanado en sus cuidados durante cuatro años. La Señora Cole quiso ocuparse por sí misma de preparar el cadáver de su desgraciada huésped y ¡asombro de los asombros! al hacerlo descubrió que la muerta era en realidad un muerto y llamó a un pintor para dejar constancia de los atributos indudables del género que la supuesta matrona ocultaba. Un médico fue también llamado y dejó un detallado informe acorde con el pintor. El barrio estalló en rumores”.

Vayamos atrás algunos años. En 1728 en Tonnerre, Borgoña, Francia, nacía Charles Genovevo Luis Augusto Andrés Timoteo D'Éon de Beaumont, miembro de la pequeña nobleza provinciana. Fue un joven bien parecido que se graduó en leyes en el Colegio Mazarino, y rápidamente se hizo conocer en París por trabajos sobre economía y finanzas, y en grado no menor por su rápido ingenio, que era entonces y allí un talismán. Se convirtió además en un magnifico esgrimista y ocupó el cargo, que podría parecer incompatible con sus aficiones censor de historia y literatura del reino. A esas incompatibilidades estamos nosotros harto acostumbrados, son las costumbres monárquicas que perduran todavía.

En 1756 reinaba en Francia Luis XV, quien disfrutaba de un nutrido ministerio. Pero el rey Luis tenía su lado sombrío... y decidió crear una sociedad secreta que se llamó precisamente "El secreto del rey”, que lo ayudaría en sus turbios proyectos. A este privilegiado grupo ingresó el señor D'Éon. La obsesión del rey era entonces jaquear a los Habsburgos, para eso buscaría el apoyo de la zarina Isabel Petrovna, y ante su corte envió a nuestro personaje acompañado de un barón escocés.

Los ingleses limitaban el ingreso a Rusia de los varones, se permitían solo a mujeres y a niños, y así con el bello nombre de Lía de Beaumont y vestimenta acorde, el emisario secreto logró llegar a la emperatriz y ocupar el codiciado cargo de lectora, que permitía una cálida intimidad y muchos secretos deliciosos. El barón escocés quedó fuera, esperando, pero sin duda llevaba ya sus faldas. Ambos pasaron luego a ocupar cargos en la embajada en San Petersburgo y volvieron a París en 1760.

Su regreso fue un éxito. Se lo premió con 2.000 libras, se le dio el cargo de Capitán de Dragones y comandó tropas en algunas batallas en la “Guerra de los 7 años”, en las que fue herido y alabado. Se le llamaba “el Chevalier de D'Éon”, que era casi un título de nobleza. En 1761 se lo envió a Londres para diseñar el Tratado de Paz que finalizaría esa larga riña. Por su pericia se la confirió la Orden de San Luis y 6.000 libras. El rey estaba chocho.

Pero el Chevalier no regresó, se quedó en Londres donde se vinculó con los altos lores y ofreció fiestas espléndidas. En secreto atesoró información sobre las defensas de las costas inglesas, ya que el rey Luis no dejaba de acariciar en la sombra los sueños de sus antepasados: la gloriosa invasión a Inglaterra por los franceses y "El secreto del rey" aún gozaba de buena salud. Pero en cierto momento llegó la orden de regresar, que no fue acatada. Amenazas llegaron y a las amenazas el Chevalier respondía con la publicación de informaciones confidenciales del gobierno francés: “cartas, memorias y negociaciones particulares del Chevalier D'Éon". Podemos imaginar el escándalo. Es en Londres un personaje popular: pero se decía que tenía gustos raros, como coleccionar corsets. Incluso se hizo una especie de apuesta pública o lotería acerca del verdadero sexo del caballero, quien en 1766 vestido como oficial de dragones regresó a París para recibir 12.000 libras de pensión, guardando para sí ciertos documentos.

Luis XV muere de viruela en 1774, la "Sociedad del Secreto" había sucumbido ya antes que él. El caballero buscó nuevo exilio en Inglaterra, desde donde siguió chantajeando, hasta que otro famoso aventurero, Beaumarchais, el autor de "Las bodas de Fígaro" le hace firmar un tratado de 25 páginas que lo obligaba a entregar la correspondencia secreta y regresar a Francia vestido de mujer "como modo de reparar a la familia que había ofendido, para quienes su regreso era un insulto, asumiendo la vestimenta del sexo al cual en Francia se le perdona todo”. Palabras de Madame Campam, que fue lectora de María Antonieta y a quien Bonaparte encargó la educación de los huérfanos de aquellos que habían recibido la legión de honor. El caballero se vengó usando, con sus largas faldas y volados, los modales y conversación de un granadero. Llegó a afirmar que había nacido mujer y anotado como varón por las complejidades de una herencia.

Cuando la Revolución Americana, se ofreció a ir a luchar con las tropas francesas, pero le fue negado. Crea una exitosa empresa de exportación de vinos de borgoña en su ciudad natal, y sus relaciones diplomáticas y la calidad del vino lo hicieron riquísimo, pero llegó la revolución y, pese a que la saludó con alegría, sus tierras y fortuna fueron confiscadas, y debió una vez más emigrar a Inglaterra. Los altos lores se olvidaron de él, y debió ganarse la vida en espectáculos callejeros en los cuales vestido de mujer y con la escarapela revolucionaria en el sombrero, libraba lances de esgrima al mejor postor, hasta que un accidente lo dejó paralítico y cayó al cuidado de la Señora Cole.

Su tumba se perdió, aún se discute su patología de género, nunca se le conoció amante de sexo alguno. El caballero vivió muchas vidas, como cualquiera de nosotros, si llegan a ser largas. El título que Sábato colocaba con ironía solo en la puerta de los retretes, es ahora un lugar común como saludo final en las fruterías: “Gracias, caballero" y ni el que lo dice, ni el que distraído escucha, recuerdan o saben lo que significa.
Una pregunta: ¿será siempre tan triste el final de los espías?
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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