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A esta novela le quedan todavía algunas páginas. El final parece obvio: Biden asume la presidencia el 20 de enero. Pero Donald Trump sigue sin darse por vencido. Luego de proceder, sin éxito, con múltiples denuncias en diferentes estados, alegando que se cometió fraude en al menos ocho de ellos durante las elecciones celebradas el pasado 3 de noviembre, al actual Presidente le quedan algunas cartas por jugar. Y las va a jugar.

¿Por qué habló tanto de Mike Pence, su vicepresidente, durante las últimas jornadas? ¿A qué se debe su visita al estado de Georgia? ¿Por qué vuelve a haber elecciones en Georgia? Además de analizar la cuestión interna y alimentar el morbo de presenciar una escena extravagante en el país más poderoso del mundo, vale también hacer un comentario sobre lo que se puede esperar en este páramo conocido como la Argentina.

Es 6 de enero y Donald Trump todavía no admite la derrota. No hay que sorprenderse. Esta postura puede durar para toda la vida, como la de Al Gore luego de perder por un puñado de votos contra George W. Bush hace 20 años.

¿Cuáles son sus fundamentos? Básicamente, que hubo fraude. Es preciso recordar que las elecciones, en los Estados Unidos, no son coordinadas por el Poder Ejecutivo, sino que están bajo el control de las autoridades estatales. Este hecho, combinado con otros factores como la lentitud del recuento, el voto por correo y los cambios drásticos en las tendencias electorales luego de la primera noche, impulsaron a Trump a investigar qué estaba ocurriendo.

¿Su conclusión? Que en varios estados clave, como Georgia o Pensilvania, hubo irregularidades. Votos de difuntos, votos enviados luego del 3 de noviembre, alteración de las boletas, desaparición de otras, etc. Además, como decía ayer en su discurso en Dalton, Georgia, cree que es imposible perder siendo el presidente vigente más votado de la historia (75 millones de votos, menos que Biden) y habiendo ganado en estados o distritos claves como lo son Ohio y Florida.

Si bien presentó decenas de demandas en la justicia, con el apoyo de algunos miembros del Partido Republicano y con el rechazo o el desinterés de otros, casi la totalidad de ellas fueron rechazadas. De todas formas, sigue sin dar marcha atrás en su lucha ¿Tiene razón? Es un tema complicado. Hay dos opciones: o realmente cree que hubo fraude y siente la obligación de deslegitimar estas elecciones, siendo que mancharían el historial político de los Estados Unidos, o simplemente no puede con su ego ni con la admisión de una derrota que cada día está más cerca de concretarse.

¿Qué sigue? La posición de Trump es la de seguir hasta el final hasta resolver el enigma. Además, su partido tiene un desafío crucial por delante: retener las dos bancas de la Cámara Alta (Senado) pertenecientes a Georgia. En este estado del sureste puede definirse el mapa político de los próximos cuatro años.

En ocasiones anteriores hemos dicho que los estados tienen sus propias reglas en términos electorales. Georgia posee algo particular, y es que para conseguir los dos escaños del senado (que le pertenecen al partido ganador) es necesario obtener al menos un 50% de los votos. Ello no ocurrió en noviembre, lo cual obliga a una reedición o segunda vuelta.

David Perdue y Kelly Loeffer por el Partido Republicanos. Jon Ossoff y Raphael Warnock por el Partido Demócrata. Si ganan los primeros, el Senado continuaría bajo control republicano, con 52 escaños a favor y 48 en contra. Si ganan los candidatos demócratas, cada partido tendría 50 escaños. Esto haría que, en caso de empate, Kamala Harris, la flamante Vicepresidenta, tenga el poder para definir la aprobación de leyes y medidas que presenten desde el Poder Ejecutivo o desde el mismo Poder Legislativo.

Dos escenarios. El primero, un balance de poder cuasi perfecto, con el Senado y la Corte Suprema de Justicia de tinte republicano y la Cámara Baja y el Poder Ejecutivo en manos demócratas. El riesgo, claro, es el bloqueo legislativo y la parálisis política. En el segundo escenario, los demócratas pasarían a tener un control total de las instancias legislativas y ejecutivas, lo que le permitiría a Biden y los suyos tener mayor margen de acción para aprobar leyes -teniendo en cuenta la postura de los demócratas más centristas- o tomar decisiones de gran calibre.

Los grandes medios de comunicación ya han dicho que la participación ciudadana será histórica, con gran presencia de votos por correo y con un resultado tan incierto como ajustado (en estos días ya se sabrán los números), a pesar de que Georgia haya sido, por mucho tiempo, un bastión del Partido Republicano.

Georgia fue uno de los focos de controversia en los comicios presidenciales. La última polémica gira en torno a una conversación telefónica en la que Trump le pide al Secretario del Estado, Brian Raffensperger, encontrar votos “pérdidos” y conocer la verdad sobre el porqué de la derrota allí. Esto, más la elección histórica del 5 de enero, explican la presencia del magnate el día lunes en Dalton, una pequeña ciudad en el norte de este estado.

Su discurso en Dalton fue determinante y polémico, como de costumbre. Aseguró que ya se está por conocer toda la verdad, que el fraude ha sido evidente y que los demócratas más radicales harían todo, incluso trampa, para tomar el poder. Habló de la necesidad de una victoria legislativa para evitar que Estados Unidos se convierta en Venezuela, en un hervidero de impuestos y en una caja para financiar proyectos ajenos a los ciudadanos del país.

Además, envió ciertos mensajes a dos copartidarios. El primero para Brian Kemp, el gobernador republicano de Georgia, a quien catalogó como un traidor que no permitió revisar las irregularidades electorales en su estado y que no tiene la esencia del partido republicano. Prometió, en este sentido, estar en Georgia para las próximas elecciones (2022) y hacer lo posible para que pierda.

El segundo mensaje fue para Mike Pence, el vicepresidente. Hoy (miércoles) debe ratificar el resultado del colegio electoral, que lo da como ganador a Biden, en una sesión conjunta. Así como la Ley de Recuento Electoral permite al vicepresidente saliente (Pence) hacerse cargo del procedimiento, éste también tiene la potestad para rechazar electores elegidos de manera irregular. Los congresistas también pueden objetar los resultados, y existe la posibilidad de que ello ocurra. Eso sí, sería una polémica sin igual, muy costosa y mal vista. Por si fuera poco, difícilmente pueda prosperar, ya que se precisa de la mayoría simple en ambas cámaras para rechazar de manera total las elecciones, y no dan los números.

Queda una batalla en Georgia, que se estaría definiendo en la semana. Ésta podría estar acompañada por otra en la sesión conjunta, pero ello dependerá de si los republicanos prefieren evitar los costos políticos o si se mantienen del lado de Donald Trump. Lo que es seguro es que esta novela fue más que vibrante.

PS: Para los argentinos, las malas noticias continúan. A pesar del apego ideológico que pueda tener el gobierno con un candidato o con el otro, está claro que ninguno de los dos tiene como prioridad generar canales de cooperación con nuestro país. Y como si fuera poco, desde Nueva York, el epicentro de las finanzas, ya están avisando que Argentina es un agujero negro de las buenas intenciones. Mary Anastasia O´Grady, columnista de política y economía del Wall Street Journal, explicó que, más allá del interés demócrata por recuperar la influencia en nuestra región o evitar que otros ocupen el rol hegemónico de EE.UU. aquí, las opciones son limitadas en un país que está hundiendo su economía productiva para sostener a una clase política omnipresente.

O´Grady repasa todas nuestras falencias (déficit, infierno tributario, huida de inversores, confinamiento draconiano inútil, mega inflación, pobreza) y le aclara a Biden que ya fue informado. En síntesis, ni la elección en Georgia, ni las últimas cartas de Trump, ni nada de lo que ocurra en la otra punta del continente cambiará las expectativas sobre nosotros.

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