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Jaime Malamud Goti
Jaime Malamud Goti
Jaime Malamud Goti
Reflexiones provocadas por otras, de Jaime Malamud Goti

Por su bajo perfil no es el nombrado, Malamud Goti, tan conocido y como consecuencia de ello tan considerado, como debería serlo. Ello en una sociedad como la nuestra en que la mediocridad mide tan alto. O dicho de otra manera, quizás en esta última circunstancia, se puede encontrar la explicación para que ello así suceda.

Es que se trata de un Consejero Académico del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL), a la vez que doctorado en derecho en la Universidad de Buenos Aires, que se desempeña en la actualidad como profesor de ética y derecho de la Universidad de San Andrés y Director del Instituto de Investigaciones "Carlos Nino" de la Universidad de Palermo.

A ello debe agregarse la circunstancia de que fue como asesor legal durante el gobierno del Presidente Alfonsín, uno de los dos principales arquitectos de los juicios a los generales y Procurador de la Corte Suprema de Argentina, durante la transición democrática después de la última dictadura militar.

Se lo conoce también en el ámbito en el que se desenvuelve, por haber sido profesor de la Universidad de Arkansas y escrito libros en torno “al proceso de transición argentino”,- es decir desde el final del gobierno “del proceso”, hasta las postrimerías del gobierno del presidente Alfonsín-, tales como “Terror y justicia en la Argentina” (Ediciones de la Flor), y numerosas notas periodísticas, y concretamente una aparecida en La Nación de Buenos Aires la pasada semana, la que lleva por título “ El recurso jurídico de una sociedad avergonzada” la que, como es fácil intuir, no es otra que la nuestra.

Es así que, como precisamente esa nota será motivo de las consideraciones que siguen, nos ha parecido adecuado hacer una escueta referencia a su formación y actividad intelectual, que sirve de claro fundamento a la autoridad de sus juicios en la materia que aborda.

La “tesis Malamud Goti” culmina en esa caracterización de nuestra sociedad; parte de hacer una diferencia, desde el punto de vista de la psicología y por extensión a las ciencias sociales, de lo que, desde su punto de vista, son los sentimientos de “culpa” y de “vergüenza”. Culpa y vergüenza, recalcamos.

Es así como señala que “la culpa se refiere a una actividad o acto específico, y deja abierta la posibilidad de la disculpa mientras que la vergüenza atañe a quienes somos y quienes creímos ser”.

En procura de avanzar en la explicación de su postura, agrega que “la culpa se origina en nuestra real o supuesta autonomía. La vergüenza en cambio, aparece como la percepción de que no controlamos nuestras vidas.

La culpa pertenece al terreno del control, la vergüenza, en cambio, nos habla de los límites de este control, “sea por nuestros impulsos indeseados, tropezones y miedos”.

Se debe tener en cuenta que la nota de Malamud Goti, a pesar de esa distinción se refiere de una forma focalizada a “la vergüenza”, y que si la contrasta a la misma con la culpa, no es sino por cuanto entre nosotros no es que no existan culpas individuales y colectivas que de esa manera sirvan para calificar nuestras acciones, sino para mostrar el peligro de ocultar “la vergüenza colectiva” volviéndola de esa manera invisible, detrás de lo que se pretende mostrar como culpa, y para mejor ajena, y que nos deja de esa manera libres de ella.

“La vergüenza atañe a quienes somos y quienes creímos ser”. Algo que interpretamos queriendo decir que se trata de mirar “cómo nos vemos” como sociedad, entendiendo por ello la imagen que de la sociedad tienen la mayoría de sus miembros, y el sentimiento (precisamente allí es cuando se hace presente la vergüenza) que nos provoca la toma de conciencia o la comprensión de cómo son las cosas en la realidad.

Volviendo a hacer las cosas más difíciles, corresponde destacar que la descripción precedente acerca de lo que significa la vergüenza viene corroborada con lo que dicen al respecto las enciclopedias, cuando se refieren a ese sentimiento que puede ser tanto individual como colectivo, describiéndola como “una sensación humana, de conocimiento consciente de deshonor, desgracia, o condenación”.

De nuevo se debe recalcar: de lo que trata es que no somos como creíamos no solo que lo éramos en realidad, sino de que- por otra parte- muy en el fondo de nosotros creíamos que era “lo que debíamos ser”. De allí, y no olvidando la no lejana similitud entre vergüenza e ignominia (una palabra cuya etimología remite a la «pérdida del nombre» —de in-nomen, «sin nombre»—) venimos a concluir que vivimos en un estado imposible de describir, pero que en nuestra sociedad de cualquier manera se puede más que entrever que es tanto deshonroso como injusto, pero de cualquier forma da pie a la humillación.

Es que siempre, según se ha dicho, la acción ignominiosa está relacionada con la desvergüenza y el deshonor de un individuo a quien las consideraciones morales le son indiferentes y que es consecuentemente objeto del descrédito general. Y que en el caso que la ignominia tiñe ya un grupo o una sociedad, el descrédito se hace presente en los grupos o sociedades diferentes a los nuestros en que sucede lo contrario.

De donde no se trata de intentar inquirir si los argentinos hemos “perdido la vergüenza” o en realidad nunca la tuvimos, pero se hace necesario admitir –y en esto permítasenos discrepar con el más humilde temor con Goti- que más que ser una sociedad avergonzada damos la impresión de ser una sociedad desvergonzada, que no es lo mismo.

Ya que lo que pareciera sucedernos es que el sentimiento de vergüenza no cabría que nos toque y por ende nos lastime, ya que hemos dejado muy atrás la aptitud de sentir vergüenza.

Es que de ser la elaboración teórica ajustada a los hechos, vendría a ser útil por lo menos para una cosa, cual es que no les incomode a algunos de nosotros, que nos gobiernen personas tentadas de quedarse con lo ajeno, que tienen los medios y que los utilizan para hacerlo. O verlos candidatearse para ocupar esos cargos, para seguir haciéndolo mientras se auto-indultan por lo que en el pasado hicieron; mientras a una candidata, que se dice tendría apenas un poco menos de seguidores que el club de la rivera, parecería que no se le mueve un pelo ante la posibilidad de que ello suceda.

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