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Además de doloroso, también es difícil ocuparse de “situaciones en desarrollo” como es el caso de la que vive en este momento Bolivia, en donde la fluidez acelerada de los acontecimientos hace que las cosas cambien ni siquiera de día en día, sino de hora en hora.

A lo que se debe agregar que resulta claramente observable que se asiste a la existencia de dos líneas de relato opuestos, ambas claramente ideologizadas, que hace mucho más complicado cualquier intento de esclarecimiento.

No es así de extrañar que exista unanimidad en distinguir entre los actores de la tragedia entre “buenos” y “malos”; aunque al mismo es manifiesto que esa unanimidad es solo aparente, dado que los que actúan, e inclusive los que toman partido por uno de los bandos en pugna, reivindican para sí la bondad en forma exclusiva; y denuestan al otro por su maldad, en una suerte de “minué de palabras”.

Es así como consecuencia de lo expuesto, y con olvido de lo que actualmente se vive es un estado de cosas “revuelto”, con las graves implicancias de todo ello, vemos que son más los que -tanto en el escenario de los hechos, como “desde la tribuna”- buscan alimentar la hoguera para que se mantenga encendida y aún más, para que crezca en intensidad y se extienda; que aquellos que ponen el acento en tratar de sofrenar el enfrentamiento entre quienes viven en un mismo territorio y tienen en común una larga historia; aunque lamentablemente la misma no ha tratado a todos los que fueron y a los que ahora son, de una manera pareja.

De allí que dentro de ese contexto, resulte difícil escuchar voces como las de un editorialista español que trata de poner un poco de sensatez a la vez que expresar esperanzados deseos de cordura. Los cuales, de parecer sonar a hueco, es porque el alboroto al que se asiste, da la impresión de que ensordece.

Las consideraciones a las que nos referimos advierten que “cualquier solución a la crisis boliviana debe pasar imprescindiblemente por un exquisito respeto a la legalidad constitucional, sin atajos ni soluciones improvisadas que puedan alejar al país lo más mínimo de ella. Ni Bolivia ni el resto de América pueden permitirse un salto atrás que, bajo la excusa de arreglar las cosas, enmascare el fin de la democracia”.

Y lamentablemente lo que está pasando en Bolivia es a todas luces “un salto atrás”, se miren las cosas desde el lado que se las mire, al mismo tiempo que deben servir para prevenir a todo aquel que lo haga desde afuera.

Es que Bolivia con la llegada de Evo Morales al poder, daba toda la impresión que se había logrado un quiebre en su desgraciada historia. Se asistía a la instalación de un régimen que parecía sólidamente establecido, edificado sobre instituciones que daban la impresión de ser sólidas, que había permitido sino poner fin al menos sofrenar el casi milenario saqueo de sus riquezas naturales por parte de miembros de las clases altas locales y empresas extranjeras, y que habían permitido sacar de la pobreza y lograr la inclusión plena en la sociedad de gran parte de los grupos indígenas, que precisamente contaban a Morales como uno de ellos.

Lamentablemente es en ese contexto en el que se produjeron los acontecimientos ominosos que no significan otra cosa que la amenaza de ese “salto atrás” que acabamos de mencionar.

Es que frente a ese estado de cosas, ni aun siquiera prestando la atención debida al peligrosamente enfebrecido fundamentalismo del santacruceño –porque ellos también tienen su Santa Cruz- Camacho, vemos que dentro y fuera de Bolivia el conflicto -a nivel de lo que nuestro catamarqueño bautizaba sin originalidad alguna como las “nubes de Úbeda”, las mismas que hicieron hablar a Simón Bolívar, mirando a las nuestras desde su perspectiva imperial como “republicas aéreas”-, no podemos dejar de desviar la atención.

Lo hacemos para entretenernos en ver cómo, desde los altos niveles políticos y sociales se hace centrar el problema acerca de si lo que está sucediendo en Bolivia es, o no, un golpe de estado. Afirmación que viene acompañada con un cerrado silencio al momento de atribuir responsabilidades. Algo que vienen a significar que, para ellos, Evo Morales juega el papel de víctima, prescindiéndose así de adjudicársele el menor dejo de culpa en lo que actualmente sucede.

En tanto, viene a considerarse estruendosamente que la responsabilidad mayor es de los movimientos cívicos y de una policía soliviantada, a lo que se añade, la hipócrita postura de prescindencia de las Fuerzas Armadas, a las que en realidad se las ve paralizadas por la memoria de un pasado, al que siguen sintiendo como carga.

Es que encarar las cosas de esa manera, es un poco jugar a quien “fue primero, si el huevo o la gallina”. Figura que, utilizada para el encuadre de lo que actualmente sucede en Bolivia, lleva a preguntarse si la actuación del último Morales es la que desencadenó la crisis, en cuyo caso sería él al que cabría considerar el autor del “golpe”; y a los que se tiene por tales en el peor de los casos como los ejecutores del “contra golpe”.

Porque no puede pasarse por alto el hecho que en el año 2016, transcurriendo su tercer mandato, Evo Morales convocó a un referéndum por el que se consultaba al pueblo acerca de si el mismo habilitaba una nueva reelección, en el que le fue negada esa posibilidad. Decisión popular que fue ignorada por Morales, quien recurrió al máximo tribunal del país, para que en contra de lo que claramente fija la Constitución boliviana, en una sentencia “contra natura”, fue habilitado por la justicia para intentar su reelección. Todo ello, con el argumento de que de no ser así, se lo privaba a aquel del “derecho humano a ser reelegido” el cual está por encima de una Constitución que de esa manera deviene paradojalmente en “constitución inconstitucional”.

Pero si esto fuera poco, en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, según diversas voces, que después ha quedado corroborado por un informe elaborado por expertos, a requerimiento de la OEA, se ha establecido que los resultados de aquella muestran serias irregularidades, que dan pie a declarar nulos esos comicios, y a convocar a nuevas elecciones.

De donde desde la postura que asumen los opinólogos, la alternativa es, o considerar que fue Evo Morales quien dio “el golpe”, al desconocer primero los resultados del referéndum, y ser ungido en unos comicios de primera vuelta con serias irregularidades; o el golpe es autoría de los alzados que utilizaron la situación referida como “pretexto”.

De tener que hacer una opción, hablaríamos de responsabilidades compartidas en un vaciamiento de poder. Cuyo reconocimiento, debería llevar a las partes enfrentadas a buscar la manera de superar el zafarrancho. Mientras que los meros charlatanes callen en sus parloteos.

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