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Cualquiera que al caminar por nuestras calles, o circular por ellas en automóvil, pase por el edificio de un banco, se encontrará con largas y lentas colas de personas de todas las edades, pelo, sexo y condición, esperando con una paciencia digna de mejor causa, pero resultado de una resignada y a la vez cruel necesidad, poder avanzar paso a paso hacia un cajero automático bancario. Entre esperanzado y angustiado ante la posibilidad de que al llegarle el turno y se enfrente al cajero, el mismo funcione y que haya dinero suficiente en depósito.

Algo que ocurre todo el año. En invierno, como ahora. Con una ventolina fría, y todos bien emponchados… o casi. Y en los días en que el calor aprieta y que al sol mejor esquivarlo, todos lo más desnudos que el decoro permite, y aún casos en que se lo sobrepasa un poquito. Ignoramos, y con un poco de vergüenza lo reconocemos, cómo se arreglan quienes forman esas colas, en los días no ya de garúa finita apenas un chispeo, sino cuando el chaparrón arrecia.

En realidad en estos casos, la tecnología no es lo que más importa, aunque también lo haga. Porque lo que está ausente es la diligencia y el cuidado, como manifestación de empatía y solidaridad. Es que resulta verdaderamente inadmisible en primer lugar, que para poder usar los cajeros se formen largas y lentas colas, por resultar insuficientes la cantidad de bocas existentes o porque, como suele ocurrir a menudo, un número anormalmente alto de ellos no funcione. Sin saber por qué. Que sea una vez, vaya y pase. Pero cuando es la mitad o más, se convierte en algo casi que no tiene perdón.

Pero hay más. Porque las colas deben hacerse a la intemperie, sin cobijo alguno. En una negación de esa propaganda zalamera que en distintas maneras y con distintos arreglos hipócritamente afirman que “todo lo que hacemos, es pensando en usted”.

En tanto, señalábamos que en situaciones como las referidas, la cuestión más que de tecnología, pasa por las ganas de prestar un buen servicio. Algo que no sucede en otros quehaceres, en que una multitud de redes nos obliga a “estar conectados”.

Circunstancia que puede hacer de nuestra vida algo que hace pensar en el paraíso, o verlo como una maldición. Ya que todos sabemos lo que significa se nos diga que “se ha caído el sistema”. Ante lo cual lo primero es preguntarse por cuál de ellos. Ya que estamos enredados en todos los sistemas que existen. Y que todos ellos lo hacen para servirnos, como es el caso del servicio de agua corriente.

Dado lo cual los responsables de los prestadores de todos esos servicios deben cuidar de hacer las cosas bien, como servidores nuestros que son.

Con lo que no es extraño que una vez más nos hayamos ido por las ramas, ya que comenzamos haciendo una referencia a una tecnología blanda, que luego pasó a ser dura, para concluir de una manera inadvertida e indirecta hablando de política. Aunque en realidad no está mal, ya que el término política viene del griego polis, que significa ciudad. Y no hemos hecho otra cosa que precisamente eso, cual es ocuparnos de las cosas de la ciudad.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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