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El AQUARIUS es buen samaritano

“Aquarius” es el nombre de un barco. El que cumple actualmente funciones de buen samaritano, la misma de aquél de quien habla una parábola evangélica.

Por Rocinante

No siempre lo fue. Es que antes de convertirse en nave de rescate de náufragos, efectuó en el pasado prospecciones petroleras en alta mar, funcionó también como guardacostas alemán y fue utilizado en el sector eólico.

Desde su reconversión por iniciativa de dos organizaciones no gubernamentales, SOS y Mediterranée, en condiciones normales cuenta con capacidad para dar cobijo a unos quinientos rescatados, que se limitan a cien, cuando las condiciones meteorológicas no acompañan e impiden que haya gente en cubierta. Porque, aunque mujeres y niños cuentan con una zona reservada en el interior, los hombres y los jóvenes acaban su viaje frustrados en el exterior, aunque protegidos del sol y de la lluvia.

A la vez, para cumplir con su rol de nave de rescate, cuenta con un plantel treinta personas, divididas entre la tripulación y los profesionales de ambas ONG, de nacionalidad mayoritariamente europea y que rotan cada tres semanas, cuando la nave vuelve a tierra firme para dotarse de nuevos suministros y desembarcar a los rescatados.

Cada día en el mar su funcionamiento y tareas de asistencia cuestan 11.000 euros, financiados en un 90-95 % con donaciones privadas y el resto gracias al mecenazgo. En 2017, la ONG alcanzó un presupuesto de 3,4 millones de euros, 1,4 millones más que el año anterior.

El desempeño de su función, según uno de sus voceros, nunca ha sido fácil, por mucho que demuestren que son serios, profesionales, y que no buscan ser los cowboys del Mediterráneo. “Hay una voluntad de complicar el trabajo de barcos humanitarios como el nuestro, de criminalizarlos”, agrega. A pesar de lo cual, refirma, estamos dispuestos a no bajar los brazos mientras sea necesario; o mientras les sea posible, agregaría por mi parte, ya que su actuación, cuando menos, incomoda a muchos gobiernos.

Desde su reconversión como buque de rescate, ha llevado a cabo ya 170 operaciones de salvamento y otras 64 de transbordo, en las que recibe a inmigrantes salvados por otros barcos. Dicho de otra forma, su primera misión tuvo lugar en febrero de 2016, y desde entonces ha salvado casi 30.000 vidas.

El Aquarius viene cumpliendo funciones de rescatar todos aquellos que procedentes de diversas partes de África (Nigeria, Sudán, del Cuerno de África y África Occidental) Pakistán, Afganistán, Irak o Libia, en todo tipo de embarcaciones que parten por lo general de la orilla de Libia en el Mediterráneo, casi siempre por la noche, y que por un sinnúmero de causas terminan naufragando, con la amenaza convertida muchas veces en realidad (se habla que ese mar se ha transformado en un gran cementerio de miles de miles de migrantes), en el caso de no ser detectados y rescatados a tiempo.

La situación de los así rescatados, como de los migrantes que llegan a Europa por itinerarios que esquivan el mar, se ha complicado cada vez más, por la dimensión que ha alcanzado el número de emigrantes, y la resistencia de muchos países europeos a concederles asilo humanitario.

Una situación que se vuelve todavía más complicada por el fortalecimiento de grupos populistas de derecha, emparentados con el fascismo y el nazismo, que han crecido en sus respectivos países esgrimiendo la bandera del cierre de fronteras, expulsión de los que han conseguido asilo y el rechazo terminante a concedérselo a otros.

Ese estado de cosas se ha vuelto casi insoportable, con la conquista del poder en Italia de una coalición de partidos que hace del cierre de fronteras a los inmigrantes uno de sus caballitos de batalla. Ello ha llevado a que en un primer momento en Italia se haya admitido a regañadientes (con la advertencia de que es por esta única vez) el desembarco de migrantes rescatados por el Aquarius; como consecuencia de lo cual estamos asistiendo en los últimos tiempo al largo peregrinar de la embarcación por los puertos de la Isla de Malta, Francia y España, hasta encontrar donde ser recibidos, aunque nunca bienvenidos.
El caso del trasatlántico “St. Louis”
No creo que la historia se repita, pero de cualquier manera siempre se pueden encontrar en el pasado situaciones que en su momento impactaron y que resultan similares a otras de nuestra actualidad.

A ese respecto corresponde hacer referencia a que, luego del copamiento del poder por Hitler y sus nazis- en Alemania comenzó, ya desde sus mismos inicios, la persecución contra los judíos de esa nacionalidad residentes en lo que era su patria.

Cuba recibió refugiados judíos quienes, en su mayoría, esperaban entrar a Estados Unidos. Todo ello como consecuencia de que el gobierno norteamericano había establecido un sistema de cuotas que regulaba el número de inmigrantes por nacionalidades, y muchos judíos llegaban a Cuba a esperar por sus visas, y el negocio para ciertos funcionaros cubanos fue su otorgamiento.

De allí que no sea de extrañar que el 13 de mayo partiera de Hamburgo el barco Saint Louis, con 937 pasajero a bordo de los cuales tan solo seis no eran judíos.

Una crónica que recojo, pinta de manera sobria la tragedia. Comienza por advertir que todos los pasajeros tenían un permiso para desembarcar en La Habana como refugiados. Para luego señalar que durante las dos semanas de la travesía se sintieron seguros por primera vez después de muchos años, tras la persecución en su patria.

En apariencia una vez en el barco, a los refugiados no les podía ir sino mejor. Viajaban en un transatlántico de lujo, donde recibían un trato que ya habían olvidado: respeto, alimentos hace rato restringidos, música y tranquilidad. Su capitán había dado la orden de que así fuera, aunque hasta el momento de embarcar habían sido maltratados por las autoridades nazis.

Una semana antes de zarpar, el gobierno del presidente cubano había revocado los permisos que había vendido el director de emigración, por desinteligencias en la forma de distribuir lo recaudado en concepto de derechos de admisión, suma que iba a parar a los bolsillos de los funcionarios.

La noticia llegó al barco en la mitad de su trayecto. Cuando el St. Louis atracó en la bahía de La Habana, los pasajeros esperaron y desesperaron. Durante seis días se negoció inútilmente con Cuba, con los Estados Unidos y con Canadá. Ningún país aceptó a los perseguidos.

Cuba impuso un costo de 500 dólares a los nuevos permisos, que casi nadie pudo pagar porque las familias habían liquidado sus bienes para subir al St. Louis. El barco debió volver a Europa. Y por la gestión del American Jewish Joint Distribution Committee, el Reino Unido, Francia, Bélgica y Holanda aceptaron a parte de los pasajeros. Sólo los 287 refugiados en el Reino Unido lograron escapar del nazismo.
Y por casa ¿cómo andamos?
En nuestra América Latina contemporánea, se han registrado únicamente dos oleadas migratorias de este tipo. La primera en Cuba, donde los cubanos, según un dicho popular, “votaban con los pies” contra el régimen castrista y terminaron por lo general radicándose en los Estados Unidos.

La otra situación similar es la que actualmente viven los migrantes venezolanos, la mayoría de los cuales abandona su tierra con lo puesto (en lo que como una trágica humorada se debe incluir el niño por nacer que las embarazadas llevan en su seno), lo que constituye una verdadera tragedia humanitaria.

Por las razones que más abajo indico, no incluyo en esa macabra lista a los expatriados que dejaron su tierra en busca de asilo, tanto en el caso de compatriotas nuestros, como uruguayos, brasileños y chilenos, además de otros países de la región.

Migrantes los ha habido siempre, en la medida que el hombre ha sido desde sus propios orígenes un ser trashumante.

Pero entre las migraciones, se hace necesario distinguir primero entre las individuales o las de grupos familiares y las masivas, en cuanto significan el desplazamiento de casi pueblos enteros.

A la vez que entre éstas se hace indispensable diferenciar a la considerada como por goteo (que es el caso de los migrantes mexicanos y centro-americanos y caribeños a los Estados unidos), y aquellas que dan la impresión de una verdadera estampida, cual es el caso actual de la migración venezolana y de poblaciones africanas y del cercano oriente. A la vez habría que distinguir entre desplazamientos en los que a los migrantes les va la vida en ello, y los que se producen, por sobre todo, en procura de lo que se conoce como un futuro mejor.
La actitud de cada uno frente al migrante
Se debe comenzar aquí por advertir que las migraciones masiva llevadas a cabo por quienes dependen de su culminación exitosa para sobrevivir, es, en gran medida apenas peor, que la que viven en nuestros países compatriotas en situación de pobreza extrema; ya que mirándolos desde una peculiar perspectiva cabría considerarlos a ellos también como en situación de refugiados en su propia tierra.

De allí también, que podría argüirse de una manera en apariencia consistente que la caridad bien entendida empieza por casa, dado lo cual debemos ocuparnos primero de nuestros propio sedicentes refugiados, antes de pensar en los que pueden llegar de afuera.

Argumento que hasta cierto punto puede considerarse como válido aunque en igual medida falla, ya que en realidad es totalmente insuficiente lo que hacemos para remediar una pobreza de la cual somos en gran parte responsables.

Pero de cualquier modo, una de las cosas en la que somos un buen ejemplo, al que se debería atender tanto entre nosotros como en el resto del mundo, es nuestra actitud en general amigable para el que llega desde afuera, y que se traduce en el ponderable número de personas nacidas en países limítrofes a los que invariablemente hemos brindado acogida. Una manera de proceder en la que debemos persistir a la vez que buscar universalizar.

No se nos escapan las necesidades de todo tipo que se deben afrontar para recibir y luego buscar integrar a los que llegan de otra parte a nuestros países, cuyo costo muchas veces resulta difícil de asumir. Pero se me ocurre, que en estas situaciones resulta necesaria la presencia de los organismos internacionales y regionales como las Naciones Unidas y la OEA, a los que -a decir verdad- no se les ve hacer todo lo que pueden y deben hacer frente al actual estado de cosas en este ámbito, por no decir en todos.

Enfrentar el problema y las resistencias que provoca, no resulta fácil. Pero de cualquier manera de lo que se trata es de comprender la dimensión del inconveniente, y luego de ello asumir la postura correcta frente al mismo. Se trata de un primer paso a todas luces insuficiente. Pero, sin embargo, indispensable para seguir la larga marcha que aún resta.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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