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La nuestra es una sociedad a la que, lamentablemente, nos hemos cansado de tener por desquiciada. Y una muestra evidente de esa circunstancia la encontramos ante la forma en que acompañamos a nuestros mismos integrantes, desde el instante mismo de su concepción hasta el de su muerte.

Ese momento inicial está hoy signado por la actual polémica que se ha desatado en torno a la despenalización del aborto; polémica que está tomando en los días que corren una virulencia rayana en lo absurdo y que puede llegar a llevarnos a terrenos todavía más ominosos.

Es nuestra convicción de que el derecho a abortar, cuya existencia por nuestra parte cuestionamos, pueda ser definido como “el derecho a extinguir una vida humana” con una ironía que no cabe en este tipo de temas.

Una definición que se ha efectuado, haciendo erróneamente una comparación con el proyecto de ley con media sanción de “extinción del dominio”; el que, “pisado” en el Senado de la Nación, está referido a los bienes adquiridos por quienes se enriquecen saqueando al Estado. Menciones paralelas que tienen que ver con la distinta velocidad con la que se tratan ambas iniciativas.

Y volviendo a la línea del texto principal que ha dado paso a una digresión, si hablamos de absurdo en relación a ciertas actitudes a la que lleva ese debate, es porque es dable mencionar a iniciativas como la que ha hecho encender en el Concejo Deliberante de Colón un proyecto de Ordenanza, enderezado a poco menos que a declarar a esta ciudad como “libre de abortos”.

Abrimos aquí forzadamente otro nuevo paréntesis, para decir si no hubiera sido mejor que esos ediles se ocupasen no de declarar, sino de lograr esta ciudad como “libre de pozos a sus calles”, o “libre de mosquitos” su atmósfera o “libre de coliformes” las aguas de sus arroyos y el río. Ejemplo con el que queda, a la vez, desnudado hasta dónde puede llegar lo caótico de nuestra decadencia.

Dado que de otra forma no se explica que se dé el caso que las “legislaturas municipales” pretendan convertirse en “ciudades libres” y por ende más que autónomas, lisa y llanamente soberanas.

Proseguimos, después de esta nueva pausa, señalando que claro está que la existencia humana debe ser protegida desde el momento mismo en que el óvulo queda fecundado, y aun antes de su anidación y lo debe ser también en los ya nacidos; quienes deben ser cuidados desde el mismo momento que lo hacen, ya que es decisivo paras su futuro que estén bien nutridos y activamente motivados en esos primeros años que son concluyentes para las posibilidades de lo que puedan llegar a ser después. Y desgraciadamente no hemos encontrado en referencia a este trágico estado de cosas, ver encresparse idénticos ardores.

Como no se los ha visto desplegar tampoco en lo que hace a la refundación de nuestra enseñanza primaria – que es decir sobre todo de la escuela pública, accesible a todos en forma gratuita y laica—fuera de los válidos reclamos de docentes, de cualquier manera desbocados irresponsablemente, en pos de lograr mejores remuneraciones.

La adolescencia y la juventud adulta, que son también vida humana en proyecto, también necesitaría de estos ardores, con el objeto de evitar que tanto que atraviesan esa etapa ingresen en la categoría de los “ni/ni” – de los que ni estudian ni trabajan- y que en gran parte por esa circunstancia terminan atrapados en las redes del delito y de la droga.

Todo lo cual, escrito de una manera deshilvanada y hasta que pueda encontrarse descolgada, es con el objeto de hacer comprensible que la existencia de la vida humana es en todo momento un tesoro precioso y que troncharla en cualquier momento de su desarrollo no es otra cosa que la muestra no siempre consciente de un egoísmo insolidario –si es admisible utilizar las dos palabras juntas que se refieren a la misma cosa- y que el aborto lleva al geronticidio – es decir al exterminio de los viejos por el hecho de serlo- al que como es sabido se puede llegar de distintas maneras, comenzando por el mero abandono.

Algo que lleva a que, de ocuparnos de quienes están entre uno y otro extremo, en el caso de hacerlo, viene a convertirse más que en un gesto solidario, una muestra de un egoísmo que no quiere saber de molestias eventuales.

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