Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
O como perder objetividad, ecuanimidad e imparcialidad en solo un par de frases

Por Rubén Denis

Considerando el revuelo que habían causado sus primeras declaraciones de esta semana, el ex juez de la Corte Suprema de Justicia Raúl Zaffaroni creyó oportuno salir a explicar sus – no aparentes, sino evidentes- deseos de que el actual gobierno de Mauricio Macri se vaya antes de que termine su actual periodo. Tampoco es que aclaró demasiado, sino más bien que reafirmó una línea de pensamiento que ya estaba bien explicitada desde sus declaraciones anteriores. Zaffaroni aseveró que "Si llegan al 2019 y se van como resultado de una elección, mucho mejor". Y agregó: "Lo que yo advierto es que puede haber un accidente violento y se pueden ir antes". Habló también de "sacar el pie del acelerador" y aclaró que "ve como se disparan los índices y que esto no funciona".

Cuando renunció a la Corte Suprema durante el último periodo de Cristina Kirchner en 2014, Raúl Zaffaroni había manifestado que su labor judicial estaba agotada, pero pocos meses después, ya en el 2015, logró que lo eligieran como miembro de la Corte internacional de Derechos Humanos. Esta Corte es de siete jueces, los que son elegidos a título personal y solo si cumplen muy exigentes requisitos. Entre otros, gran autoridad moral y reconocida trayectoria en la defensa de los derechos humanos. Hasta ahora, el actual gobierno había hecho solo tibios intentos para conseguir la renuncia de Zaffaroni, pero a partir de estas últimas declaraciones la embestida ha sido mucho más fuerte y bien podría comenzar a mostrar los resultados que hasta ahora no habían podido obtener. Tal vez más preocupado que antes, el mismo magistrado negó toda posibilidad de alejarse del cargo, esbozando un ¨¿Porque debería renunciar? ¿Qué es esto, Venezuela?¨

Más allá de los cuestionamientos de algunos sectores hacia su persona por considerarlo uno de los padres del garantismo en Argentina - una doctrina que goza de muchos seguidores en el fuero judicial-, Zaffaroni es considerado como un especialista en derecho penal de una gran trayectoria y con alto vuelo intelectual. Incluso su nombramiento y su posterior accionar en la Suprema Corte nunca recibieron objeciones de fuste, aun cuando en su último periodo en ese tribunal sus presencias se volvieron más esporádicas y se limitaron en la gran mayoría de los casos a acompañar con su voto a opiniones firmadas por algunos de sus colegas.

Si Zaffaroni está o no moral y profesionalmente calificado para integrar tan alto tribunal internacional era materia opinable, por lo menos hasta sus poco felices aseveraciones de esta semana. Sus últimas palabras definitivamente cambian el prisma a través del cual debe apreciarse esta cuestión. La responsabilidad institucional, considerando su actual cargo y su trayectoria, de Zaffaroni lo pone en una situación donde no se le pueden permitir declaraciones tan desgraciadas e inoportunas. Lo que dijo lo inhabilita automáticamente para ejercer un cargo como el que hoy ocupa y donde en definitiva está representando todo un país. Sus palabras carecen de la ecuanimidad y objetividad necesaria en un juez, y se observa en ellas no solo una ideologización evidente sino también una notoria partidización. Alguna vez, cuando era miembro de la Suprema Corte, Zaffaroni había hablado de que la política podía meter la cola en sus sentencias pero nunca la política partidaria. Una declaración que claramente lo pone hoy en las antípodas de donde estaba en ese entonces.

Un capítulo aparte merecen los escasos, casi inexistentes, rechazos a sus declaraciones por parte de la oposición. Apenas un puñado de frases de algunos dirigentes del Frente Renovador. Nada o casi nada de los referentes del FPV o del kirchnerismo, los que en todo caso solo se ocuparon de ensayar una tibia defensa de los dichos de Zaffaroni. Allá lejos quedaron las voces altisonantes y agraviadas de un sector que se encargaba de poner arriba de la mesa la palabra destituyente con asiduidad casi desconsiderada cuando eran ellos los que estaban en el gobierno. Un típico caso de doble discurso, doble moral, o como se lo quiera llamar y a los que tan acostumbrados estamos los argentinos.

En definitiva, una situación poco feliz producto de palabras desatinadas, y que expone con claridad quiénes son, cómo son, y qué quieren algunos de los más relevantes jugadores de la política argentina. Por cierto nada que nos haga sentir demasiado orgullosos.
Fuente: El Entre Ríos (Edición Impresa)

Enviá tu comentario