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El martes pasado, el ministro de ambiente de la Nación, Juan Cabandié, fue entrevistado en un programa televisivo capitalino. En esos mismos momentos, los rosarinos hacían esfuerzo para respirar un “aire irrespirable”, consecuencia de las oleadas de micro partículas de ceniza –con una densidad al menos diez veces superior al límite máximo de lo que se considera normal- que afecta al Gran Rosario, como consecuencia de la presencia de nuevos y extensos focos de incendio, en los pajonales del Delta.

Algo que obligó a los habitantes de la zona a volver a utilizar barbijo, como en las épocas agudas de la epidemia de Covid, el que todavía se exige, o al menos se recomienda su utilización en determinados ámbitos. Aunque esta vez, no se trataba del uso de cualquier barbijo, sino de aquellos que, por sus características, fueran aptos para frenar el paso de las micro partículas de cenizas referidas.

Todo lleva a pensar que el humor de los rosarinos no era el mejor, al tener que pasar por ese trance, aunque lo que era visible en la entrevista, era la molestia rabiosa, apenas contenida del funcionario, en lo que era una clara manifestación de su impotencia.

Condición que se tradujo en una pregunta que le hizo la entrevistadora, pero que resultaba patente que se la formulaba a sí misma, referida a la situación que se vive en ese sector del territorio santafesino, la que no era otra que inquirir e inquirirse a lo que “se quiere que yo haga”. Una pregunta cuya pertinencia resultaría clara, en el caso de ser formulada por un médico a los familiares de un enfermo de gravedad.

La pregunta vino adornada por una serie de recriminaciones. En las que se aludía a los incendios que, en estos momentos, como consecuencia de la sequía y en mucho menor medida por los altos registros de temperaturas no habituales para esta época, cuyos focos se registraban desde Jujuy hasta la Patagonia, pasando por la provincia de Córdoba. No se mencionó el incendio que asoló Corrientes, seguramente porque éste, ya es cosa del pasado.

Un rosario de recriminaciones, que en lo fundamental se traducen en una única queja, que nada tenía en realidad que ver con los incendios generados a lo largo de esa geografía, sino por el hecho de que los habitantes de esas zonas, inclusive más afectadas todavía, ya que lo eran no solo por el humo, sino por el fuego, se han mostrado, hasta ese momento al menos, nada quejosos, a diferencia de los rosarinos. Diferencia que parecía advertir que no existía diferencia entre los unos y los otros, salvo el hecho que los rosarinos son muchos más, y están en una zona estratégica de nuestro país.

En tanto, las recriminaciones tomaron un tono acusatorio, de esos capaces de generar un conflicto entre el gobierno central y el de nuestra provincia, cuando acusó a Entre Ríos –palabras más, palabras menos- de no haber puesto el empeño que correspondía; en realidad sus palabras fueron menos benevolentes, ante una emergencia que se prolonga en el tiempo y que da la impresión de no acabar.

Lo más sensato que se escuchó señalar al funcionario, es una circunstancia que no deja lugar a dudas, cual es que en “el Estado” – en una mención que engloba al gobierno nacional y a los de las provincias- “no están lo suficientemente preparados, para enfrentar este tipo de emergencias”, algo que es un hecho notoriamente constatable.

Cabría cuestionar su afirmación que “ocuparse de prevenir y sofocar este tipo de incendios” es una responsabilidad que atañe a los gobiernos provinciales –en este caso concreto, al nuestro- y que, de existir alguna responsabilidad del gobierno nacional y más concretamente de su ministerio, es sólo de carácter secundario. Con el olvido que, si ambos tienen “facultades concurrentes”, en casos como este al que nos referimos, tienen también “responsabilidades concurrentes”.

A la vez, concluida esta relación, se abre la posibilidad para dos reflexiones. La primera es que ocupar el cargo de Ministro de Ambiente es, a no dudarlo, un “empleo insalubre”, a la vez que su permanencia en el cargo, da la impresión que parecería estar siempre en peligro, en el caso de “no funcionar”, como lo ha indicado la Vicepresidenta. A lo que se agrega otra, que no es sino el interrogante acerca de si Juan Cabandié, más allá de su consecuente militancia política, es un “ministro que funciona".

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