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Consideramos importante hacer referencia, antes de entrar en tema, a la manera como un especialista en cuestiones urbanísticas describe a las calles desde su especial perspectiva, al indicar que tiene a la calle como un mecanismo digestivo que se alimenta de todo sin desechar nada, y por eso tiene esa naturaleza colectiva todo lo que ocurre en ella. De lo que deberíamos concluir que, para una ciudad, las calles tienen la misma importancia que para los seres humanos el aparato digestivo. Del que la mayoría de nosotros sabemos concretamente poco y nada, aunque no desconozcamos los trastornos de entidad diversa que nos provoca su mal estado y peor funcionamiento.

A la vez, debe aludirse dentro de ese contexto, casi a lo obvio, cual es que la calle, en sentido estricto y no en la forma en que lo utilizamos de ordinario, está constituida por la “calzada” -a la que nombramos como “calle” y la “vereda”, tal como nosotros la designamos- aunque en otras latitudes se la denomine “acera”, “andén” o “banqueta”.

De allí que con nombres diversos, la vereda no es otra cosa que una superficie pavimentada y elevada, a la orilla de una calle u otras vías públicas para uso de personas que se desplazan andando o peatones. Usualmente se sitúa a ambos lados de la calle, junto al paramento de las casas.
Y es precisamente de las veredas que en esta oportunidad queremos ocuparnos, sin dejar de tener en cuenta que es general el malestar, que en todas partes y a todos, nos provoca el estado desastroso, o sea terminal de muchas “calzadas”, a las que tenemos por calles.

Quienes se ocupan de las veredas, generalmente al hacerlo vienen a referirse a una falencia en ellas a la que no le damos la importancia que merece. Es por eso que algún estudioso del tema ha tenido el mérito de advertir que como las veredas forman parte del espacio público, deben cumplir con diversos requisitos de accesibilidad para que todos los ciudadanos puedan usarlas sin dificultades. Y que a renglón seguido haga referencia a la necesidad de contar en todas las esquinas de las veredas con rampas para facilitar el avance de las sillas de ruedas, necesarias para que las personas con capacidad de movilidad reducida puedan desplazarse. Algo en lo que entre nosotros se ha avanzado mucho, pero todavía siga siendo largo el camino a recorrer.

Mientras tanto, queda otro aspecto importante a abordar, cual es el de su “estado”, situación a la que nos referimos, que por estar llenas de malezas u ocupadas indebidamente por alguien, muchas veces las veredas “no existen” o “están hechas un desastre”, con lo que siendo ciertas y no infrecuentes ambas circunstancias, nos estamos en realidad refiriendo a la condición de su superficie, o sea la manera en que están consolidadas -y eso en el caso de estarlo- y su “lisura”.

Dicho de una manera más concreta, si ellas tienen su superficie de tierra más o menos apisonada, si están o embaldosadas, o de que otra manera están pavimentadas.

A la hora de hacer un diagnóstico impreciso, cabría concluir en que por lo general su estado “es de regular para abajo”, y que con esto último queremos decir también que en ocasiones es preferible “bajarse de la vereda” para seguir transitando por la “calle”, así como alguna vez hemos señalado que en caso de un camino es preferible “bajarse a la banquina”.

De allí que al ocuparnos de las veredas, lo hacemos en defensa del peatón el que, de no ser olvidado, el hecho es que tampoco se lo tiene en cuenta. Aunque se debe reconocer que de serlo, la suerte de los conductores de vehículos que circulan por la calzada, no se puede decir que en general tengan mejor suerte.

De allí que nos preguntamos si no sería mejor que los funcionarios competentes, estructuren un plan integral en el que todas las veredas -comenzando por las que ahora no existen o las que deben ser reconstruidas- cuenten con un pavimento uniforme de cemento terminado con una especie de “rayado”, de manera de evitar que, de parecer encerados, terminemos en el suelo.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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