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Cómo hacer para lograr que el esfuerzo solidario reclamado
por nuestro Presidente sea algo más que otro ajuste


Se nos ocurre que nadie debería sentirse ofendido por el hecho que llamemos a las cosas por su nombre. Como también se nos ocurre que es una zoncera ponerse contento ante esa manera de pretender vanamente disfrazar las cosas por parte de los que ahora nos gobiernan. Es que tanto hacer una cosa como lo otra es quedarse estérilmente en lo anecdótico, que no es otra cosa que quedar atrapado por una trampa.

Las medidas que ha comenzado a implementar el actual gobierno nacional, con su lógica repercusión en el resto de la estructura estatal, y de allí en más en la vida cotidiana de cada uno de nosotros es un ajuste.

El que lo sigue siendo aunque lo designemos de otra manera, ya que tal como lo advierte el refrán, la mona sigue siendo mona aunque se vista de seda.

Cabe inclusive considerar explicable que quienes nos gobiernan, en este caso – y no como ocurriera en otras acontecimientos similares, durante la anterior ocasión en la que también gobernaron, y en la que hicieron uso y abuso no solo de ocultar la realidad y, cuando no podían, estaban convencidos que bastaba con bautizarla de otra forma tratando de evitar la utilización de la palabra “ajuste”, o de otra cualquiera que resultara, aunque más lo fuera, una mínima y aún lejana vinculación con una expresión tan antipática y ominosa como es aquélla.

Ya que si la palabra ajuste nos habla, aunque más no sea implícitamente, de restricciones que nos privan de deseables complacencias, en nuestro caso concreto lo hace de experiencias exhibidas inicialmente aunque mas no fuera como esperanzadoras, pero las que terminaron como si se tratara del cumplimiento de un sino inevitable, tarde o temprano en un fiasco de diversos calibres. Y nadie ignora que no se trató de una situación fallida, excepcional por ser única, sino de una seguidilla de ellas que se hicieron presentes tarde o temprano en forma recurrente.

De buscar un símil en la vida cotidiana, a lo que en el caso de nuestra sociedad es un drama; cabría encontrarlo en el caso de las personas incapaces de mantenerse de una manera casi invariable en su peso normal a lo largo del tiempo, y que después de un “período de restricción alimentaria” al que tantas veces de una manera quejumbrosa se alude como el “estar a dieta”, no solo vuelve a las andadas como consecuencia de tentaciones a las que se sucumbe en aumento paulatino -lo que se conoce como “salirse del régimen”. Algo que hace que como en ese caso el “ciclo completo”, se vea de una manera nada sorprendente una y otra vez repetido hasta el cansancio.

De donde en tren de atrevernos a intentar una explicación conjetural a esta seguidilla serial de experiencias fracasadas, cabría llegar a suponer que no se persistió en el intento durante el tiempo suficiente. Consecuencia de la creencia que el mismo había concluido en forma prematura, e inclusive incurriendo en ese error apenas iniciado, cuando de lo que trataba no solo era de una mera persistencia, sino de su empleo para ir más allá de un mero lavado de cara. Para de esa manera ir hacia la misma raíz de los problemas dándoles a ellos una solución que permita erradicarlos.

Es por eso que resulta hasta acertado que al referirse al conjunto de medidas –que por su comprensible ausencia de ensamble cuesta darle el nombre de plan- que se vienen encarando con la finalidad de enfrentar e intentar superar la actual crisis, se ha encontrado lugar para las palabras “esfuerzo” y “solidaridad”. Y sobre todo que se intente poner el acento en este último concepto, ya que con ello se viene a significar que se tiene claro que de no ser ese esfuerzo de esa forma, se hará presente un flanco débil por el cual pueden irrumpir los diversos factores que llevan al fracaso. Es que la comprensión cabal de lo que esfuerzo solidario significa, es el que lo es compartido, equitativo y generalizado.

Generalizado también, por cuanto el mismo incluye a los que nada tienen, o tienen poco y nada, ya que, en su caso el esfuerzo consiste en hacer a rajatabla un aprovechamiento adecuado del auxilio que se les presta.

Y es por eso que se ha visto de una manera que va desde la callada molestia hasta la protesta indignada, el hecho que el diablo haya metido la cola en las decisiones aludidas, excepcionando a diplomáticos, jueces y legisladores de algunas de las restricciones dispuestas. Pareciera que el buen sentido ha primado frente a este inadmisible estado de cosas, y será el mismo eliminado, como deben ser eliminadas otras excepcionalidades ignoradas, que comprensiblemente puede sospecharse de su existencia.

Las medidas adoptadas, que se recalca no alcanzan a ser un plan, si bien hacen referencia al esfuerzo solidario y a la “reactivación económica” se ocupan mucho de lo primero y poco y nada de lo último. Algo que se lo señala no en son de crítica, sino que debe considerarse comprensible dado el actual contexto en que se vive, dado lo cual en esa circunstancia debería verse hasta un impensado signo de honradez.

Mientras tanto el esfuerzo compartido se manifiesta en una serie de medidas. La primera de las cuales a señalar es la de congelar el monto de sueldos y tarifas públicas por seis meses. A lo que se agrega la creación de nuevos impuestos y la modificación en alza de las alícuotas de otros. Y una ominosa señal para los jubilados y pensionados, ya que con la eliminación de las pautas actuales de reajuste y el anuncio de su reemplazo por otras, todo lleva a suponer que solo se producirá un ajuste periódico más o menos razonable de las prestaciones más bajas, con un “achatamiento” cada vez más pronunciado de las demás.

La pregunta que cabría formularse, es después de cumplido los seis meses, ¿qué? Porque es válido pensar, por más que se trate de un pensamiento ominoso, que después de agotado ese lapso, las cosas volverán a su anormal normalidad.

Máxime si se tiene en cuenta que la mayor contribución al esfuerzo solidario reclamado cae sobre las espaldas de la clase media urbana, de los productores rurales, y lo que es más grave aún de los jubilados. En tanto, todo lleva a pensar que el hipertrofiado aparato estatal continuará incólume, totalmente desvinculado del esfuerzo compartido, del que sus integrantes quedarían exentos, mientras lo asumen los demás.

Es aquí donde se hace presente una posibilidad de aprovechar ese congelamiento de las remuneraciones estatales – que en la práctica significa una disminución creciente en su monto - para encarar un proceso redistributivo en el importe de las distintas categorías del empleo público y de los cargos de la política, incluyendo los electivos, basado en dos pautas principales, que terminan confundidas en una sola.

De lo que se trataría es que se asista a un descongelamiento paulatino y selectivo – esto es que no sea generalizado- de manera que ninguna retribución por el desempeño de ese cargo pueda terminar al final del proceso, siendo superior a un determinado número de veces del monto de la jubilación mínima, y menos al haber mensual del Presidente. Y de allí en más que se asista a remuneraciones equivalentes según la categorización a realizar, que se traduzca ya un porcentaje decreciente de ese techo fijado por la multiplicación del monto de la jubilación mínima o del haber presidencial.

Ya que de no ser así, se vería a los que integran las estructuras públicas, a la hora de hablar del esfuerzo solidario, saludando orgullosos con sombrero ajeno.

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