Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
Santiago Cafiero habló en el Senado
Santiago Cafiero habló en el Senado
Santiago Cafiero habló en el Senado
El Gobierno le está tomando el gustito a las emisiones y acumula peligrosos vencimientos de corto plazo

En estos tiempos de valores líquidos la palabra está devaluada. No hay pavada cuya falta de sustancia resulte, para el pavo de turno, en costo alguno. El Jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, se ha convertido en un abonado estable a la lista de acuñadores de pavadas célebres. Como ciertamente no hay mucho para festejar en la gestión actual, su informe de esta semana ante el Senado de la Nación volvió a enfocarse sobre la dura herencia y la “deuda totalmente irresponsable” tomada durante el gobierno de Macri. Como si el déficit fiscal de ahora no hubiera que financiarlo.

Este año, la pandemia y la cada vez más innecesaria cuarentena le costarán al sector público un déficit de entre 7 y 8 puntos porcentuales del PBI. Cada vez que el Gobierno festeja los “salarios 50% pagados por el Gobierno Nacional”, o las “8.970.000 personas” beneficiarias del IFE, suma deuda. El maná no cae sobre este desierto.

Por desgracia, no somos un pueblo elegido. El déficit debe ser pagado de alguna manera. Cuando es con emisión monetaria, el Tesoro acumula deuda con el Banco Central. Que tarde o temprano también se paga.

Acumulamos una década de déficit fiscal y de aumento de la deuda. Según el Ministerio de Economía, durante el segundo mandato de Cristina Fernández (2011-2015), la deuda pública aumentó US$43 mil millones. Durante el mandato de Macri, aumentó US$82 mil millones. La diferencia estuvo en que en el primer caso, la falta de acceso al crédito internacional hizo que gran parte de la deuda se acumulara con el Banco Central y otros organismos del sector público, mientras que durante el gobierno de Macri esa deuda se contrajo con el mercado y el FMI.

Ahora bien, en 9 meses de mandato de Alberto Fernández (hasta fin de agosto), la deuda pública había crecido US$ 16 mil millones. Los datos preliminares de septiembre indican que aumentó otros US$1700 millones. Y esta semana, el Tesoro colocó un papel dólar-linked también por US$1700 millones. A este ritmo (el Presupuesto pronostica déficits del Tesoro para varios años), cuando concluya el mandato de Fernández la deuda pública habrá aumentado más que durante el gobierno de Macri. El pez por la boca muere, dice el refrán, al cual Cafiero le hace el juego casi a diario.

“No es lo mismo”, dirían Cafiero y otros voceros del Gobierno, que sostienen que sólo la deuda contraída en el exterior es deuda, y que aquella contraída con el mercado local, con el BCRA o con otros organismos estatales no lo es, bajo la premisa de que es deuda cuyo refinanciamiento es casi automático.

Sin embargo, la premisa es discutible. Las recientes emisiones no garantizan que el acceso al crédito del sector público se haya normalizado. Más bien, son los controles cambiarios y otras medidas de represión financiera las que lo impulsan. Bien miradas, las recientes (y crecientes) emisiones del Gobierno sugieren poca confianza en el Tesoro: todas son de corto plazo y en su mayoría ajustan por variables que prometen un retorno superior a la inflación, como el CER o el dólar. Variables que se mueven más rápido que los ingresos del Tesoro y que hacen sospechar que el gustito que le va tomando la Secretaría de Finanzas a las emisiones está generando una nueva bola de nieve.

Entre octubre y diciembre, los vencimientos de deuda acumulan más de $800 mil millones (al tipo de cambio oficial, más de US$10 mil millones). Suponer que se renovarán automáticamente es riesgoso. Algo parecen intuir el mercado del dólar paralelo y el riesgo-país, ambos próximos a niveles récord. Lo que aparenta fluidez (acceso al crédito) en un mercado cautivo, es tirantez en los mercados libres.

En el mediano plazo, no hay diferencia entre financiarse con emisión, con deuda local o con deuda externa. Todos exigen un esfuerzo para enfrentar los pagos. Inflación, más impuestos o devaluación para generar más dólares son el costo, que siempre recae sobre la población. No es la deuda, sino el déficit que tanto le gusta a los gobiernos (al actual y a los anteriores) lo que nos tiene contra las cuerdas. La única forma de refinanciar siempre la deuda, como lo hacen los países desarrollados o incluso nuestros vecinos, es con consistencia macroeconómica. En tanto ésta no forme parte de nuestra ecuación, seguiremos pendiendo de un hilo.

¿No es curioso que al Tesoro se le de ese nombre? Es, en realidad, una montaña de deuda y pocos recursos. Hasta que el Gobierno no se tome en serio el asunto de achicar el déficit fiscal, seguirá acumulando deuda. Por más que el discurso oficial lo quiera ocultar.
Fuente: El Entre Ríos

Enviá tu comentario